
Ni las previsiones más pesimistas preveían que los talibán fueran capaces de desencadenar una ofensiva en todo el país que provocaría el colapso, en cuestión de semanas, de las Fuerzas de Defensa y Seguridad Afganas y la caída del Gobierno. Para muchos analistas, operaciones como la acometida por la comunidad internacional en Afganistán no se repetirán en el futuro. Sin embargo, no se debería pasar por alto que un mundo tan inestable como el actual obligará a afrontar conflictos similares en el futuro, lo que obliga a tener en cuenta las lecciones aprendidas en 20 años de conflicto. En el análisis del desenlace de este conflicto debe tenerse en cuenta que no hay una causa que explique en exclusiva la victoria talibán; que la información necesaria es todavía incompleta y, en muchos casos, clasificada, y que las razones del colapso del Estado afgano no se limitan a lo sucedido en los dos últimos años.
Ni las previsiones más pesimistas preveían que los talibán fueran capaces de desencadenar una ofensiva en todo el país que provocaría el colapso, en cuestión de semanas, de las Fuerzas de Defensa y Seguridad Afganas (Afghan National Defense and Security Forces, ANDSF) y la caída del Gobierno.
Ante la magnitud del desastre, no debe sorprender que, en EE. UU., el debate se centre más en la búsqueda de culpables, que en la identificación de lecciones sobre las causas de este fracaso. En España, como en otros países de nuestro entorno, también asistimos a un debate centrado en demasiadas ocasiones en buscar responsables de este desenlace, a ser posible entre los adversarios políticos. Evidentemente, lo ocurrido este verano guarda una estrecha relación con el hecho de que, tanto el presidente Trump como el presidente Biden, no solo anunciaron plazos para la retirada del apoyo militar estadounidense, sino que además fueran recortando ese apoyo a niveles que hacían cada vez más difícil combatir a las fuerzas afganas, lo que ha llevado a muchos afganos a adaptarse a la nueva situación, apartándose, uniéndose al caballo ganador o rindiéndose.
Sin embargo, sería engañoso achacar toda la responsabilidad del fracaso a lo ocurrido en los dos últimos años. Lo que hemos presenciado en estas tristes semanas es el derrumbe de un castillo de naipes cuidadosamente construido durante 20 años, en los que sucesivos errores, tanto a nivel civil como a nivel militar, impidieron dotarle de la necesaria consistencia. En gran parte, este fracaso se ha debido a la incapacidad de proporcionar evaluaciones objetivas y fiables sobre las capacidades reales, tanto del gobierno afgano y de las ANDSF, como de la amenaza talibán. Es cierto que nadie predijo que las ANDSF se derrumbarían tan rápidamente, pero desde hace varios años había indicios de que los talibán se estaban imponiendo política y militarmente y de que las ANDSF adolecían de deficiencias críticas que el Gobierno afgano ignoraba y que él mismo estaba agravando. Por desgracia, estas informaciones no fueron suficientemente tomadas en consideración, optándose por dar crédito a aquellas otras que pintaban un panorama mucho más optimista.
Estados Unidos, como líder indiscutible de la coalición internacional que ha tratado de estabilizar Afganistán, aparece como responsable máximo de los errores cometidos, dada su capacidad para diseñar la estrategia seguida en cada momento. Pero no puede pasarse por alto el protagonismo de los propios afganos en el desarrollo y desenlace del conflicto. La historia reciente debería habernos enseñado ya que, en la lucha contra la insurgencia, ningún poder externo puede sustituir a un gobierno incapaz.
El análisis de la sorprendente victoria militar talibán debe abordarse partiendo de ciertas premisas previas.
- No hay una causa que explique en exclusiva la victoria talibán y el repentino colapso del gobierno afgano y las ANDSF. Hay varias y no resulta fácil evaluar el peso relativo de cada una de ellas1.
- Muchos de los datos sobre las actuaciones del gobierno, las ANDSF y los propios talibán, necesarios para analizar en profundidad las causas de lo ocurrido, están clasificados o recogidos en informes oficiales que tienden a minimizar los datos negativos y enfatizar los éxitos. Pasará tiempo antes de que podamos disponer de información completa y no sesgada que permita un análisis exhaustivo.
- Las razones del colapso del gobierno y de las ANDSF deben estudiarse a lo largo de dos décadas. Se remontan a 2001, al inicio del esfuerzo por crear una administración y unas fuerzas de seguridad afganas eficaces, y no son el producto exclusivo de acontecimientos, combates o decisiones políticas recientes.
- Razones de política doméstica hacen que se trate de confirmar teorías predeterminadas que expliquen el fracaso y que permitan achacarlo a los adversarios políticos, pasando por alto el hecho de que todavía no hay datos fiables sobre las motivaciones que llevaron, tanto a la Administración Trump, como a la de Biden, a la conclusión de que no había ninguna perspectiva real de que el gobierno y las fuerzas afganas pudieran valerse por sí mismos; a iniciar unas negociaciones de paz que sabían que probablemente fracasarían, y a no desarrollar planes reales para un Afganistán y estable, optando por retirarse sin tener en cuenta las consecuencias2.
