
Con la intención de romper el vínculo existente en el imaginario colectivo occidental entre islam y terrorismo, y con el fin de entender el fenómeno yihadista para prevenir futuros escenarios de conflicto y abordar aquellos coetáneos, el presente estudio pretende evaluar los factores que subyacen a la consolidación de la ideología salafista. A continuación, se estudiarán tres países altamente afectados por el terrorismo yihadista en los cuales el porcentaje de población musulmana no constituye una mayoría de la población.
El fin de utilizar Nigeria, Mozambique y República Democrática del Congo (RDC) como base de la investigación es el de recalcar la interdependencia de los factores influyentes en la presencia y arraigo del salafismo en las sociedades africanas, independientemente del papel que pueda tener el islam en ellas. De esta forma, se pone de relieve la importancia del contexto socioestructural y psicosocial en la expansión del yihadismo a nuevos territorios y la necesidad de abordar problemas relacionados a estos ámbitos para frenar su propagación. Más que realizar un estudio exhaustivo y profundo sobre la historia y actualidad del terrorismo en cada país, se analizarán las variables coincidentes en los tres casos, así como las diferencias existentes, para entender el peso de los factores que contribuyen al arraigo y expansión de la ideología salafista.
De entre las cuatro oleadas del terrorismo moderno establecidas por Rapoport1, la cuarta oleada se caracteriza por sus motivaciones y aspiraciones religiosas. En efecto, en este periodo han surgido organizaciones no necesariamente vinculadas a la religión musulmana, pero innegablemente esta se ha convertido en uno de sus mayores exponentes. El advenimiento de esta etapa fue impulsado por ciertos acontecimientos que realzaron el ánimo y la esperanza acerca del triunfo del islam en las sociedades islámicas frente a la secularización sufrida durante el periodo colonial2. En un principio, diversas organizaciones insurgentes violentas dieron forma a lo que hoy conocemos como terrorismo yihadista, produciéndose una transformación de la yihad3 a una de carácter ofensiva y violenta.
Si bien el terrorismo yihadista suní, al que se hará referencia a lo largo de este análisis, tuvo sus orígenes en el contexto de la guerra afgano-soviética, rápidamente adquiriría connotaciones internacionales. Así, el enemigo cercano, es decir, los Gobiernos locales, dejarían de ser la principal amenaza para Al Qaeda, pasando a centrar sus esfuerzos en combatir a las tropas e intereses extranjeros, particularmente estadounidenses, ya no solo en clave local, sino a nivel internacional. Tras un proceso de descentralización del terrorismo yihadista, con incontables células y redes operativas a lo largo y ancho del globo, y en la última década con la figura del actor solitario gracias a la propaganda ejercida a través de las redes sociales y otros medios de comunicación públicos y propios de las organizaciones, el yihadismo se ha convertido en una de las principales amenazas para la seguridad nacional de los Estados.
Frente a esta amenaza asimétrica, que pretende sembrar el miedo en la población, se ha extendido una creencia maniquea identificando el islam, en tanto que movimiento heterogéneo, ya no solo con la tendencia al radicalismo, sino también con el terrorismo yihadista, produciéndose, en efecto, una criminalización de la religión. Si bien este fenómeno se ha producido especialmente en las sociedades occidentales, también ha tenido lugar en ciertos países africanos donde el islam forma parte de una amalgama de minorías religiosas.
El yihadismo, cuya doctrina ideológica es el salafismo, representa una visión de entre las numerosas interpretaciones que se dan dentro del movimiento islámico. Concretamente, se basa en una interpretación fundamentalista, es decir, literal, de los hadices del profeta y del texto sagrado, el Corán. Sin embargo, esta literalidad es también arbitraria, puesto que las aleyas utilizadas para justificar el terrorismo salafista yihadista están en muchos casos incompletas o sacadas de contexto4. En base a esta afirmación se puede cuestionar, por tanto, la religiosidad a la que aluden los grupos yihadistas, especialmente teniendo en cuenta la victimización de las poblaciones musulmanas. Estas se han convertido en las principales afectadas por el terrorismo salafista yihadista, cuya justificación radica en la idea takfirista por la cual es aceptable matar a un musulmán si es considerado un kafir o infiel, es decir, si su visión del islam es contraria a la del salafismo o no es igual de rigorista.
