
Afganistán ha vuelto a ocupar las portadas de los medios de comunicación, poniendo sobre la mesa tres importantes actores a tener en cuenta en el panorama tanto afgano como internacional. Un puzle consagrado por los talibanes, Al-Qaeda y Daesh, todos de corte salafista suní, pero con una serie de diferencias que llevan a confrontación. Una de las principales se halla en la ambición territorial: mientras que los talibanes limitan su área de control a Afganistán y determinadas zonas en Pakistán, centrándose en los territorios pastunes, las organizaciones terroristas aspiran a un califato mundial, sean o no regiones mayoritariamente de infieles (Dar al Harb) o musulmanes (Dar al Islam).
La primera pieza del puzle la disponen los talibanes, conocidos como tal desde finales de los años 90 del siglo pasado, más concretamente en 1994. La invasión soviética (1979) y el establecimiento del Gobierno socialista tras la Revolución de Saur (Revolución de Abril), un año antes en 1978, propiciaron el escenario necesario para la sedición de los sectores conservadores además de la reacción de Estados Unidos. Se plantea así de forma encubierta la Operación Ciclón, con la cual, tanto EEUU como países árabes como Arabia Saudí y Pakistán, financiaron y proporcionaron armamento, a los denominados por Estados Unidos como “freedom fighters”. Se abrió un periodo sangriento que consiguió la retirada soviética en 1988.
Tras la retirada de la URSS una guerra civil sumió al país, al establecerse un Gobierno de coalición que incluía a las etnias tayikas, uzbekas, hazaras y otras minoritarias, dejando de lado a la que por aquel entonces predominaba, la pastún. Los talibanes, afianzados como tal en 1994 en Kandahar, se presentaron ante la sociedad afgana como los luchadores de la paz; conformados por muyahidines de origen pastún que habían luchado contra los soviéticos, además de estudiantes de madrasas paquistaníes . Consolidados con la ayuda de Estados Unidos lucharon por hacerse con el poder del país.
Nacidos en el sur del país, consiguieron popularizarse en la zona ascendiendo hacia Kabul, tomándola finalmente en 1996 a base del uso de la artillería obtenida durante el periodo bélico pasado. Como consecuencia se produjo la aniquilación pública de los líderes hasta ahora del Gobierno.
Tras su implantación con la sharía como guía, llegaron las imposiciones, según ellos basadas en un islamismo puro al fundamentarse en creencias tribales primitivas, como la prohibición de la música, la educación femenina y el burka obligatorio, y barba larga en los hombres; siendo, en la mayoría de los casos, la pena de muerte como consecuencia de su incumplimiento.
A consecuencia del 11-S, Estados Unidos invade Afganistán y expulsa a los talibanes de la capital, no derrotándoles sino movilizándoles hacia el este, frontera con Pakistán, lo que facilitó la principal vía de financiación: el comercio de opio y la explotación y venta de minerales. Paralelamente, gracias a los Acuerdos de Bonn, se consolidaba el nuevo Gobierno afgano integrado por diferentes grupos étnicos y clanes, incluidos los pastunes , dejando a un lado, por supuesto, a los talibanes.
Por otro lado, Al-Qaeda, nacida en suelo paquistaní, pero también fruto de la lucha contra los soviéticos en los años 80. Esta organización recibía en su tierra natal muyahidines de diferentes países, incluidos talibanes, dispuestos a luchar contra las tropas opresoras del islam en tierra afgana, recibiendo una educación salafista previa, de corte wahabita, con la sharía como base.
Debido a esta afluencia de talibanes las relaciones entre estos y Al-Qaeda son obvias, tanto en el suministro de capital humano y logístico. Se estima que en la frontera afgano-paquistaní se encuentra en torno a 400 miembros de Al-Qaeda Central .
Y en tercer lugar Daesh, en el caso afgano ISIS-K (Estado Islámico del Khorasan). Organización nacida como escisión de Al-Qaeda se consagra como un enemigo de los talibanes, surgida en la frontera con Pakistán en el año 2014-2015 por muyahidines separatistas de los talibanes afganos y el Tehreek-e-Taliban Pakistan, estirpe talibán en Pakistán , insatisfechos con la metodología y falta de rigurosidad en su ideología islamista. Entre los talibanes y Daesh continúa abierta una lucha por la apropiación de combatientes del bando contrario, a modo de aumento de su poder en el yihadismo de la zona.
El punto clave para entender la curiosa rivalidad de estos tres grupos de salafistas suníes es la ambición territorial y estratégica. ISIS-K reprocha la mediación y contacto de los talibanes con Estados Unidos, siendo una muestra de traición al colaborar con el enemigo (Acuerdos de Doha); por otro lado, mientras que los talibanes se centran únicamente en el control del suelo afgano y determinadas zonas paquistaníes, tanto Daesh como Al-Qaeda aspiran a una expansión global, algo que para la organización “madre” no supone un problema debido a los lazos de amistad que liga con los talibanes, siendo totalmente compatible con sus propósitos.
El quid de la cuestión se halla en quién es el mayor foco de preocupación aquí en el ámbito internacional. A nivel nacional, ninguno de los tres personajes a tener en cuenta es positivo, sin embargo, a nivel internacional, la proactividad talibán, en cuanto a colaboración o relación internacional se trata, puede ser un punto muy positivo para aniquilar a la facción del Daesh en la zona siendo, como ya se ha declarado en el presente documento, su enemigo. No obstante, como ya mencionaba en mi anterior artículo sobre la victoria estratégica de Al-Qaeda frente a Daesh, la metodología llevada a cabo por la organización madre frente a su escisión, puede que le haya dejado hoy en día en un segundo plano en cuanto a focos mediáticos se trata, pero ha ganado notablemente en lo relativo a redes a nivel transnacional que ha establecido. Los talibanes al igual que ofrecieron en su momento cobijo al líder de Al-Qaeda, Osama bin Laden, no resultaría para nada extraño, que esa cadena de favores y colaboraciones continuara repitiéndose por ambos bandos. En caso de que el ISIS-K emprendiera una guerra abierta para hacerse con el control afgano o al menos con parte de este, la lucha conjunta entre talibanes y Al-Qaeda sería decisiva. Se suma además la Red Haqqanai , una de las milicias más peligrosas del país, consagrada por talibanes que comparten creencias y ambiciones con Daesh y dispuesta a unirse en la lucha.
Con el acuerdo en Doha entre Estados Unidos y los talibanes el 29 de febrero de 2020, el Gobierno norteamericano se comprometía, por un lado, al repliegue de sus tropas en Afganistán, presentes desde la GWOT tras el 11-S, y por otro la retirada de las sanciones impuestas a líderes talibanes, todo esto a cambio del compromiso talibán de no permitir el establecimiento de ninguna organización o individuos que amenacen la seguridad de Estados Unidos y sus aliados, incluyendo Al-Qaeda o Daesh . En las negociaciones se incluyeron en suma las negociaciones entre afganos para conseguir un alto al fuego en pro al futuro político del país además de la liberación de hasta 5.000 prisioneros, según informa BBC, y 1.000 funcionarios del Gobierno afgano presos de los talibanes.
Estos acuerdos, lejos de conseguir un periodo de paz ha reabierto la herida, posicionando al país en uno de los peores escenarios imaginables, además de la cruda situación en la que se ha sumido a su población. La posibilidad de refuerzo tanto de Al-Qaeda como de ISIS-K se han multiplicado, siendo éstas el destino perfecto de aquellos talibanes o islamistas que exijan un fundamentalismo más radical por parte de los talibanes o incluso mayores ambiciones territoriales y contra el enemigo lejano.
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