- No se trata del primer caso en que se produce el colapso repentino de un gobierno y unas fuerzas militares que se enfrentan a la insurgencia. La historia nos enseña que tales colapsos rara vez han sido claramente predecibles. En muchas ocasiones, el germen real del colapso ha sido más una cuestión de cambios repentinos en las percepciones y actitudes de los líderes, comandantes y fuerzas armadas, que causas tangibles o el resultado directo de los combates. El colapso repentino es una contingencia posible, no necesariamente probable, y la combinación de factores que llevan a que se materialice no es algo que analistas y actores implicados puedan prever antes de que se materialice. Como alerta Taleb, la actitud ante el triunfo de lo inesperado no debe centrarse en analizar los errores que llevaron a no anticiparlo, sino en aceptar el peso de lo impredecible en el devenir de la historia3.
Teniendo en cuenta las premisas expuestas, hay una serie de factores que permiten, hasta cierto punto y con las limitaciones derivadas de la falta de información suficiente, explicar el repentino colapso del Gobierno afgano y de las ANDSF. La mayoría de estos factores hunden sus raíces en los inicios de la intervención internacional en Afganistán y han tenido un impacto creciente años antes de que comenzaran los recortes de los presidentes Trump o Biden. Es innegable que el anuncio de la retirada ha sido un factor clave en el desencadenamiento de la ofensiva talibán. Ya en 2014, la decisión del presidente Obama de reducir drásticamente el apoyo militar fue seguida por una notable reducción en la ayuda civil, así como por problemas cada vez mayores en el apoyo a las ANDSF. Aunque quedaran suficientes fuerzas estadounidenses y aliadas para contener militarmente a los talibán e impedir que ocuparan centros urbanos, esta fecha marca el inicio de un deterioro sostenido de la situación que anticipaba lo ocurrido a partir de 2020.
A día de hoy, resulta difícil desentrañar las razones que llevaron a los presidentes Trump y Biden a decidirse por una retirada completa e incondicional, y a tomar medidas para liberar a los prisioneros talibán y reducir las fuerzas estadounidenses y aliadas sin esperar al inicio negociaciones serias; sin ningún plan de paz claro, y sin una idea, ni siquiera aproximada, sobre el tipo de gobierno o estructura política que debería surgir del proceso de paz. El acuerdo de paz de Doha de 2020 ofreció la retirada del apoyo militar a cambio del inicio de negociaciones, pero nunca definió el proceso de paz que debería decidir el futuro de Afganistán, ni las consecuencias de su posible fracaso4. Tanto para los talibán, como para sus aliados afganos, el mensaje resultaba claro: al anunciar una retirada completa e incondicional, Estados Unidos demostraba haber llegado a la conclusión de que había «perdido» Afganistán. De hecho, el Acuerdo de Doha era «un acuerdo para la retirada disfrazado de acuerdo de paz»5.
Tras la firma del acuerdo de Doha, el recorte de personal militar estadounidense, de unos 10 000 a 2500, seguido de recortes análogos en el número de contratistas, civiles y fuerzas aliadas, unido a la liberación de prisioneros talibán, fue lo suficientemente significativo como para alentar a los talibán a preparar una ofensiva nacional y persuadir a muchos afganos de que deberían enfrentarse a los talibán en solitario6. Estos recortes se aceleraron tras la toma de posesión del presidente Biden, pese a que no se había producido ningún avance en las negociaciones de paz. Finalmente, el propio presidente anunció la retirada total para septiembre de 2021. Desarticulada Al Qaeda, se daba por cumplida la misión en Afganistán. Los asesores militares habrían aconsejado al presidente que, una vez tomada la decisión, la ejecución debería ser rápida, para evitar riesgos.
De todas formas, cualquier evaluación del impacto relativo de las decisiones de las administraciones Trump y Biden debe apoyarse en un análisis de la secuencia temporal completa de las decisiones de recorte en el apoyo militar y civil de Estados Unidos a Afganistán, iniciado en 2013. Este análisis resulta complejo, ya que los informes oficiales hablan del número de personal militar que ha ido replegándose en cada momento, pero no informan sobre el impacto funcional de tales recortes en gobernanza, seguridad y financiación.
El colapso del Estado afgano del que hemos sido testigos tiene su origen en una multitud de causas que van más allá de las decisiones adoptadas por EE. UU. durante los dos últimos años. Es preciso analizar también aspectos como la debilidad crónica del gobierno afgano, la falta de coordinación del apoyo internacional, las deficiencias de las ANDSF o el progresivo fortalecimiento de los talibán. Solo así podrá llegar a comprenderse cómo las decisiones adoptadas en los últimos meses han conducido al desastre.
Durante los últimos 20 años, los fracasos del Gobierno afgano han derivado de un liderazgo débil y profundamente dividido; de la corrupción generalizada7, y de los cambios constantes en la organización, los planes y los responsables políticos y militares. Las deficiencias del liderazgo civil se hicieron patente desde el primer momento, tras la caída del régimen talibán, y han sido críticas a la hora de impedir el desarrollo de unas Fuerzas Armadas y de Seguridad eficaces. En muchos sentidos, la corrupción y la incompetencia de la administración afgana han sido un enemigo tan formidable como los talibán. Los esfuerzos de reforma y lucha contra la corrupción han tenido, en el mejor de los casos, efectos simbólicos y temporales8.
