
Hace unos días, la ministra de Defensa de Austria, Klaudia Tanner, especuló con la posibilidad de que Austria, junto con el resto de Europa, experimenten un gran apagón eléctrico cuya duración en el tiempo tendría de media dos semanas.
Aunque no hay una histeria colectiva, las palabras de Tanner se han convertido en pólvora encendiendo la mecha ciudadana ante el temor de que puedan terminar siendo una realidad –más pronto que tarde– en momentos en que el mercado energético global está padeciendo una disrupción derivada de todos los estragos provocados por la emergencia sanitaria originada por el SARS-CoV-2.
Esta vez el mercado energético mundial está padeciendo una alteración que no está provocada, ni por un conflicto regional entre países productores y exportadores por cuestiones bélicas, ni por un shock en la oferta derivada de una reducción en la producción que generalmente obedece a decisiones igualmente relacionadas con razones geopolíticas en las que, de una u otra forma, los principales productores de petróleo o de gas pretenden incidir para presionar al resto del mundo importador. No hay en suma un boicot, un consejo deliberado, ni la actuación de un cártel como el del petróleo como responsable de la actual crisis que enfrenta el mercado energético provocando distintos grados de nerviosismo no solo en Europa, sino igualmente del otro lado del Atlántico, y hasta en economías como la China.
Desde finales de septiembre, el gigante asiático enfrenta una serie de apagones eléctricos en varias ciudades con medidas de racionamiento energético entre sus ciudadanos pero también entre los industriales.
De las 31 provincias chinas prácticamente en el 70% hay cortes eléctricos y se han establecido diversos horarios en los que deja de haber luz; en algunos pueblos con personas mayores temen que la llegada del invierno sea más duro que nunca precisamente por la falta de suministro que impida tener encendidas estufas y otros calefactores.
Ninguna economía del mundo ha estado jamás preparada para el cierre y el frenazo que por meses –y de forma intermitente– se vivió el año pasado en casi todos los países buscando los confinamientos como vía desesperada para contener la velocidad del contagio del coronavirus.
Esta parálisis implicó no producir en muchos sectores que se consideraron no esenciales, la gente se quedó en sus casas salvo los trabajadores más imprescindibles.
Sin embargo, la llegada de las vacunas antiCOVID y su aprobación para uso de emergencia en la población ha permitido que se avance rápidamente hacia la recuperación económica en la medida que vuelve la confianza y reduce la incertidumbre por el miedo provocado ante el patógeno. La gente ha vuelto a sus usos y costumbres reactivando en consecuencia la demanda de una forma más rápida e inusitada que la capacidad de respuesta de la producción y fundamentalmente que la reacción del sector de la distribución que se ha visto rebasado en todos los sentidos.
Así, faltan buques para transportar los barriles de crudo, faltan para transportar microchips, para llevar neumáticos, videoconsolas, algodón, textiles y varios productos procesados así como multitud de insumos primarios. Los puertos siguen mostrando cientos de contenedores vacíos sin empresas transportistas disponibles.
El mundo, en el renglón energético, sigue dependiendo y mucho del trasiego del crudo, del gas, del carbón que va de un sitio a otro lubricando el comercio. Al faltar buques, el suministro en el invierno se ha puesto en semáforo amarillo con una alerta que, en algunos países, va sonando a amenaza apocalíptica.
Europa mira con recelo los racionamientos eléctricos que ya aplica China, en momentos en que desde el Gobierno austríaco han decidido sensibilizar a su población acerca de la “seria posibilidad” de padecer un apagón que les deje por un tiempo –de varios días– sin energía para conectar sus teléfonos, ni tener internet, ni poder guardar en sus refrigeradores comida perecedera.
¿Cuándo puede suceder? En Austria no lo saben, pero por lo pronto ya implementaron una campaña titulada ‘Qué hacer cuando todo se para’ con la finalidad de que su población esté preparada en sus casas para afrontar –lo mejor posible– una situación de emergencia derivada de la falta de suministro eléctrico ante lo que, aconseja, almacenar botellas con agua, radio con pilas, velas, comida enlatada y alguna batería portátil.
Karl Nehammer, ministro del Interior austriaco, también confirma que habrá constantes protocolos de actuación en el Ejército para capacitar a sus soldados sobre qué hacer ante este tipo de contingencias para apoyar a la población.
La peculiaridad de Austria es que su suministro fundamental es por tubo y llega desde Rusia; en España, la situación es diferente porque el 60% del suministro en 2020 entró por barco y el restante por tubería.