Atacar Irán: una venganza largamente esperada

La historia se remonta al año 1979, y su punto culminante no sería solo la mera caída de su gran aliado, el Sha de Persia. La llegada al poder de los islamistas se produjo con una afrenta de primer nivel frente a Washington. La revolución tuvo como elemento culminante el asalto a la Embajada de los Estados Unidos en Teherán por miembros de la incipiente Guardia Revolucionaria y la toma de sus ocupantes como rehenes. Una especie de seguro chantajista para el nuevo régimen frente a los estadounidenses. El paralelismo con la reciente toma de los rehenes en el concierto en tierras israelíes por radicales de Hamás no es baladí. En ambas afrentas se ve detrás la mano de los iraníes.
Viví de primera mano la honda represión que aquellos eventos tuvieron en la población y en la opinión pública estadounidenses que vivieron con ansiedad nacional el prolongado secuestro de los rehenes y de las propias instalaciones estadounidenses en suelo iraní, aun non reintegradas, ya que desde entonces los dos países no mantienen relaciones. Nadie podría dar crédito entonces a tamaña ofensa. El mayor desafío contra el gigante americano. Había que ir todo el día con el pinganillo conectado a la radio de turno para estar alerta a las noticias del secuestro que nunca se resolvía. La televisión inicio un programa diario especifico de gran audiencia que contaba cada día de secuestro, dirigido desde NBC por el periodista Ted Koppel bajo el título “América tomada como rehén” (“America held hostage”. Day 1, day 2,…day 200…) El secuestro se prolongaría durante 444 días.
La odisea se prolongó más de un año hasta le fecha significativa del día de la toma de posesión del nuevo presidente norteamericano el 20 de enero. Jimmy Carter, del Partido Demócrata, perdió el sillón de la Casa Blanca sin duda por culpa de la injerencia del nuevo régimen islamista en la campaña electoral. Se consideró que Carter no dio la respuesta adecuada y el país fue humillado por un Irán crecido en su retórica gracias a la toma de los rehenes. Así, el republicano Ronald Reagan llegaría al poder. La toma de posesión del cargo, la jura presidencial en las escaleras del Capitolio se produjo sincrónicamente mientras salían a la misma hora los rehenes de Teherán. Otro acto de humillación a la gran potencia.
No ha habido desde entonces país más odiado por la Administración y por el pueblo estadounidense. La operación de bombardeo dirigida por Donald Trump llega para algunos tarde, 45 años tarde. La lógica del ataque se cimenta ahora en evitar la posesión del arma nuclear por el régimen de los ayatolás, también en la colaboración de la defensa del Estado de Israel. Pero el sustrato es tratar de curar en el tiempo aquella herida en “el corazón de América” que produjo el prolongado secuestro de los rehenes de Teherán.
Donald Trump impulsó durante su primer mandato los llamados Acuerdos de Abraham, que dieron unos frutos progresivos en la alianza de Washington con el mundo del petróleo de Oriente Medio y con la normalización de relaciones entre los grandes enemigos de siempre: Israel y las monarquías árabes de la zona. Fue el gran movimiento diplomático y el mejor fruto de su presidencia. Había roto una dinámica de odio y empezado otra de cooperación. La guinda final a ese pastel de la concordia estaba a punto de colocarla Arabia Saudí, su nuevo amigo en la región desde la llegada al poder del príncipe Mohamed bin Salman. Un imposible se hacía realidad. Pero alguien iba a dar un manotazo en la mesa y evitar que el pastel fuese repartido entre los comensales.
Así llegó el asalto de Hamás el 7 de octubre del 2023 al concierto que de celebraba en Israel cerca de la frontera. La mano fue la de Hamás, la inspiración parece que del Irán de los ayatolás dispuesta a desbaratar la operación de normalizar las relaciones de Israel con sus vecinos. Riad no llego a ser el acuerdo definitivo como se esperaba, y, además, Trump había perdido el poder en las elecciones.
La partida de la normalización quedó inconclusa. Pero la venganza contra el desbaratador de este acuerdo histórico y de aquel asalto en la Embajada (ambos con toma de rehenes) estaba pendiente. Quizá por esta doble razón el pulso de Trump no ha fallado y se ha decidido a dar al régimen de los ayatolás el castigo largamente esperado por la población de los Estados Unidos, y por Israel. La acción se debía enmarcar como un deber moral ante los suyos para descabezar a un régimen que se constituyó desde el día uno como una afrenta a los Estados Unidos de América.
Cuando se quiso acabar con la crisis de los rehenes de la Embajada en Teherán, Jimmy Carter lanzo una misión aérea de rescate que acabo en un lamentable fracaso con los aviones y helicópteros varados en las arenas del desierto sin ni siquiera llegar a su objetivo. Ahora el ataque contra las centrales nucleares para evitar que el régimen iraní posea la bomba atómica parece haber sido más efectivo, y, además, ha lanzado un mensaje a la población de que el radical régimen islamista se tambalea. ¿Contará ahora los días para su caída el grupo de ayatolás al igual que hizo Washington con los días de secuestro de sus rehenes? La espera para la revancha ha sido larga. Ahora queda por ver cómo será de amplia y de efectiva.
Javier Martín-Domínguez cubrió la larga crisis de los rehenes de Teherán desde la corresponsalía de RNE en Nueva York.