A partir de 2014, la reducción en la presencia internacional y el deterioro de la seguridad han hecho que se haya ido perdiendo la capacidad de evaluar la evolución de la situación, tanto en el campo de la seguridad, como en el de la gobernanza, mucho más allá de Kabul y las principales capitales provinciales. Lo que se desprende de la escasa información disponible es que la capacidad del gobierno para dirigir la administración periférica ha sido cada vez menor, mientras la corrupción ha ido en aumento a medida que la presencia internacional y los fondos de la ayuda exterior disminuían. En este proceso, los antiguos señores de la guerra se fueron convirtiendo, cada vez más, en auténticos señores feudales, tendiendo a utilizar a sus hombres armados más para afianzar su poder que para constituir algo parecido a milicias armadas. También parece confirmarse que jueces y policías se convirtieron en una fuente creciente de corrupción y extorsión, allí donde actuaban, mientras un número creciente de Distritos dejó de tener un gobierno efectivo. De lo que no hay ninguna constancia es de la existencia de análisis que, utilizando información clasificada o abierta, evaluaran este tipo de situaciones y su influencia en la expansión de los talibán.
Otro dato relevante a la hora de explicar el fracaso de la intervención internacional en Afganistán es la falta de coordinación entre los esfuerzos de ayuda civil y militar de Estados Unidos, otros estados donantes y la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas (UNAMA) y la falta de capacidad del Gobierno afgano para gestionar el uso de la ayuda internacional y adaptarla a las necesidades reales9. El resultado ha sido la ausencia de una dirección política clara, el despilfarro de recursos y el deterioro de las condiciones de vida de muchos afganos, sobre todo después de 2013-2014, lo que ha contribuido a debilitar el apoyo al Gobierno y a la consiguiente expansión de los talibán. En el ámbito de la seguridad, las decisiones de asignación de fuerzas por el Gobierno estaban en ocasiones encaminadas a satisfacer sus propias prioridades políticas o proteger sus propios intereses económicos, lo que ha provocado constantes conflictos y cambios en la cúpula militar.
El detonante final del colapso del Estado afgano se encuentra en la incapacidad demostrada por las ANDSF para hacer frente a los talibán. Desde al menos 2007, Estados Unidos, la OTAN y el Gobierno afgano tendieron a negar sistemáticamente la existencia de problemas críticos en la organización, el entrenamiento, el equipamiento y el liderazgo de las fuerzas afganas, y en sus informes abiertos tendieron a exagerar los niveles de éxito, tanto en el desarrollo de capacidades, como en la ejecución de operaciones. Sobre el papel, las ANDSF rondaban los 300 000 efectivos en abril de 2021. De ellos, el Ejército y la Fuerza Aérea no llegaban a los 120 000. La mayor parte correspondía a la Policía Nacional, cuya calidad resulta en muchos casos dudosa y no está capacitada para actuar como fuerza paramilitar o mantener zonas supuestamente seguras. En algunos casos, policías y militares han combatido con valor, pero la mayoría se derrumbó o desertó ante las primeras acciones serias de los talibán, o cambió de bando cuando éstos tomaron el control de sus distritos.
La mayoría de las unidades del Ejército no contaba con oficiales y soldados competentes y motivados. Muchos de ellos sólo se alistaron ante la ausencia otra fuente de trabajo. Los datos disponibles venían confirmando que el compromiso de los soldados de las ANDSF no resultaba en absoluto comparable con el que demostraban los talibán10. Según los datos disponibles, el porcentaje de combatientes talibán que se había unido al grupo específicamente para enfrentarse a Estados Unidos y a los afganos «colaboracionistas» superaba con creces el de los afganos enrolados en las ANDSF para combatir a los talibán. La retórica de la resistencia a la ocupación animaba a muchos afganos a abrazar la causa talibán para defender su honor, su religión y su patria. Frente a ellos, los soldados de las ANDSF se veían cada vez más como defensores de un régimen corrupto y dependiente de EE. UU. Esta asimetría en el compromiso explica por qué, en tantos momentos decisivos, las fuerzas de seguridad afganas se retiraron sin oponer apenas resistencia a pesar de su superioridad. Cuando, además de la motivación, la superioridad dejó de ser clara, se produjo la debacle.
Aunque muchos informes oficiales lo ocultaran, sólo una pequeña parte del Ejército tenía capacidad de combate efectiva. Y lo que es peor, las asignaciones de misiones de combate obedecían con frecuencia a criterios políticos y la distribución de municiones, suministros y refuerzos estaba mal gestionada, con tendencia al acaparamiento en los escalones de mando superiores. Esta concentración de recursos se demostraría fatal cuando multitud de posiciones debieron hacer frente a los talibán careciendo de lo más básico: víveres, agua y municiones, mientras los almacenes de los escalones superiores permanecían repletos de recursos que no podían hacerse llegar a donde eran necesarios. A ello deben añadirse los continuos retrasos en el pago de los salarios. Todos estos factores han ido socavando la moral, provocando deserciones y dificultando el reclutamiento. Mientras tanto, las milicias locales que pudieron haber reforzado a las fuerzas regulares se fueron desmovilizando o perdieron en gran medida su capacidad de combate y se convirtieron en herramientas en manos de los caciques territoriales para imponer su autoridad11.
La magnitud de estos problemas se aceleró tras la retirada del grueso de las fuerzas internacionales en 2014, a la que acompañó un notable descenso en la ayuda al Gobierno afgano en todos los ámbitos. En ese momento, EE. UU. y sus aliados dejaron de informar sobre la evolución de la situación, ya que los datos se volvieron más negativos y ponían en evidencia problemas crecientes.
