Discursos reales en la ONU

Por Ramón Moreno Castilla
Foto: Los reyes de España y de Marruecos, Felipe VI y Mohamed VI.
El 69º periodo de sesiones de la Asamblea General de la Organización de las NacionesUnidas, celebrado hace unos días en su sede de Nueva York, al que asistieron numerosos Jefes de Estado y de Gobierno de la mayoría de los países miembros, tuvo como tema central “el desarrollo humano y sostenible”, sobre todo a partir de 2015. Pues bien, entre todas las intervenciones de los representantes de ese Foro Global, que rayaron a gran altura, destacan sobremanera, por su contenido y clarividente visión de Estado, el magnífico discurso del Rey Felipe VI, que se estrenaba en la Tribuna de oradores de la ONU como Rey de España; en cuya intervención, dejó constancia de su decidido afán por defender la “integridad territorial de la nación”, destacando el papel de España como “miembro activo y responsable” de la comunidad de naciones. Y el discurso ‘atípico’ de Mohamed VI, Rey de Marruecos, que se ha consagrado como el verdadero y auténtico ‘Paladín del Panafricanismo’, cuyo texto fue leído ante la Asamblea General de Naciones Unidas por el jefe del Gobierno marroquí, Abdelilah Benkirane; y en el que el soberano marroquí dejó muy claro, sin acusar a nadie, que “el colonialismo dejó tras de sí enormes perjuicios en los países que estaban bajo su gobierno”. Ambos discursos han tenido un inusitado eco mediático en la comunidad internacional, y no han pasado desapercibidos para los analistas políticos que leemos, entre líneas, los contenidos y los ‘mensajes cifrados’ de ambos estadistas. Por ello, y emulando modestamente los análisis comparativos que el acreditado periodista y editorialista Pedro G. Cuartango hace en su sección sabatina del periódico ‘El Mundo’, ‘Vidas Paralelas’, de personajes y situaciones de la vida política española, me permito -con su permiso- comparar los discursos ante la ONU de los dos ‘Reyes VI’, Felipe VI, Rey de España; y Mohamed VI, Rey de Marruecos. Porque si bien ambas piezas oratorias constituyen, en si mismas, brillantes alocuciones -una en directo, y otra en diferido-, no es menos cierto, que aún respondiendo a la legítima defensa de los respectivos intereses de Estado que, en este caso, no deben estar necesariamente en contraposición, ambos discursos trascienden el ámbito estatal de España y Marruecos, implicando a la comunidad internacional. De los densos y profundos discursos de los dos jefes de Estado, resaltamos algunos aspectos que consideramos relevantes, y que inciden en los ámbitos ‘nacionalistas’ de ambos países; así como en los aspectos políticos, económicos y sociales, que determinan el desarrollo y bienestar de los pueblos.
Felipe VI, comenzó su alocución destacando: “El compromiso de mi país con los principios y valores universales que mejor definen a la Humanidad. Y tengo hoy el placer de exponerles lo que una España renovada, pero fiel a si misma y a sus compromisos internacionales, puede ofrecer a favor de la paz, la libertad, la justicia y los derechos humanos en todas las naciones y para todas las personas, junto a su bienestar y prosperidad. España es una nación con raíces milenarias y una clara vocación universal, que ha contribuido decisivamente a moldear la historia del mundo. Y así, los españoles miramos hoy el futuro con una voluntad firme de compartir y ayudar a construir una realidad mejor para todos los pueblos. Nuestras bases son sólidas, forjadas durante siglos y fortalecidas, en particular, en los últimos decenios; y sobre ellas se fundamentan los compromisos que España asume con el resto de la Comunidad Internacional”. Mohamed VI, por su parte, envió un mensaje subliminal a los mandatarios mundiales allí presentes, en el sentido de que con los múltiples problemas que aquejan al mundo actual, sobran los discursos grandilocuentes y las declaraciones de buenas intenciones, y que hay que trabajar duro sobre el terreno para buscar soluciones efectivas. Transmitió por boca de su primer ministro que “la realización del desarrollo sostenible es uno de los retos apremiantes a los que se enfrenta la Humanidad, particularmente en lo que se refiere a la búsqueda del equilibrio necesario entre las exigencias del desarrollo socieconómico y aquellas otras de la protección del medio ambiente, junto con la necesidad de preservar los derechos de las generaciones venideras. Conscientes del decisivo carácter que revisten estos retos, obramos por construir un diferenciado modelo de desarrollo, basado en los valores de la civilización del pueblo marroquí y en sus especificidades nacionales, así como sobre la interacción positiva entre los principios internacionales en este ámbito; y vengo aportando un llamamiento para hacer justicia con los países en desarrollo, particularmente en África, así como tratar objetivamente la problemática del desarrollo en este continente”.