En los últimos años, ha aumentado dicha victimización en el continente africano al tiempo que se ha convertido en un escenario de proliferación de grupos yihadistas cuyos niveles de violencia y capacidad operativa se han visto reforzados. Si bien la franja saheliana es actualmente el epicentro del yihadismo en África5, la violencia terrorista ha aumentado exponencialmente en otras partes del continente. Por tanto, resulta comprensible el creciente foco de interés en la región del Sahel, convertida en frontera avanzada para España, pero también el estudio de las estrategias, modus operandi y estructuras de los grupos terroristas en otros puntos más alejados de África puede permitir una previsión del devenir del movimiento yihadista a nivel regional e incluso global.
Conocer las bases teóricas del islam es un elemento fundamental para comprender la realidad del fenómeno terrorista en las sociedades estudiadas. Como se ha destacado anteriormente, el salafismo hace referencia a la base ideológica del yihadismo y es la doctrina más radical y ortodoxa dentro de la rama sunita del islam, caracterizada por su intransigencia, fundamentalismo y por su aceptación y justificación de recurrir a la violencia. Partiendo de esta base e idealmente bajo un califato regido por la ley islámica o sharía, el objetivo de esta doctrina religiosa es el retorno a los primeros tiempos del islam, borrando toda tradición adquirida posteriormente al óbito de Mahoma6.
Existen cuatro escuelas jurídicas dentro de la rama suní del islam que interpretan los textos del Corán: la hanbalí, malikí, shafií y hanafí. El predominio de una determinada escuela coránica en la sociedad puede servir como indicador de las posibilidades que tiene la ideología salafista de penetrar en ella, aunque no siempre es determinante. Esto se debe a que existen otros factores importantes tanto en el proceso de adhesión a ideas radicales de ciertos sectores de la población como en el establecimiento de los grupos en algunos lugares.
En los últimos años, ha tenido lugar un aumento de la influencia de la escuela jurídica hanbalí, «de la que descendería el salafismo»7, a la par que se ha extendido la amenaza yihadista a múltiples puntos de África. El terrorismo de etiología salafista yihadista afecta, en mayor o menor medida, a 23 países del continente según un mapa elaborado por el American Enterprise Institute8. Este hecho ha estado acompañado de una labor de proselitismo traducida en la inversión por grupos yihadistas en la creación de escuelas y mezquitas, y la colocación de imanes y líderes religiosos que cumplan con su visión rigorista. Se ha propagado, de esta forma, una visión del islam de carácter radical y violento, especialmente entre la población más joven, que constituye un elevado porcentaje del total de la población de estos países.
Sin embargo, en el continente africano, la escuela jurídica predominante es la malikí9, cuyas interpretaciones de las aleyas y leyes islámicas son más moderadas y liberales que otras escuelas. Además, en África occidental predomina el sufismo, «una forma popular de islam por incorporar prácticas locales en los lugares donde se ha asentado», lo que propicia un clima de sincretismo, comprensión y empatía entre las distintas tradiciones, religiones y ramas del islam —pues tanto suníes como chiíes pueden ser sufistas— promoviendo una convivencia pacífica entre ellas10. Esta práctica de interiorización, meditación y espiritualidad característica de la umma o comunidad musulmana en África la convierte en «escasamente propensa al uso de la fuerza armada para acrecentar su amplia colectividad»11. Sin embargo, a pesar de la existencia de un islam sufista en muchas partes del continente, en estos países existen tradiciones, islámicas o no, que pueden ser violentas. Este tipo de tradiciones «no es cura contra el yihadismo, sino más bien una condición de su posibilidad»12, por lo que podrían contribuir a crear un entorno propicio a la radicalización violenta, facilitando la aceptación social de dicha violencia.
El terrorismo yihadista en los tres países objeto de estudio refleja la amplia capacidad y posibilidades de expansión de las que disponen los grupos terroristas, llegando a establecerse en numerosos países a pesar de las ostensibles diferencias porcentuales de población musulmana. A continuación, se expone un análisis geográfico de la relación entre la actividad yihadista y la población musulmana en cada país, estudiando concretamente el modus operandi de las organizaciones y la localización de los ataques.