Lo cierto es que el núcleo de las fuerzas del Ejército afgano realmente preparado para el combate era muy pequeño, estaba muy sobrecargado de misiones de combate y se veía obligado a luchar a niveles insostenibles. Estos problemas se veían agravados por la dependencia de la inteligencia activa, los apoyos de combate, logístico y aéreo y de los contratistas de EE. UU. Para maquillar esta realidad, la información pública sobre el nivel de dependencia afgana del apoyo militar externo se redujo drásticamente con el tiempo, para acabar modificándose para crear falsas métricas de éxito. Los informes trimestrales presentados al Congreso por el Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR) señalaron muchos de estos problemas, pero su gravedad y las tendencias subyacentes fueron ignoradas o deliberadamente tergiversadas a nivel político y por los portavoces militares12.
Estas debilidades se paliaron, hasta cierto punto, con el envío puntual de fuerzas estadounidenses de operaciones especiales y de inteligencia para apoyar a las unidades de combate sometidas a mayor presión y con el despliegue de personal especializado para formación y apoyo. El número de ese personal y su función exacta siguen siendo confidenciales, aunque está claro que los recortes iniciados en febrero de 2020 también afectaron a estos apoyos, limitando las capacidades de las unidades más eficaces del ejército afgano.
La embrionaria Fuerza Aérea afgana, por su parte, era demasiado pequeña y limitada en cuanto a capacidad de ataque e inteligencia como para sostener a las unidades del Ejército, pese a que fuentes oficiales tendieran a exagerar su capacidad real13. Además, tanto el Ejército como la Fuerza Aérea eran incapaces de operar sin el apoyo de contratistas estadounidenses, tanto en el sostenimiento de las operaciones de combate, como en el mantenimiento de los equipos14. En estas circunstancias, el cese del apoyo aéreo estadounidense tuvo efectos desastrosos para la moral de las ANDSF15.
Por último, el Ejército afgano fue equipado con sistemas y armas demasiado sofisticados para una fuerza que carecía de formación técnica, experiencia y herramientas modernas y, a menudo, alfabetización funcional. El esfuerzo por hacer de las ANDSF una herramienta moderna y eficaz llevó a dotarlas de equipos y estructuras de apoyo que les hicieron depender indefinidamente de los contratistas y de las instalaciones seguras de los mismos, y a prepararlas para una forma de combatir ajena a la realidad afgana16. Estados Unidos no se limitó a restar importancia al nivel de dependencia afgana del apoyo de combate y del material de entrenamiento y asistencia de Estados Unidos, sino que obvió en sus informes oficiales los problemas que planteaba la transferencia de equipos sofisticados a las ANDSF. Una vez más, el SIGAR sí informó sobre ello, poniendo de manifiesto que gran parte de los problemas de las fuerzas afganas se debieron a la obtención de sistemas excesivamente complejos y de la dependencia del apoyo de los contratistas, que las hicieron muy vulnerable a la retirada de Estados Unidos. Estas advertencias fueron ignoradas, de forma que, posiblemente, en el momento del repliegue, a nivel político no se era plenamente consciente del nivel de dependencia de las unidades de combate afganas y de la vulnerabilidad que ello implicaba.
En Afganistán, en los últimos años, hemos asistido a una constante y generalizada infravaloración de los datos negativos sobre la evolución de la situación que ha impedido adoptar decisiones adecuadas a la magnitud de los problemas17.
Como se señala en un reciente artículo publicado en Foreign Affairs18, todos los problemas que han permitido a los talibán derrotar al ejército con tanta rapidez se pusieron ya de manifiesto en 2015, cuando el grupo insurgente se apoderó temporalmente de Kunduz, una capital provincial en el norte de Afganistán: baja moral, deserciones, desgaste, corrupción, faccionalismo étnico, logística deficiente y una dependencia excesiva del apoyo de las fuerzas de operaciones especiales afganas. Además, añade, no era un secreto que las unidades de las ANDSF hacían tratos con su supuesto enemigo, alertando a los talibán de sus operaciones, se negaban a combatir y vendían al grupo armas y equipos. El hecho de que el envío de unidades de operaciones especiales y el apoyo de EE. UU. permitieran recuperar la ciudad hizo que no se tomara conciencia de la gravedad de las deficiencias puestas de manifiesto en una operación en la que apenas unos cientos de insurgentes fueron capaces de hacerse con el control, aunque fuera temporalmente, de una de las principales ciudades del país.
La falta de información precisa ha hecho que Estados Unidos y las fuerzas aliadas nunca llegaran a ser del todo conscientes de que se enfrentaban a una insurgencia cada vez más exitosa y no a una mera amenaza terrorista. Los informes oficiales estadounidenses subestimaron sistemáticamente la sofisticación y capacidad de los talibán, ignoraron su historia como movimiento político y el hecho de que estaba gobernando la mayor parte de Afganistán con cierto éxito. Se centraron en el resultado favorable de los enfrentamientos armados, pasando por alto su crecimiento como insurgencia y su creciente impacto como movimiento político e ideológico19. Pese a que un amplio abanico de análisis externos, incluidos los trabajos del SIGAR y del Long War Journal, advertían de que los talibán estaban logrando importantes avances en las zonas rurales, mientras el esfuerzo militar liderado por Estados Unidos se centraba en el resultado de los enfrentamientos militares, en particular en los ataques iniciados por el enemigo, más que en el crecimiento de la influencia y el control talibán por todo el país y en su capacidad de golpear selectivamente dentro de las zonas urbanas.