Felipe VI afirmó que: “España se ha consolidado en las últimas décadas como gran contribuyente a la cooperación para el desarrollo. No hay paz sin seguridad duradera sin un desarrollo sostenible y no hay desarrollo sostenible sin una mayor seguridad, tanto entre las distintas naciones como dentro de cada una de ellas. Además, el desarrollo debe ir acompañado de políticas de inclusión, que contemplen la plena igualdad de género e incorporación de la mujer a todos los ámbitos de la vida política, social y económica. España, como vemos, es solidaria. En los últimos 14 años mis compatriotas han contribuido con 30 billones de dólares al desarrollo global. De esta cantidad, un billón ha sido destinado a logar los Objetivos de Desarrollo del Milenio, a través de un Fondo creado por España y coliderado por el PNUD; que supone la mayor aportación realizada por un solo país. Precisamente, una de las tareas más relevantes de esta Asamblea General será la de culminar las negociaciones para la agencia de desarrollo post-2015 y definir unos objetivos de desarrollo sostenible”. Mohamed VI declaró: “Como todos ustedes saben, la realización del desarrollo sostenible no se consigue tomando decisiones o mediante recetas preparadas, sobre todo en este dominio no se puede hablar de un solo modelo. En este sentido, cada país posee su propia trayectoria determinada por su desarrollo histórico, el patrimonio de su civilización, así como por las potencialidades humanas y recursos naturales de que dispone, además de sus particularidades políticas, opciones económicas, y obstáculos y retos con que se enfrenta. Lo que se aplica en Occidente no puede ser tomado como referencia única para determinar la eficiencia de cualquier otro modelo de desarrollo. Tampoco se pueden hacer comparaciones entre los países por muy semejantes que fueran sus condiciones o la pertenencia al mismo espacio geográfico. Por ello, el primer llamamiento que quiero dirigir desde esta Tribuna, consiste en respetar las especificidades de cada país, su trayectoria nacional y su propia voluntad de forjar un modelo de desarrollo, concretamente en lo que se refiere a los países en desarrollo que siguen padeciendo las consecuencias del colonialismo”.
Felipe VI aseveró que “los objetivos del desarrollo sostenible que nos proponemos están a nuestro alcance. De nuevo hay motivos para la esperanza: Pienso, particularmente, en los avances alcanzados en África, un continente tan próximo a España y en el que surgen por doquier nuevos ejemplos de innovación y de creatividad. África es un continente de presente y de futuro; donde vemos algunas de las economías con mayor crecimiento en la última década. Pero es muy necesario poner fin a los conflictos que aquejan a esa región y retrasan su desarrollo. Desde el Sahel hasta el Cuerno de África o la región de los Grandes Lagos, España contribuye a ello cumpliendo con nuestro compromiso que nace de nuestra vocación y nuestra cercanía. Creemos en África y lo estamos demostrando con hechos; también cuando surgen crisis acuciantes como la que hoy representa la devastadora epidemia de Ébola que afecta a una importante parte de la región central”. Mohamed VI denunció en su discurso que: “El colonialismo ha dejado detrás de si enormes perjuicios en los países que estaban bajo su gobierno. De este modo, obstaculizó el proceso de desarrollo durante muchos años, a la vez que explotó sus riquezas y energías de sus hijos, produciendo profundos cambios en las costumbres y culturas de sus pueblos. Por otra parte, arraigó los motivos de la segregación entre sus hijos de un mismo pueblo así como sembró las causas del conflicto y la discordia entre los países vecinos. Así pues, a pesar del largo tiempo transcurrido, los países colonizadores asumen una responsabilidad histórica en las difíciles condiciones, y a veces dramáticas, que viven algunos países del Sur, sobre todo en África. Ahora, tras conocer todos estos efectos negativos, no corresponde a estos países pedir a los del Sur un cambio radical y acelerado, en aplicación de un sistema ajeno a sus culturas, principios y condiciones; es como si el desarrollo solo fuera posible según un modelo único, a saber, el occidental”.