En la República Democrática del Congo, existe una minoría musulmana asentada en el noreste del país13 que, unido a la minoría que habita en la capital, Kinshasa, conformaría entre un 10 y 15 % de la población total. Tras analizar datos recabados por el Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo (OIET), entre enero y septiembre de 2020, este último mes incluido, 5 atentados fueron perpetrados en Ituri y 9 en Kivu del Norte, la mayoría en la localidad de Beni, provincias limítrofes situadas precisamente en el noreste del país14. Si bien existen numerosas milicias y grupos armados, los grupos yihadistas activos en la zona son las Fuerzas Democráticas Aliadas y el Estado Islámico de la Provincia de África Central (ADF e ISCAP, según sus siglas en inglés). Las ADF, grupo de origen ugandés, es conocido por haberse establecido en esta zona del Congo montañosa y fronteriza con Uganda15, mayoritariamente musulmana.
En el caso de Nigeria, alrededor de la mitad de la población profesa la religión cristiana, y el otro 50 %, aproximadamente, es musulmana16 y habita las provincias septentrionales del país. De los 140 atentados cometidos por los diversos grupos terroristas, principalmente Boko Haram y Estado Islámico de la Provincia de África Occidental (ISWAP, por sus siglas en inglés), 99 fueron cometidos en la provincia de Borno, al noreste del país, y el resto fueron perpetrados en otras localidades del norte. Además, la zona del Lago Chad, enclave fronterizo entre Nigeria, Camerún, Níger y Chad, se ha convertido en la zona donde Boko Haram ha establecido sus campos de entrenamiento y refugio por la dificultad de acceso para las fuerzas de seguridad. Además, el bosque Sambisa, en el noreste de Nigeria, cerca de la frontera con Camerún, es un punto estratégico de su actividad operativa debido a la porosidad fronteriza y la vasta extensión del terreno, lo que limita la actuación de las fuerzas de seguridad.
En Mozambique, que cuenta con un 18 % de población musulmana, el terrorismo yihadista ha aumentado exponencialmente en los últimos años. Tanto el grupo Ansar al-Sunna como la filial de Dáesh antes mencionada, ISCAP, centran su actividad en la provincia de Cabo Delgado, en la región más septentrional, donde el islam constituye una mayoría17. Según datos recabados, 23 de los 24 atentados entre enero y septiembre de 2020 han tenido lugar en Cabo Delgado, mientras que el único restante ocurrió en la localidad de Manica, al oeste del país. Es sabido que en la zona de los Grandes Lagos de Tanzania se han establecido los grupos terroristas, entre ellos Ansar al-Sunna, para llevar a cabo actividades de entrenamiento18. Por otra parte, debido a la situación costera y estratégica de Cabo Delgado, los grupos terroristas obtienen financiación del contrabando de materias primas como la madera o el marfil hacia África y Asia a través del puerto.
En base a la correlación explicada anteriormente, en estos países los grupos yihadistas llevan a cabo una victimización de la población musulmana, puesto que las áreas habitadas por esta son el objetivo principal donde realizar sus ataques, y sentar su base logística y operativa, además de sus actividades de proselitismo. Dicha victimización no solo se percibe por el hecho de que los atentados terroristas se cometan en las zonas donde está establecida la población musulmana, sino por la recurrencia a los ataques contra la población civil. Como podrá observarse en el siguiente gráfico, en RDC y Mozambique, las incursiones en poblado son el tipo de atentado predominante, mientras que en Nigeria constituye un modus operandi recurrente, pero no es el más popular.
La victimización de la población en zonas de mayoría musulmana en cifras (enero- septiembre 2020)
Cabe destacar también la elevada cifra de civiles fallecidos en el caso de la República Democrática del Congo y Mozambique frente al número de miembros de las fuerzas de seguridad asesinados, lo que puede responder a que estos grupos se encuentran en una fase inicial en comparación con los grupos terroristas operativos en Nigeria. Es decir, las organizaciones creadas hace relativamente pocos años o con una capacidad operativa menor que Boko Haram, por ejemplo, como Ansar al-Sunna en Mozambique, surgida en 2017, y las Fuerzas Aliadas Democráticas en RDC, surgida en 1995 pero tradicionalmente dedicada a otros tipos de violencia colectiva, centran sus recursos, evidentemente limitados, contra la población con tres objetivos prioritarios. Entre estos objetivos destacan la captación de adeptos, aunque sea mediante el uso de la fuerza y la violencia, la obtención de financiación mediante el saqueo de poblados, y el propiciar una respuesta por parte de las fuerzas de seguridad. De esta forma, la táctica de desgaste contra las fuerzas de seguridad y la represión que estas emplean en respuesta a la violencia terrorista, que termina afectando a la población musulmana establecida en las zonas, deslegitiman al poder estatal.