Pese a las alertas que se iban produciendo en este sentido, desde 2014 el esfuerzo de Estados Unidos se ha centrado en el uso de fuerzas afganas de élite; personal estadounidense y aliado en misiones de formación y asistencia; apoyo directo en inteligencia, y ataques aéreos. El objetivo era derrotar a las fuerzas talibán que atacaban abiertamente zonas clave, en lugar de actuar para incrementar la influencia política, la gobernanza efectiva y la seguridad fuera de los principales núcleos urbanos. Si se examinan los informes oficiales no clasificados, no hay indicios de que se estuvieran realizando esfuerzos serios a nivel de Distrito para comprender lo que los talibán estaban haciendo para ampliar su influencia y control. Tampoco parece que se prestara mucha atención a la posibilidad de que las fuerzas talibán pudieran ser reforzadas en cualquier momento por un gran número de voluntarios reclutados localmente, limitándose a dar por buenas las cifras de 40 000-60 000 combatientes. Tampoco aparecen informaciones sobre las mejoras que se estaban produciendo en el equipamiento, el entrenamiento, el liderazgo y la experiencia de combate de los talibán.
Además, los informes de fuentes abiertas estaban dominados por la suposición de que el extremismo de los talibán los hacía suficientemente impopulares como para que el Gobierno afgano tuviera garantizado el apoyo popular. Esto era probablemente cierto en muchas áreas, pero refleja un enfoque ingenuo y poco realista de la guerra insurgente.
«Ganar los corazones y las mentes» puede ser útil, pero la historia de las insurgencias exitosas es, en gran medida, la historia de la lucha por ganar el control sobre la población, a menudo por medios despiadados e implacables20. La historia de las insurgencias muestra que las victorias militares gubernamentales no son decisivas si no suponen un incremento del control gubernamental de la población a expensas de la insurgencia.
En cualquier caso, conviene resaltar que lo que falló no fue la inteligencia. La información necesaria estaba disponible, lo que falló fue su análisis por un aparente empeño en negar las hipótesis más desfavorables y abrazar con entusiasmo las más optimistas21.
El hecho es que, a partir de 2014, se produce un incremento constante en el número de distritos controlados por los talibán y un incremento de su influencia en las zonas rurales bajo control gubernamental22. En este proceso de expansión, los talibán supieron aprovechar la ausencia de milicias locales efectivas en el norte; la vulnerabilidad inherente a los grandes centros de población, cuya defensa requiere un gran volumen de fuerzas, y su capacidad para reubicar sus fuerzas con relativa rapidez. También allanó su camino la decisión de concentrar las fuerzas de las ANDSF, abandonando las posiciones más remotas, que fueron así más fácilmente ocupadas por los insurgentes23. En el ámbito político, se centraron en explotar las vulnerabilidades políticas internas de la administración y las fuerzas de seguridad locales. Utilizando el soborno, la intimidación y la violencia, lograron ir minando la voluntad de resistir de funcionarios, policías y líderes locales. Combinando persuasión e intimidación como armas políticas con una habilidad y coordinación cada vez mayores, fueron alcanzando acuerdos con tribus y autoridades locales, por los que fueron ampliando su control territorial, arrinconando en las capitales a las fuerzas gubernamentales24.
Al igual que en Vietnam, las Fuerzas afganas, con ayuda de Estados Unidos, ganaron prácticamente todas las batallas contra los talibán, pero perdieron paulatinamente el control del territorio en gran parte del país. En este contexto de constante aumento de la influencia y el control de los talibán, los recortes posteriores al acuerdo de paz de febrero de 2020 hicieron que el número, ya relativamente pequeño, de unidades de combate afganas efectivas se redujera aún más, mostrándose cada vez más incapaces de imponerse a los insurgentes a medida que disminuía el apoyo militar activo de Estados Unidos.
El paso de los talibán al lanzamiento de operaciones ofensivas de gran envergadura en las zonas no pastunes del norte cogió claramente por sorpresa al Gobierno afgano y a Estados Unidos. La retórica imperante, centrada ahora en la lucha contra el terrorismo, parecía haber hecho olvidar que se estaba luchando contra una insurgencia, no contra un grupo terrorista. La negación, probablemente inconsciente, del carácter y el progreso de los talibán llevaron a subestimar su capacidad para llevar a cabo operaciones complejas en todo Afganistán, redesplegar o concentrar fuerzas con agilidad y ejecutar la combinación de operaciones que llevaron a provocar y explotar el colapso del Gobierno afgano y sus fuerzas.
«Rodear las ciudades» es una fase estratégica dentro de lo que los movimientos guerrilleros clásicos, principalmente de izquierda, denominan la «guerra popular prolongada», basada en un concepto desarrollado por Mao Zedong. Su objetivo es obligar al enemigo a agotarse tratando de defender las ciudades, mientras sus líneas de comunicación quedan desguarnecidas. Aunque no podamos asegurar que los talibán hayan estudiado los manuales de guerra de guerrillas de Mao o el Ché Guevara, su estrategia parece haberlos utilizado como libros de texto25.
Durante mucho tiempo, se argumentaba con satisfacción que todas las ciudades afganas estaban bajo control gubernamental. Que los talibán no habían conseguido controlar efectivamente ninguna capital de provincia. Sin embargo, el énfasis puesto en la defensa de las ciudades las convirtió en objetivos difíciles de defender. No hay evidencias de que ceder el control sobre gran parte del medio rural y asegurar las principales ciudades de Afganistán fuera una estrategia deliberada, pero esa era la realidad sobre el terreno.
