Opinión

Polisario y Ghali: congreso eterno, líder vitalicio

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Por fin terminó el enésimo congreso del Polisario. Nada menos que dieciséis ediciones, casi medio siglo, alumbran ya a los sempiternos cabecillas que cada tres años repiten este evento como si fuera ‘el día de la marmota’. Medio siglo para que una vez más no haya ningún cambio sustancial, medio siglo desperdiciado que agrava una situación cada vez más insostenible a todos los niveles, especialmente el humanitario.

Pese a que intentasen proyectar hacia el exterior un cierto halo de aperturismo, lo cierto es que echando un simple vistazo al resultado del evento todo sigue igual. Era el clásico ‘cambiar todo para que nada cambie’, solo que en este caso era un ‘todo’ muy pequeño, casi minúsculo. La escenificación pública de una presunta lucha interna por el liderazgo del grupo no ha sido al fin y al cabo más que una maniobra de cara a la galería para proyectar una suerte de democracia interna. Nada más lejos de la realidad, solo se ha vendido humo. Tanto Bachir Mustafa Sayed como Brahim Ghali son, valga la expresión, los mismos perros con distintos collares. A la vista están sus trayectorias.

Lo que único que cambió fue la duración del evento. Normalmente estos congresos ya solían ser largos, pero esta vez se han batido todos los registros. Para hacernos una idea, durante la duración de este maratoniano congreso se podían haber celebrado, por ejemplo, la mitad de unos Juegos Olímpicos, las pamplonesas fiestas de San Fermín o las exequias de la reina Isabel II de Inglaterra. Un cónclave indigesto al que, como era de esperar, no podían faltar los clásicos de siempre, invitados extranjeros procedentes de la extrema izquierda española, así como de sus nacionalismos periféricos o independentismos, para dar al evento una suerte de dimensión “internacional”. Una semana a gastos pagados comiendo buen cordero y tomando rico té, a escasos metros de niños famélicos con los que compartir algún selfie para subirlo a las redes. Unos niños a los que les niega esa posibilidad tan solo porque el dogma ideológico y visión política de esos invitados tienen que primar por encima del drama humanitario. Ellos no tienen que sufrirlo a diario.

En el Polisario el reloj de la historia se detuvo hace ya mucho tiempo, dentro de este perpetuo ‘juego de las sillas musicales’ a la hora de turnarse en los cargos, presuntamente electos, siempre por parte de los mismos personajes. Unos dirigentes caducos que peinan canas desde hace ya varios lustros y que siguen siendo refractarios a los cambios. La realidad es que ese demencial requisito de haber participado en acciones de guerra anteriores a 1991, para poder ostentar cargos de dirección dentro del Polisario, inhabilita cualquier posibilidad de cambio o aperturismo hacia una clase dirigente más joven que supere esa fractura generacional y apueste por soluciones del siglo XXI para un problema que se remonta a las profundidades del siglo XX.

No parece que eso vaya a cambiar, ni siquiera con “su” guerra actual parecen contemplarlo. Una norma asimismo que blinda sus acomodadas vidas y la de sus familias ante una población llena de carencias y penurias que asiste, una y otra vez con resignación, a la permanente ‘bunkerización’ de una cúpula cada vez más acomodada en puestos de privilegio y los beneficios pecuniarios que ello conlleva.

Y es que, aunque estos días circulasen imágenes con urnas siendo utilizadas por sonrientes votantes, o que incluso presumiesen de haberse aventurado en el terreno de la demoscopia publicando resultados de sondeos preelectorales entre Ghali y Mustafá Sayed, el resultado ya estaba decidido y una vez más Ghali iba a ‘ganar a la búlgara’. Son una cúpula dirigente al más puro estilo de Todor Zhivkov, aquel Secretario General del Partido Comunista Búlgaro durante nada menos que 35 años, y por el que gracias a sus sucesivas y sospechosas reelecciones terminó acuñándose la antedicha expresión.

Otro dato que refuerza esto es la relación de los 27 miembros de la dirección política elegidos en el congreso. Solo echar un vistazo a los nombres y empieza a aflorar el olor a rancio. Bucharaya Beyun, Mohamed Luali Akeik, Abdelakader Taleb Omar, Jira Bulahi, así como un largo etcétera.

El largo y continuado fracaso de la estrategia armada del grupo, la reelección de Ghali, junto con la ausencia de renovación de sus estructuras y órganos de poder, pese a que la contestación y disidencia interna es cada vez mayor, supone una huida hacia adelante que no augura cambios en aras de una solución a corto plazo. Un sector disidente que pide a gritos que salgan del eterno viaje a ninguna parte en el que llevan medio siglo inmersos, y que se exploren vías nuevas que acaben con el sufrimiento de una población acantonada y abandonada sine die en los campamentos por su clase dirigente, a la sazón la banda de Ghali. Una vía nueva que debe de partir de la propuesta de Autonomía que propone Marruecos desde hace más de quince años.

El tiempo pasa y las únicas soluciones que ofrece el Polisario son bélicas. De hecho, el congreso se realizó bajo el lema de "unir filas y aunar esfuerzos para continuar la gran batalla por la independencia", sobran las palabras. Propaganda exacerbada, eslóganes vacíos, falsas esperanzas, engaño y, sobre todo, guerra. Eso solo puede ser la antesala de la derrota final. Al fin y al cabo, las decisiones siempre dependieron Argel, y no de estos congresos. El resto es teatro de vodevil o peor aún, ciencia ficción.