En Nigeria, sin embargo, a pesar de que el número de civiles fallecidos a causa de los ataques terroristas es mucho mayor que en Mozambique y RDC, se da el caso de que las incursiones en poblado, si bien siguen siendo frecuentes, son menores en número que los ataques contra las fuerzas de seguridad. Las causas subyacentes puede ser la mayor capacidad operativa, financiera y logística para realizar este tipo de ataques, o la creciente pérdida de apoyos sociales debido a la indiscriminación y la brutalidad empleadas por los grupos, como Boko Haram19, unido al hecho de que «la población musulmana no solo no adhiere a esta radicalización de la religión, sino que la rechaza»20. Es precisamente esta indiscriminación característica de su modus operandi, que está vinculado al takfirismo anteriormente mencionado y a la consideración de infiel de musulmanes moderados, provocando escisiones en el seno de la organización. En contraposición, el modus operandi más recurrente de ISWAP en Nigeria, al igual que sucede en RDC y Mozambique con el Estado Islámico de África Central (ISCAP) —cuyo nivel de operatividad es menor que los otros grupos activos en la zona— consiste en la lucha contra las fuerzas de seguridad21. En efecto, el que puedan seguir expandiéndose también tiene que ver con la cooperación entre diversas organizaciones, tanto terroristas como de delincuencia organizada.
El establecimiento de las organizaciones terroristas en estas zonas responde a una serie de factores que serán analizados a continuación, pero el entorno geográfico también ofrece oportunidades para el establecimiento de los grupos, y para el aumento de su operatividad y financiación. Las fronteras, especialmente cuando se trata de zonas geográficamente adversas para la vigilancia policial como los parques naturales, desiertos, selvas o lagos, suponen una oportunidad para los grupos terroristas, así como para los grupos de delincuencia organizada. Estos lugares permiten la creación de campos de entrenamiento y adoctrinamiento o simplemente sirven como lugar de refugio para los grupos terroristas.
Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, en relación con el Índice de Desarrollo Humano, Nigeria se encuentra en el puesto 158 de 189; RDC en el puesto 179; y Mozambique en el 180 de los países examinados22. Paradójicamente, estos tres Estados son ricos en recursos naturales. Nigeria posee ingentes reservas de hidrocarburos; Mozambique, y en concreto la provincia de Cabo Delgado, posee una de las mayores reservas de gas del mundo; y RDC es rica en zonas mineras de oro, coltán y diamantes, precisamente situadas en Kivu del Norte y del Sur23. Sin embargo, y a pesar de toda esta riqueza, la población en las zonas de estudio experimenta serias dificultades económicas, lo que facilita el reclutamiento de los grupos terroristas a cambio de incentivos económicos, unido a los elevados niveles de densidad demográfica, especialmente en Nigeria y RDC. Podemos encontrar factores de tipo socio-estructural, es decir, relacionados a la demografía, economía, política y sociedad, que suponen oportunidades para el establecimiento y consolidación de los grupos terroristas en las zonas de estudio.
En el caso de Mozambique, el grupo Ansar al-Sunna «explota el islam y los agravios locales», teniendo en cuenta que la provincia de Cabo Delgado es una de las más pobres del país, para llevar a cabo tareas de reclutamiento y adoctrinamiento24. La pauperización y marginación sufrida por parte del gobierno central, especialmente por la población musulmana en esta provincia, es uno de los puntos principales en la narrativa de captación de los grupos yihadistas. De esta forma, instrumentalizan no solo el islam, sino también la forma de islam africano predominante, el sufismo, arremetiendo contra su misticismo en una evidente visión takfirista, al tiempo que cuestionan la inacción de los líderes sufíes frente al Gobierno local y estatal.