Las ciudades dependen del comercio y de la importación de suministros de todo tipo. Además, durante décadas, las ciudades habían ido absorbiendo los excedentes de población del medio rural de una forma desordenada y sin que el nivel de desarrollo urbano pudiera ofrecerles un futuro esperanzador. A falta de un desarrollo económico sostenible, basado en el crecimiento del sector privado y la creación de empleo, la modernización urbana había sido impulsada por la ayuda exterior y el gasto público, creando un importante problema de desempleo juvenil y haciendo de la corrupción, en muchos casos, la única forma en la que una familia podía permitirse algo parecido a una vida urbana de clase media26. Así, se crearon islas de seguridad muy vulnerables, mientras los talibán iban ganando el control de las carreteras y las zonas no urbanas circundantes. El deterioro de la situación de seguridad llevó a que se pusiera cada vez más énfasis en la defensa de los centros de población a expensas del entorno rural, sin que pareciera tenerse en cuanta la dependencia de las ciudades respecto a su entorno inmediato.
Finalmente, cuando se produce el ataque generalizado a los núcleos urbanos, las fuerzas que podían defenderlos de forma efectiva eran demasiado escasas, estaban sobrecargadas y muy limitadas en cuanto a movilidad y sostenibilidad para defender todos estos centros de población, muchos de los cuales estaban controlados por caciques locales y carecían fuerzas leales al gobierno central. Las unidades de operaciones especiales, último baluarte del régimen, podían haber defendido algunas ciudades, pero eran absolutamente insuficientes para atender simultáneamente a todos los frentes. De hecho, nunca estuvo claro cómo podrían sobrevivir las ciudades por sí mismas, aunque no fueran atacadas por los talibán, o cómo podrían defenderse sin una fuerza de seguridad local eficaz27.
Es posible que la comunidad internacional, EE. UU., la OTAN, la UE… no quieran volverse a ver implicados en guerras interminables o en la estabilización de Estados frágiles o fallidos. Para muchos analistas, el desenlace del conflicto afgano confirma la defunción del concepto mismo de Nation Building. Sin embargo, no pueden permitirse el lujo de ignorar lecciones que debería aprender o la casi certeza de que un mundo tan inestable como el actual obligará a afrontar conflictos similares en el futuro.
Estados Unidos y sus aliados han cometido muchos errores en Afganistán. Paquistán ha jugado un importante papel desestabilizador, apoyando de forma más o menos encubierta a los talibán. Pero la principal responsabilidad de este trágico final a 20 años de esfuerzos por estabilizar Afganistán recae directamente en los propios dirigentes afganos. La victoria de los talibán es, por tanto, un cuento con moraleja sobre las dificultades de la estabilización: a menos que se consiga una implicación efectiva y sincera de los supuestos socios, años de esfuerzo pueden esfumarse en cuestión de días.
A lo largo de la última década, mientras Estados Unidos retiraba gradualmente sus fuerzas de Afganistán y la tarea de dirigir el país recaía cada vez más en el gobierno afgano, la clase dirigente de Kabul optó por no reformar en profundidad el ejército, ni mejorar la gobernanza. En su lugar, los líderes políticos se centraron en consolidar su poder y patrocinar sus redes clientelares. Sobrevalorando el valor estratégico de su país, creyeron que podrían enredar a Estados Unidos en Afganistán de forma indefinida, ignorando los repetidos avisos emitidos por las administraciones, Obama, Trump y Biden sobre la voluntad de Washington de retirar sus fuerzas.
Esta actitud enfrentó a EE. UU. con un serio dilema: poner plazo a su retirada, animando así a los insurgentes a esperar su oportunidad, o condicionar la retirada al cumplimiento de determinadas condiciones, lo que podría eternizar su presencia en Afganistán. Finalmente, el cansancio y el pesimismo llevaron a optar por la primera opción. Pese a ello, tras la firma del acuerdo de Doha y el inicio de la ofensiva talibán, el gobierno afgano esperaba que la debilidad de sus fuerzas impidiera a Estados Unidos marcharse, de forma que no se preparó seriamente para defender su país tras la retirada28. No ha sido así y una vez que quedó clara la voluntad inequívoca del presidente Biden de retirar sus fuerzas de Afganistán, la moral de las ANDSF se desmoronó ante el convencimiento de que, sin apoyo exterior, sus posibilidades de victoria eran nulas. Esta desmoralización queda patente en el caso del distrito de Shughnan, en la provincia de Badajsán, con una población estimada de 60 000 habitantes, en el que seis combatientes talibán, seis, fueron capaces de hacerse con el control del distrito sin un solo disparo29.
Esta circunstancia pone de manifiesto una lección que no es en absoluto novedosa, pero que ha quedado subrayada en este caso: la contrainsurgencia es una lucha en la que vence el que gana la legitimidad ante la población30. Además, esta realidad se «contagia» a las propias fuerzas armadas y de seguridad de forma que un gobierno que no goza de legitimidad ante su propia población tendrá dificultades para contar con soldados y policías leales. De nada sirve contar con una fuerzas perfectamente equipadas y adiestradas, si carecen de voluntad de combatir en defensa de un Estado en el que no creen. En última instancia, la incompetencia, la corrupción y la percepción de falta de independencia frente a EE. UU. de las sucesivas administraciones afganas han alejado a los afganos, incluidos soldados y militares, de sus líderes políticos, privando así al Estado afgano de la solidez que hubiera precisado para afrontar la amenaza talibán31.