En suma, dos discursos homogéneos, sólidos y bien construidos, en los que subyace una reivindicación en toda regla de sus respectivas idiosincrasias nacionales, efectuada por los dos monarcas; y una defensa a ultranza de la vocación universalista de ambos reinos, unida a una inequívoca concepción europeísta y africanista, respectivamente, que determina posicionamientos y actuaciones. Pero por mi condición de canario, a tan solo 96 km. (59,65 millas marinas) del continente africano, no puedo sustraerme a enfatizar algunos pasajes del discurso africanista y anticolonialista de Mohamed VI, que ya quisieran para sí algunos líderes progresistas del Tercer Mundo o de los Países No Alineados, organización supranacional de la que Marruecos forma parte. Mohamed VI subrayó: “Sobre esta base quiero formular el segundo llamamiento que dirijo a la comunidad internacional: es imprescindible tratar estos países con mayor realismo y prudencia, comprendiendo sus condiciones con respecto a sus procesos democráticos y de desarrollo. No obstante, sin pedir permiso a nadie para colonizar países del Sur, algunos países occidentales, no solo dejan de presentar el apoyo necesario a sus pueblos, sino que insisten en imponer sus drásticas condiciones a dichos países, obstaculizando así su natural marcha hacia el progreso. Incluso diría que los países occidentales y las instituciones que de los mismos dependen, solo saben dar muchas lecciones y, en el mejor de los casos, unos cuantos consejos. Sin embargo, en cuanto al apoyo, muy escaso y siempre condicionado. Es más, exigen a los países del Sur realizar la estabilidad y el desarrollo, en plazos muy breves y conforme a rigurosos criterios de obligado cumplimiento, sin tomar en consideración las trayectorias de tales países ni sus especificidades nacionales”.
Y, efectivamente, como han destacado ambos soberanos, y subraya Mohamed VI: “La estabilidad no puede realizarse sin el desarrollo, ni puede haber desarrollo sin estabilidad; ambos están relacionados con el respeto de la soberanía e integridad territorial de los Estados, así como con la cultura, las tradiciones de sus pueblos, facilitándoles las condiciones de la vida libre y digna”. Y el Rey de Marruecos fue más allá: “Invitamos a la consideración del capital inmaterial como criterio fundamental para medir la riqueza de los países y proceder a su clasificación. El progreso de los países no debe ser sometido a ningún tipo de notación o clasificación, más bien debe ser tratado como un proceso histórico, que se funda sobre las acumulaciones positivas de cada país, respetando sus propias especificidades”. No obstante, Mohamed VI fue conciliador: “Con la evocación de los efectos negativos del pasado colonial no se pretende juzgar a nadie; todo lo contrario, es más bien una sincera invitación para hacer equidad con los países del Sur, a través de la reconsideración de la manera de tratarlos, apoyando sus escalonados procesos de desarrollo. En mi discurso pronunciado en Abidjan, el pasado mes de febrero, he insistido en que más que ayudas humanitarias, lo que África necesita son unos partenariados mutuamente beneficiosos. De igual modo, he insistido en la necesidad de que África se libere de sus problemas políticos y socioeconómicos, a la vez que debe basarse en sus propias capacidades para alcanzar el desarrollo. Todo ello ha quedado materializado en los importantes acuerdos que Marruecos ha concluido con varios países africanos hermanos. Asimismo, el problema del desarrollo de África no se relaciona con la naturaleza o el clima, por muy inclemente que sea en algunas zonas, sino que es debido más bien a la dependencia económica, a las escasas ayudas y parcas fuentes de financiación, así como a la inexistencia de un modelo de desarrollo sostenible. De este modo, la aportación de ayudas a estos países no constituye una opción o un gesto de generosidad, sino más bien una necesidad y una obligación, aunque en realidad lo que los pueblos necesitan reside en una fructífera cooperación erigida sobre el respeto mutuo”. ¿No es esta apasionante última parte del discurso de Mohamed VI un aldabonazo a las conciencias de las potencias europeas colonizadoras, entre ellas, España?