En la República Democrática del Congo, el aislamiento de la vida pública y política de la comunidad musulmana por el gobierno central se remonta al periodo colonial, aunque se ha perpetuado con el paso del tiempo25. Actualmente, sigue existiendo una falta de representación de la minoría musulmana, marginada a todos los efectos, pues ni tan siquiera es reconocida como una minoría de manera oficial en el país. Sin embargo, es precisamente la «efervescencia religiosa» que da cabida a numerosas confesiones entre las que elegir26, y también a tensiones interétnicas y religiosas entre los propios musulmanes, lo que promueve la dicotomía entre el sufismo y el salafismo en la RDC, tendiendo a enfrentar a aquellas generaciones más antiguas y tradicionales y a los grupos más jóvenes27.
La marginación de la comunidad musulmana por los gobiernos y el reclutamiento de jóvenes debido; por un lado, a los altos niveles de desempleo y a la escasez de oportunidades; y, por otro lado, a que pueden estar abiertos o dispuestos a aceptar ideologías más radicales, también sucede en Nigeria. El norte, habitado mayoritariamente por musulmanes, ha estado tradicionalmente aislado por el Estado, quien privilegiaba a la población cristiana en el sur. En base a esto, Boko Haram, por ejemplo, instrumentaliza el islam de forma que explota la frustración de los creyentes, en especial de aquellos más jóvenes, producida por «las altas tasas de desempleo juvenil, pobreza extrema, corrupción gubernamental, la falta de educación y el sentimiento de exclusión religiosa y étnica», aunando en su narrativa el contexto histórico, social y político de la etnia Kanuri presente en la zona del Lago Chad28.
A estos factores socio-estructurales, podemos añadir el fácil acceso a armamento debido al flujo de municiones tras el fin de conflictos pasados regionales y locales y de la existencia de bandas dedicadas al tráfico de armas, lo que ha materializado la conflictividad social ya existente en estas zonas, donde existen milicias de autodefensa, milicias étnicas, grupos armados separatistas, de crimen organizado y terroristas. Un caso paradigmático es el de la RDC, donde las tensiones interétnicas, la proliferación de milicias y la lucha por el control de los recursos naturales, que se tradujeron en las guerras del Congo, están todavía en el centro de la violencia de los grupos armados.
El fenómeno terrorista es multifactorial, por lo que sería incorrecto determinar que solo una de las características anteriormente mencionadas es la causa de la aparición del terrorismo en las zonas tratadas, especialmente teniendo en cuenta que las deficiencias socio-estructurales se dan en múltiples puntos del continente. Por tanto, ha de entenderse el arraigo del salafismo y la proliferación del yihadismo como una miscelánea de elementos que no solo tienen que ver con el contexto sociopolítico y económico, sino también con los llamados factores psicosociales. Resulta evidente que los procesos de radicalización del individuo —en tanto que ser social— se encuentran condicionados por este contexto, pero también están íntimamente vinculados a la condición psicológica individual.
No obstante, «ni la psicología individual», «ni los atributos de los entornos sociales» son suficientes para comprender el fenómeno terrorista, por lo que parece necesario analizarlo desde la perspectiva de la psicología social29. Pueden distinguirse algunos factores psicosociales, destacados por De la Corte et al., entre los países objeto de estudio que causan el terrorismo salafista yihadista. La característica más evidente es la «activación de sentimientos e indignación moral», aprovechando la marginación política, social y económica sufrida por la población musulmana. Por otra parte, los grupos terroristas tratan de ejercer una influencia social sobre la minoría musulmana mediante la violencia para lograr sus objetivos, evidenciado por los numerosos ataques contra la población civil. Además, los «entornos de socialización» primaria, como son las escuelas y mezquitas radicales de la escuela hanbalí, que se han extendido por el continente, y secundaria, es decir, los centros de adoctrinamiento de las organizaciones terroristas también contribuyen a un mayor arraigo de la ideología salafista, pues estos entornos forman parte del núcleo de interacción social del individuo. Esto resulta especialmente importante cuando se trata de personas jóvenes y de niños, como sucede en Nigeria y en la RDC con el reclutamiento de niños desde muy temprana edad.