En estas circunstancias, poco ha ayudado la figura del presidente Ghani, carente del liderazgo necesario para afrontar un reto de estas dimensiones. De talante autoritario y poco dialogante, se ha visto cada vez más aislado de la realidad, rodeado de un círculo de colaboradores que le ha distanciado de posibles apoyos y se ha preocupado de transmitirle una imagen edulcorada de lo que estaba ocurriendo en Afganistán. Solo así se explica que en agosto celebrara un acto para celebrar la puesta en marcha del sistema electrónico de pago de salarios a los funcionarios, aprobara varios proyectos de infraestructura y sanidad, recibiera al equipo olímpico afgano o celebrara el día internacional de la juventud, nada menos que el 12 de agosto.
Mientras en el palacio presidencial se daba la espalda a la realidad, en cuestión de semanas, los problemas acumulados durante años se pusieron de manifiesto de forma súbita. La desconfianza de los soldados afganos respecto a sus propias capacidades; su limitada lealtad hacia sus líderes políticos; el creciente poder talibán en el medio rural. Todo ello llevó al convencimiento de la inutilidad de continuar una lucha que, en el mejor de los casos, sólo podría llevar a una lenta agonía sin esperanza.
Javier Ruiz Arévalo, coronel del Ejército de Tierra, doctor en Derecho y mando de Adiestramiento y Doctrina
Referencias:
1 Sobre la dificultad de extraer lecciones validas en este tipo de entornos: Ruiz Arévalo, Javier. Lecciones aprendidas en escenarios complejos: ¿es posible aprender de las operaciones de estabilización?, Instituto Español de Estudios Estratégicos. Abril, 2017. Disponible en: http://www.ieee.es/contenido/noticias/2017/04/DIEEEO41-2017.html
2 Sobre los motivos que pudieran haber llevado a la decisión de abandonar Afganistán a su suerte: Ruiz Arévalo, Javier. Estados Unidos ante el proceso de paz afgano: ¿Merece la pena el esfuerzo? Global Strategy Report, 25/2020. Universidad de Granada. Disponible en: https://global-strategy.org/estados- unidos-ante-el-proceso-de-paz-afgano-merece-la-pena-el-esfuerzo/
3 TALEB, Nassim N. El Cisne Negro. El impacto de lo altamente improbable. PAIDOS IBERICA, 2011.
4 RUIZ ARÉVALO, Javier. El proceso de paz afgano. ¿Última oportunidad? Documento Marco IEEE 06/2021. Disponible en: www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_marco/2021/DIEEEM06_2021_JAVRUI_Afganistan.pdf y/o enlace bie3
5 CLARK, Kate. The Taleban’s rise to power: As the US prepared for peace, the Taleban prepared for war. Afghanistan Analysts Network. 21 agosto 2021. Disponible en: https://www.afghanistan-analysts.org/en/reports/war-and-peace/the-talebans-rise-to-power-as-the-us-prepared-for-peace-the-taleban-prepared-for-war/
6 RUIZ ARÉVALO, Javier. Los talibán tras el acuerdo de Doha ¿Proceso de paz o maniobra táctica? Global Strategy. Universidad de Granada. Octubre 2020. Disponible en: https://global-strategy.org/los-taliban-tras-el-acuerdo-de-doha-proceso-de-paz-o-maniobra-tactica/
7 La comunidad internacional, con EE. UU. a la cabeza, podría haber hecho más para abordar la corrupción y los agravios que los afganos sentían bajo el nuevo régimen y la ocupación extranjera, pero no se debe subestimar la complejidad de abordar un problema como la corrupción, para el que no existe una solución global. Sobre el peso de la corrupción en el proceso de estabilización: Ruiz Arévalo, Javier. “La Corrupción como Amenaza para la Estabilización Postconflicto. Lecciones Aprendidas en Afganistán”. Revista Electrónica del Instituto Español de Estudios Estratégicos. Agosto 2015. Disponible en: http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_opinion/2015/DIEEEO92-2015_Corrupcion_Afganistan_RuizArevalo.pdf
8 Sobre el esfuerzo internacional por desarrollar un estado derecho efectivo en Afganistán: Ruiz Arévalo, Javier. Estado de Derecho y Construcción de la paz. El caso afgano. Thomson-Reuters. 2021.
