Azoulay y las Andalucías Atlánticas

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Escribió el filósofo Julián Marías que España era una realidad paradójicamente abierta por dentro y por fuera. Por dentro, porque nuestro proyecto nacional seguía invertebrado -célebre término de su maestro Ortega y Gasset- social y territorialmente. Y por fuera, porque había otras Españas trasplantadas al otro lado del Atlántico, en la América hispana, que seguían enriqueciendo la idea y praxis de nuestro país a pesar de no haber sido siempre lo suficientemente apreciadas y conocidas en la Península. 

Como esas otras Españas de ultramar, mi primera experiencia vital como residente en Marruecos me enseñó que también hay otras Andalucías más allá de los límites de la actual comunidad autónoma. Otras Andalucías ignoradas para la inmensa mayoría de quienes viven en el solar de la Novísima Castilla que delimitan el estuario del Guadiana, las espumosas y templadas aguas del Mediterráneo almeriense, la plateada Sierra Morena y las columnas de Hércules, que, como todo el mundo sabe, estaban en el estrecho de Gibraltar (y hoy en el escudo de Andalucía).

La primera vez que tuve conciencia de la vitalidad de una de esas prolongaciones extraterritoriales andaluzas, las ‘Andalucías atlánticas’, fue al toparme en los periódicos marroquíes -año 2008- con reseñas sobre la celebración de un festival de música en Esauira –evitaré el topónimo francés a pesar de lo extendido del mismo en textos en nuestra lengua-, bella localidad, fenicia y portuguesa, bereber y sahariana, de musulmanes, cristianos y judíos, situada en la costa atlántica de Marruecos. Un encuentro en la antigua Mogador en torno a la música andalusí -adjetivo que en francés no se distingue del gentilicio ‘andaluz’-, el flamenco y la herencia musical hebrea. Un acontecimiento cultural -Festival des Andalousies Atlantiques en su denominación oficial- que celebrará este otoño, si el coronavirus lo permite, su decimoséptima edición. Por cierto, el festival de las Andalucías Atlánticas no es el único hito cultural de Esauira: cada mes de junio se celebra en la localidad costera otro encuentro, en este caso dedicado a la música gnaoua -que brotó de cofradías místicas musulmanas de origen subsahariano-, así como a otras manifestaciones musicales del mundo. Soy testigo del estupendo ambiente que se apodera de la ciudad esos días.

Por cierto, como le ocurre a todos estos retazos de Andalucía repartidos por América, África y el Mediterráneo oriental, la música andalusí -orgullo nacional en Marruecos- continúa siendo, desgraciadamente, una gran desconocida en nuestro país. Pocos conocen al norte de Tarifa esta herencia musical de Al-Ándalus, síntesis de la convivencia de gentes, lenguas y credos distintos en la España medieval, que en Marruecos sigue contando con el aprecio y el respeto de la sociedad. Incluso en Israel, gracias a la herencia cultural de sus cientos de miles de ciudadanos de origen marroquí, la música andalusí goza de una creciente popularidad. 

Pues judío y de Esauira es André Azoulay, consejero del rey Mohamed VI de Marruecos, copresidente de la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo y medalla de Andalucía de la Solidaridad y la Concordia en la última edición de los premios de la comunidad autónoma. El aplomo y la elegancia de su gesto, como de senador romano, y la profundidad de su mirada de ojos azul turquesa me llamaron la atención desde que vi por vez primera su efigie en los periódicos marroquíes aquellos años. Tanto como saber de esas Andalucías Atlánticas que dan nombre al citado festival de su ciudad natal, cuya creación él impulsó. Sus llamadas a la convivencia entre confesiones y culturas -sin duda debió de ser decisivo en su personalidad el ambiente mestizo de su Esauira natal- me hacían leer con atención las entrevistas y manifestaciones suyas que recogían los medios locales. Y así ha sido desde entonces. 

La Junta de Andalucía reconocía el pasado 28 de febrero no solo la figura -seguramente desconocida para el gran público de nuestro país- de Azoulay, sino también unos valores: los de la convivencia, el mestizaje y la concordia. Concordia, por cierto, en irremisible decadencia de uso y práctica. “La concordia fue posible”, reza el optimista epitafio del expresidente Adolfo Suárez en su tumba en la catedral de Ávila (a pesar de que hoy la actualidad política española se empeñe en desmentirle). Con la concesión de la medalla de Andalucía al consejero real, en fin, la administración autonómica insta también al respeto y el conocimiento del otro. Por ejemplo, a acercarnos más a nuestros alejados vecinos del sur. La sociedad de Marruecos tiene, por su parte, también en Azoulay el mejor modelo en que inspirarse para seguir perseverando en el pluralismo y el respeto a la diferencia. 

En estos días primaverales y azules de tristeza que hemos de entrever desde el otro lado de la ventana imaginamos un país mejor al final de la pandemia. Soñamos con la concordia, la solidaridad y la mesura en nuestra vida como sociedad, como muchos urbanitas soñamos con un paseo, libres, a orillas de nuestros mares azules. Azules como los ojos de Azoulay, como las aguas del poderoso Atlántico de Esauira, el mismo por el que se adentró Julio César en el golfo de Cádiz antes de remontar el Guadalquivir y por el que huyeron moriscos y sefardíes, que no es otro que el de esas Andalucías y Españas de otras orillas.