Sáhara Occidental: la hora de la verdad

Los saharauis deben ser conscientes de que el tiempo corre en su contra. El proyecto del Polisario, concebido a la sombra de disputas y rivalidades regionales, se ha convertido en rehén de la interminable pugna entre Argelia y Marruecos. Su capacidad real para incidir en el curso de los acontecimientos es hoy poco más que simbólica. Y esa impotencia, disfrazada de épica revolucionaria, amenaza con condenar a todo un pueblo a la irrelevancia política.
La mayor paradoja es que los auténticos protagonistas —los saharauis originarios del territorio, herederos de la etapa bajo administración española— han sido sistemáticamente marginados, tanto por el Polisario como por Marruecos. Son ellos quienes han cargado sobre sus espaldas el peso del exilio, la guerra y la nostalgia, pero rara vez se les permitió decidir nada.
La instrumentalización tribal, alentada por el Polisario para ocultar el origen marroquí, argelino o mauritano de sus fundadores, ha servido para mantenerlos en la penumbra. Fueron ellos los que abandonaron sus casas en 1975, los que combatieron y sobrevivieron en los campamentos de Tindouf, pero siempre relegados a un papel decorativo.
En los orígenes del Polisario existen numerosos ejemplos que reflejan actitudes de arrogancia y desprecio hacia los autóctonos. Algunos de sus cabecillas llegaron a descalificar a la población saharaui bajo administración española, considerándola “carente de bagaje político y cultural”. Mohamed Lamin Ahmed, uno de sus “lumbreras”—antiguo cantinero en Tantan convertido en ideólogo revolucionario— llegó a afirmar que “solo nosotros, los que veníamos del norte, podíamos desencadenar una revolución” en el Sáhara, pues la población local “carecía de aptitudes”. La frase, recogida por un jurista español en entrevistas para un libro sobre El Uali, plantea un interrogante de fondo: ¿fue realmente el Polisario una expresión genuina de la voluntad popular saharaui, o más bien el resultado de dinámicas e influencias externas?
En un primer momento, la impronta de ciertos círculos marroquíes resultó evidente. Diversos testimonios señalan que buena parte del núcleo fundador del Polisario estaba compuesto por hijos de antiguos miembros del Ejército de Liberación marroquí, cuyo objetivo inicial era culminar la labor inconclusa de sus mayores frente al colonialismo español.
El propio Lamin Ahmed llegó a admitir en uno de sus tantos “delirios mesiánicos” que antes de constituir el Polisario, mantuvieron consultas y contactos con diversos responsables políticos marroquíes, entre ellos Alal El Fassi, el líder del partido Istiklal y precursor de la teoría del Gran Marruecos.
El golpe de timón se produjo con la entrada en escena del coronel Muamar el Gadafi, que, con su chequera en mano y sus proyectos ‘megalómanos” sedujo a los “rebeldes” de Tantan para establecer una suerte de “franquicia” de su “yamahiriya” en la excolonia española.
Los hechos históricos verificables delatan una gran estafa: el Polisario no nació de un movimiento popular saharaui genuino, sino de manipulaciones y conspiraciones externas.
Medio siglo después, el balance invita a la reflexión: el proyecto, pese a los sacrificios, el exilio y la frustración acumulados, se encuentra en estado de coma, sin rumbo, congelado en el tiempo y acercándose gradualmente a un final triste y caótico. Sin duda, los grandes perdedores fueron y son los hijos de la tierra.
En abril de 2020 surgió el Movimiento Saharauis por la Paz (MSP) para intentar enderezar ese rumbo torcido. Fundado, principalmente, por saharauis nacidos y criados en el territorio de la antigua colonia española, el movimiento buscó reactivar a la élite saharaui originaria para poner punto final al viaje a ninguna parte y ofrecer a nuestra gente una alternativa moderada, sensata y posible.
En definitiva, una salida para rescatar a una población exhausta, atrapada en un túnel que parece no tener final.

Pese a su juventud y a la falta de padrinos poderosos, el MSP (Movimiento Saharauis por la Paz) ha cosechado algunos avances significativos. Su ingreso en la Internacional Socialista, durante la conferencia de Estambul en mayo pasado, le permitió sentarse en la misma mesa y disputar la representatividad al Polisario. No es poca cosa. Sin embargo, desde Tinduf respondieron con lo de siempre: campañas de intoxicación, calumnias y manuales de desprestigio. El efecto ha sido limitar, por ahora, la capacidad de movilización del nuevo movimiento.
Muchos cuadros saharauis —víctimas de la exclusión e incluso de la represión— terminaron abandonando el Polisario y perdiendo fe en su proyecto. Pero han quedado varados, en tierra de nadie, incapaces de dar el salto hacia lecturas nuevas que exigen audacia y realismo político. Aún les paraliza el miedo a ser catalogados de “prófugos” o “traidores” por la temible maquinaria de propaganda del Polisario omnipresente en todas las redes sociales.
Hoy, más que nunca, los saharauis originarios tienen aún en sus manos la posibilidad de reescribir la historia. Se trata de impedir que el desenlace final los borre como protagonistas del futuro del territorio.
La vía más razonable pasa por sumarse a la dinamica e impulsar un acuerdo con el Reino de Marruecos, como plantea el MSP, sobre la base de la propuesta autonómica de 2007, un pacto con garantías internacionales que protejan los derechos e intereses de la población.
Y por qué no: recuperar e intensificar el comercio y los vínculos con Canarias y aprender de la experiencia de España en materia de autogobierno en Cataluña y País Vasco, consolidando de paso los puentes entre Marruecos y la ex metrópoli.
En definitiva, hacer nuestro propio camino, pues apostarlo todo al Polisario y a la eterna guerra fría entre Argelia y Marruecos es, lisa y llanamente, firmar la sentencia de una derrota irreversible.
El mensaje del MSP (Movimiento Saharauis por la Paz) es claro: apelar a la élite social e intelectual saharaui en su conjunto y en particular a los intelectuales con raíces en la etapa hispana, para salir del letargo y la apatía emocional y asumir el liderazgo de una rectificación histórica. Ser, por primera vez, dueños de nuestro destino. Pensar en las generaciones futuras y dejar atrás proyectos fallidos que solo han sembrado muerte y sufrimiento.
Abrir una nueva página con Marruecos, bajo tutela y acompañamiento internacional, puede ser la última oportunidad de salvación colectiva para quienes procedemos del territorio en litigio.
El reloj corre, y la suerte de los saharauis no puede seguir encadenada a consignas caducas ni a rivalidades ajenas. Mucho menos a liderazgos foráneos que hipotecan nuestro futuro.
El dilema es brutalmente sencillo: o ahora, o nunca.
Hach Ahmed. Primer secretario del MSP (Movimiento Saharauis por la Paz)