¿Y ahora qué?

Hace ya tres cuartos de siglo que Churchill decía que Rusia era un enigma envuelto en un misterio y el paso del tiempo no hace sino confirmar su apreciación, como demuestran los últimos acontecimientos que siguen envueltos en un halo de oscuridad e incertidumbre. En realidad, no sabemos lo que está pasando tras la asonada de Prigozhin, que no hay que olvidar que fue cocinero (de Putin) antes que fraile y que lanzó una revuelta después de meses de públicos enfrentamientos -que nadie frenó- con la cúpula del Ministerio ruso de Defensa, para desconvocarla horas más tarde tras una confusa mediación del presidente de Bielorrusia que logró el éxito de quitar la espoleta a una crisis en la que por todos lados se habían cruzado líneas rojas: Prigozhin desveló lo que el mundo ya sabía, pero los rusos ignoraban, la falsedad de los motivos aducidos por Putin para invadir Ucrania, mientras que el presidente había calificado de traidor al mercenario y prometido castigarle. Y de repente, se detiene el avance sobre Moscú cuando nadie hasta el momento lo había impedido y el revoltoso se marcha libremente y se supone que con los bolsillos llenos. Tampoco hay castigo para las tropas alzadas, a las que se ofrece la integración en el Ejército regular o marchar a Bielorrusia. A hacer ¿qué? Para mayor confusión Prigozhin ha sido recibido por Putin en el Kremlin y la milicia Wagner no se desmantela, sino que seguirá operando en lugares como Mali o la República Centroafricana donde protege a dictadores a cambio de minas de oro y de otras naderías. Todo demasiado raro y me temo que no acaba aquí.
Tampoco sabemos si de lo ocurrido surge un Putin más débil, más fuerte o vengativo. Me parece que lo único cierto es lo tercero. Hay quien piensa que todo ha sido una maniobra de distracción que permitirá a Putin hacer una limpieza de elementos sospechosos en su entorno y en las Fuerzas Armadas, como parecen indicar los rumores que apuntan a la detención (sin confirmar) del comandante militar en Ucrania, el general Surovikin por estar conchabado con Prigozhin o, al menos, conocer sus planes y no haberlos denunciado. Puede que no sea un caso único porque mi impresión es que si la revuelta se detuvo cuando nadie frenaba su avance hacia Moscú, pudo muy bien deberse a que Prigozhin pensaba que contaba con apoyos en el Ejército que luego, en el momento de la verdad, no acabaron de dar el paso adelante.
Y de los oligarcas, qué decir, salvo que muchos jets privados salieron tanto de Moscú como de San Petersburgo cuando los rebeldes se acercaban a la capital. Cuando comenzó la guerra de Ucrania hubo un sospechoso aumento de millonarios que “se caían” desde altas ventanas y no me extrañaría que la epidemia se reactivara en un futuro próximo. Porque puede que Putin haya salido más débil del envite, pero también puede en poco tiempo transformar esa debilidad en fortaleza y, desde luego, vengarse de todos aquellos que si no le han traicionado abiertamente tampoco se han declarado a su lado en la hora de la verdad. Al tiempo. Porque Rusia no es país para tibios y se ha roto la imagen de un Putin capaz de garantizar la estabilidad y seguridad que sus negocios demandan.
Lo que no ha cambiado con la revuelta es la marcha de la guerra. Putin ha perdido a su milicia más aguerrida, los delincuentes de Wagner, los que lograron conquistar el enclave de Bajmut donde las fuerzas regulares habían fracasado, y ahora se enfrenta a una ofensiva ucraniana que avanza con muchas dificultades porque los rusos han tenido tiempo para atrincherarse mientras siguen bombardeando objetivos civiles como el restaurante de Kramatorsk donde murió la novelista Victoria Amelina y casi lo hizo también Héctor Abad Faciolinde. Por su parte, Kiev necesita triunfos para mostrar a un mundo que empieza a manifestar fatiga bélica, sobre todo si los Republicanos ganaran la Presidencia de los Estados Unidos el próximo año. Ucrania precisa que se mantenga el apoyo militar que garantizará la Cumbre de la OTAN en Vilna y que crezca el político en zonas como Latinoamérica que ven el conflicto con equidistancia y como algo muy lejano hará el punto de disentir ampliamente de la inclusión del tema en el comunicado final en los términos deseados por los europeos. España, durante su presidencia rotatoria de la UE, puede ayudar a Ucrania a dar conocer su causa entre los países que hablan nuestra lengua.
Porque no puede haber equidistancia entre agresor y agredido y esta guerra va para largo.
Jorge Dezcallar, embajador de España.