Adicionalmente, existe otro factor que contribuye al arraigo y expansión de la ideología salafista. En general, las minorías musulmanas sufren una doble victimización: la ya mencionada, por los grupos terroristas, quienes las convierten en sus principales objetivos de ataque y de reclutamiento, pero también por las fuerzas de seguridad. Esto sucede, por ejemplo, en la RDC, donde se encuentran bajo el escrutinio del Estado debido a las acusaciones de colaboración de la población con el grupo terrorista ADF, pues sus miembros proceden de la minoría musulmana situada en el noreste del país30. Por otra parte, según la Unión Europea, «las fuerzas de seguridad del Gobierno mozambiqueño han respondido con una violencia desproporcionada», a la amenaza terrorista incurriendo en la violación de derechos humanos de la población31. Esta criminalización de la población musulmana por parte del Estado y de las fuerzas de seguridad puede propiciar la radicalización de aquellos que se encuentran atraídos por los discursos más extremistas propios del salafismo.
En base al anterior análisis, se puede observar que el papel del islam en relación con el terrorismo en los países africanos mayoritariamente no musulmanes se vuelve circunstancial, pues es utilizado por los grupos yihadistas beneficiándose del contexto y del entorno geográfico en una tendencia claramente oportunista. El enfoque estratégico de las organizaciones terroristas se basa en la explotación de vulnerabilidades sociales para protagonizar acciones disruptivas que causen caos y desestabilicen a los Gobiernos, ya de por sí frágiles y corruptos, y a las sociedades fragmentadas. Así, la marginación y desatención que sufre la población musulmana por parte del Estado o del Gobierno local, como ocurre en los tres casos de estudio, se vuelve una oportunidad para el grupo terrorista en tanto que sienta las bases para la radicalización y permite el arraigo de discursos e ideologías extremistas.
Los casos de Nigeria, RDC y Mozambique revelan la elección de las organizaciones terroristas de centrar su ámbito de actuación en zonas de mayoría musulmana. Esta victimización de la población también se observa mediante la recurrencia a las incursiones en poblado y el elevado número de víctimas civiles causadas. De esta forma, la población musulmana es, en efecto, el objetivo de reclutamiento de los grupos yihadistas, para lo cual utilizan la violencia o unas narrativas mediante las que instrumentalizan el descontento generalizado con el gobierno.
Ciertamente, el desarraigo a nivel social e institucional, la precariedad económica y la falta de oportunidades pueden propiciar un entorno de fidelidad y connivencia entre los sectores más radicales, a veces incluso presentándose la organización yihadista como una autoridad capaz de cumplir con el contrato social —el cual el Gobierno es incapaz de honrar— sirviendo como vector de entrada para el salafismo. Sin embargo, precisamente los ataques tienen lugar en zonas de mayoría musulmana dada la reticencia general de esta a incorporar el salafismo a su visión religiosa en favor de las tradicionales prácticas sufistas, generalmente no violentas, del islam en el África subsahariana. El sufismo predominante es cuestionado y degradado por los grupos terroristas, enfatizando su impureza y la incapacidad de sus líderes para ayudar a la población musulmana, con el fin de aumentar la conflictividad y el malestar social y, en última instancia, de engrosar sus filas.
La confluencia de otros muchos factores ha facilitado la implantación de la ideología salafista en la sociedad, y del yihadismo en un nivel operacional en Mozambique, Nigeria y RDC. El entorno geográfico, la existencia de zonas donde se dan otras actividades de delincuencia como el flujo de tráficos ilícitos y, en especial, la porosidad fronteriza, suelen contribuir a la propagación del yihadismo. Además, tanto el entorno de interacción social del individuo, destacando las mezquitas y los centros educativos, teniendo en cuenta la proliferación de imanes y centros radicales, como la conflictividad y tensión social ya existentes en estas regiones auguran mayores niveles de radicalidad. Para más inri, la criminalización de la población musulmana por parte de los gobiernos y de las fuerzas de seguridad en respuesta al terrorismo también ofrece una coyuntura social de frustración que puede suponer un aumento de los apoyos sociales a los grupos terroristas y promover la radicalización.
Desvincular el islam del terrorismo pasa por aceptar que la existencia de dicha religión se vuelve necesaria para el arraigo de la ideología salafista en una sociedad en tanto que esta supone una oportunidad para los grupos terroristas, que hacen una utilización estratégica del islam. Por ende, lo que propicia el yihadismo en los países mayoritariamente no musulmanes no es el islam en sí, sino la instrumentalización y manipulación de los diversos factores coyunturales que pueden crear un entorno propenso al radicalismo.
Carolina Collado/Máster en Estudios Avanzados en Terrorismo: Análisis y Estrategias
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