Opinión

Sin demagogia, por favor

photo_camera parlamento españa ucrania

Se han hecho y están haciéndose multitud de análisis sobre la guerra en Ucrania desde casi todas las perspectivas; históricas, psiquiátricas, políticas, militares, económicas, en definitiva, desde cualquier ángulo que permita atisbar una explicación más o menos coherente de las razones de esta guerra. Además de existir una ingente cantidad de información en todos los soportes conocidos que llega a casi cualquier lugar del planeta.

De manera que cualquier ciudadano en mayor o menor medida tiene una idea de lo que está sucediendo y, por ende, una posición política al respecto. Más o menos profunda, pero clara para sí mismo. Aunque quizá insuficiente porque es necesario tener información de primera mano en momentos tan delicados como los actuales.

En las sociedades democráticas del S.XXI no sé quién decía que las noticias vienen a uno, no hay que ir a buscarlas, lo cual es bastante cierto y más en casos como este. Pero estas noticias vienen ya filtradas por los medios de comunicación y a veces resulta necesario recibirlas de los que toman las decisiones.

Por lo que ahora, inmersos ya en las acciones militares rusas y las consecuencias de la guerra, las sociedades de los países democráticos más afectados estamos viendo cómo nuestros dirigentes políticos se están poniendo a actuar para intentar detener o minimizar daños presentes y futuros que esta guerra puede ocasionarnos. Y sabemos lo que están haciendo, pero a toro pasado y mediante intermediarios.

Lo que está faltando es claridad y anticipación, porque a medida que vayan avanzando los días y la toma de medidas se vaya incrementando en consonancia a la variación de las circunstancias, vamos a necesitar menos circunloquios, menos autojustificaciones y mayor número de verdades, bien explicadas, sencillas, claras y debidamente argumentadas. Y a ser posible antes de que se adopten, para poder tener a “la opinión pública”, (factor fundamental en las democracias), con capacidad para ejercer el derecho a discutir y de negar o aceptar las decisiones del Ejecutivo. Se lleven posteriormente a cabo o no.

Los Estados de derecho necesitan para funcionar de una adecuada información y de la aquiescencia de su población para continuar debidamente su curso. Y como tales sociedades libres y en ocasiones especiales como las que estamos viviendo o podemos llegar a vivir, con mayor motivo. Estamos en un momento donde los riesgos podemos calificarlos de “riesgos mayores”, aquí no hay que decidir si se cambia el nombre a una calle, se pacta con tal partido o con el otro, ni si los presupuestos o la reforma “x o y” se aprueban o no. Todo eso pasa a un segundo plano, porque estamos en una situación que si va mal, pone en riesgo vidas, el futuro propio el de  nuestros hijos y haciendas. Y si solo va medio mal, nos puede hacer pasar un periodo indeterminado de tiempo inmersos en una crisis económica y social atosigante. Así que pocas bromas.

De modo que conviene que desde los distintos ámbitos políticos y mediáticos, sus actores manejen con exquisito cuidado los mensajes y su adopción de posiciones. No se debería hacer demagogia, ni electoral, ni partidista, ni el más mínimo gesto gratuito, hasta que esta tragedia no se haya dado por terminada.

Y la manera de expresar las cosas públicamente es en el Parlamento, es decir, en la institución de debate por excelencia de las democracias, ese es el lugar donde hacer la exposición por parte del Gobierno de manera que nos permita a todos, saber qué sucede o va a suceder de manera directa y de acuerdo con el mandato constitucional. Tanto al resto de representantes políticos como a los representados, o sea, a la ciudadanía en general. Ahí podemos ver con claridad si lo que se va a decidir está o no justificado y de qué manera. Sin necesidad de intermediarios como los medios de comunicación que luego harán su papel. Ahí podemos ver sin cortapisas quién hace demagogia y quién esconde trampas con las palabras, podremos observar en conjunto las posturas y a quienes las defienden, con matices, lo que ayuda a formarnos una opinión más amplia que una simple declaración unilateral del presidente del Gobierno, un representante de este o de una oposición simplemente refractaria.

Lo que está sucediendo desde hace años es que el Ejecutivo ha ido tomando tal protagonismo que prácticamente a la sede del poder legislativo la han dejado como un simple lugar donde contar votos y dirimir sus diferencias con la oposición, mediante altisonantes declaraciones cargadas de reproches partidistas de unos y de otros. Convirtiendo dicho Parlamento en una especie de corral de peleas de gallos, donde el que más agita y alardea recibe el premio de una reseña destacada en los medios. No en el lugar donde los representantes de la Soberanía Nacional, es decir los representantes del pueblo, verdadero propietario de dicha Soberanía, dirimen las opiniones y las posiciones de las distintas corrientes existentes en la sociedad y acuerdan con criterio el modo en que se ejerce. Esto, como es obvio, se estudia en primer curso de Primaria, aunque muchos parece que lo han perdido de vista.

Por ese motivo, el Gobierno debe llevar este tema de la guerra y sus consecuencias al Parlamento día sí y día también. Debe obligarse a dar explicaciones amplias y detalladas a todos los parlamentarios de la Cámara. Debatir medidas, posiciones, escuchar a los oponentes, no despreciar sus apreciaciones y rebatir o incorporar a su política las propuestas que lo merezcan. Y la oposición proponer y oponerse a aquellas cosas que considere oportuno, no a intentar ganar votos a costa de la bronca. Y menos ahora.

Así mismo se debe anticipar información sobre aquellos temas que van a ir al Consejo de la Unión Europea, a la Comisión o al órgano que en ese momento sea competente. Se debe expresar la percepción general y el ambiente existente de lo que está ocurriendo dentro y fuera de la Unión, al margen de las declaraciones oficiales de esta, y además, aprovechar para acercar la Unión Europea a los ciudadanos, que dicho de sea de paso es un momento excelente para aproximarla y hacer sentir a todos que no es una lejana burocracia despersonalizada la que nos gobierna.

De modo que Gobierno, oposición y resto de partidos de la Cámara, deben de estar a la altura de las circunstancias y demostrar, si es que la tienen, responsabilidad, capacidad de diálogo, honestidad política, altura de miras, mesura y una idea clara de que esto que está sucediendo es un acontecimiento de enorme envergadura con riesgos desconocidos e imprevisibles y por ese motivo debe debatirse con la rigurosidad imprescindible.

Ya veremos si las capacidades que demuestran son las requeridas o si, como es de temer, son una clase política incapaz de representarnos debidamente, en cuyo caso abrirán la puerta a los “salvapatrias” de uno u otro color que siempre están pescando al borde del río.