9 CORDESMAN, Anthony. Learning from the War: “Who Lost Afghanistan?” versus Learning “Why We Lost”. Center for Strategic and International Studies. August 11, 2021. p. 14. Disponible en: https://www.csis.org/analysis/learning-war-who-lost-afghanistan-versus-learning-why-we-lost
10 MALKASIAN, Carter. “How the Good War Went Bad. America’s Slow-Motion Failure in Afghanistan”, Foreign Affairs. March/April 2020. Disponible en: https://www.foreignaffairs.com/articles/afghanistan/2020-02-10/how-good-war-went-bad?utm_medium=newsletters&utm_source=fatoday&utm_campaign=Why%2520the%2520Taliban%2520Won&utm_content=20210817&utm_term=FA%2520Today%2520-%2520112017 . En la misma línea AL MARASI, Ibrahim. “The collapse of Afghan military: We’ve seen this movie before”, Al Jazeera. 20 agosto 2021. Disponible en: https://www.aljazeera.com/opinions/2021/8/17/the-collapse-of-afghan-military-we-have-seen-this-movie-before
11 Sobre la evolución de las milicias antitalibán: RUIZ ARÉVALO, Javier. Fuerzas auxiliares en el Ejército afgano: de los regimientos tribales a la fuerza territorial. Instituto Español de Estudios Estratégicos. Documento de Opinión. 86/2019. 30 de septiembre de 2019. Disponible en: http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_opinion/2019/DIEEEO86_2019JAVRUI_Afganistan.pdf
12 Los informes trimestrales del SIGAR pueden consultarse en: https://www.sigar.mil/quarterlyreports/
13 A modo de ejemplo, el jefe del Estado Mayor Conjunto de EE. UU., general Mark A. Milley, durante una sesión informativa celebrada el 6 de mayo en el Pentágono, insistía en la importancia de la capacidad de la Fuerza Aérea Afgana para seguir apoyando las operaciones terrestres contra los talibanes una vez que las tropas estadounidenses y de la coalición se hubiera retirado. "La Fuerza Aérea Afgana realiza entre el 80 y el 90 por ciento de todos los ataques aéreos en apoyo de las fuerzas terrestres afganas. En realidad, nosotros hacemos muy pocos. Hacemos algunos, pero muy pocos en relación con la Fuerza Aérea Afgana. La clave será la Fuerza Aérea Afgana y su capacidad para seguir proporcionando apoyo aéreo cercano al Ejército Afgano". EVERSTINE, Brian. “Top U.S. Defense Officials: Afghan Air Force Capability ‘Key’ After Withdrawal”, Air Force Magazine. Mayo 2021. Disponible en: https://www.airforcemag.com/top-u-s-defense-officials-afghan-air-force-capability-key-after-withdrawal/
14 O'DONELL, Lynne. ”Afghan Air Force Could Be Grounded After U.S. Pullout The one advantage the Afghan army had on the Taliban looks set to slip away with the hasty U.S. withdrawal”, Foreign Policy. 14 de junio de 2021. Disponible en: https://foreignpolicy.com/2021/06/14/afghan-air-force-us-withdrawal-taliban/
15 CLARK, op. cit.
16 AL MARASSI, Op. cit.
17 CORDESMAN, op. cit. pp. 6, 20, 27 y 33.
18 FELBAB-BROWN, Vanda. “Why the Taliban Won And What Washington Can Do About It Now”, Foreign Affairs. August 17, 2021. Disponible en: https://www.foreignaffairs.com/articles/united-states/2021-08-17/why-taliban-won?utm_medium=newsletters&utm_source=fatoday&utm_campaign=Why%2520the%2520Taliban%2520Won&utm_content=20210817&utm_term=FA%2520Today%2520-%2520112017
19 CORDESMAN, op. cit. pp. 45 y ss.
20 Resulta interesante destacar que, según las encuestas disponibles, la expansión talibán no ha ido acompañada de un aumento en su popularidad. La mayoría de la población ha seguido prefiriendo al gobierno frente a los talibán, a pesar de constatar serias deficiencias en la gobernanza. CORDESMAN, op. cit. p 30.
21 CLARK, op. cit.
22 En un artículo reciente, Ruttig y Asadullah explican de modo detallado cómo se produjo este proceso en la provincia de Paktia. Los autores analizan la estrategia seguida por los talibán, las debilidades del gobierno, las lealtades cambiantes de las poblaciones locales, el papel de los líderes tribales y la historia de violencia en la zona, todo lo cual permitió a los talibán llegar a las puertas de la capital provincial, Gardez. RUTTIG, Thomas y ASADULLAH, Sayed. “The Domino Effect in Paktia and the Fall of Zurmat: A case study of the Taleban surrounding Afghan cities”, Afghanistan Analysts Network. 14 agosto 2021. Disponible en: https://www.afghanistan-analysts.org/en/reports/war-and-peace/the-domino-effect-in-paktia-and-the-fall-of-zurmat-a-case-study-of-the-taleban-surrounding-afghan-cities/
23 BIN JAVAID, Osama. “Taliban retakes power, but it faces mounting challenges ahead”, Al Jazeera. 22 agosto 2021. Disponible en: https://www.aljazeera.com/news/2021/8/22/taliban-retakes-power-but-it-faces-mounting-challenges-ahead
24 Negociaciones con los líderes tribales, asesinatos selectivos, amenazas a las familias de los miembros de las ANDSF y la promesa de amnistía forman parte de esta estrategia combinada. RUTTIG y ASADULLAH, op. cit.
25 RUTTIG y ASADULLAH, op. cit.
26 CORDESMAN, op. cit. pp. 17 y 18.
27 Nimruz fue la primera capital provincial en caer bajo control talibán. El relato del desarrollo de las acciones que llevaron a su caída revela la pauta que se seguirá en el resto del país. FOSCHINI, Fabrizio. “The Fall of Nimruz: A symbolic or economic game-changer?”, Afghanistan Analysts Network. 9 agosto 2021. Disponible en: https://www.afghanistan-analysts.org/en/reports/war-and-peace/the-fall-of-nimruz-a-symbolic-or-economic-game-changer/
28 Durante la pasada primavera se relevó a los ministros de defensa e interior; se transfirió la responsabilidad de la seguridad en las provincias de los gobernadores a los comandantes de los Cuerpos de Ejército, que fueron relevados en su mayoría... No parece que fuera el mejor momento para tantos cambios. Clark, op. cit.
29 BIN JAVAID, op. cit.
30 YUSTE ECHARREN, Pablo y COLOM PIELLA, Guillem. Operaciones de estabilización y construcción nacional: marco para la lucha contra la contrainsurgencia. Boletín de Información nº 313. CESEDEN. 2009. pp. 89 y ss.
31 CORDESMAN, op. cit. p 15.