
Rusia se puede estar preparando para plantear una segunda gran ofensiva en primavera. Es la conclusión de distintos analistas y estrategas, no confirmada naturalmente por fuentes del Kremlin, pero si por el Gobierno y los altos mandos del Ejército ucraniano que insisten en solicitar a Estados Unidos y Europa más armamento. En concreto tanques (300) y otros vehículos armados (600), bien para hacer frente a la posibilidad de una ofensiva, o bien para disuadir al Ejército ruso y al presidente Putin de que acometa por segunda vez una campaña con un coste en vidas y material inasumible. La cuestión política ahora es quién pone los tanques.
Los Abrams de Estados Unidos hay que traerlos y alimentarlos después con un combustible especial. Los Challenger británicos podrían reforzar el contingente, pero el Reino Unido tiene 227 tanques modernos de los cuáles podría aportar poco más de una decena. Y los Leopard, europeos y alemanes, 2.000 distribuidos en doce localizaciones por toda Europa, tienen todas las condiciones para trasladarse con rapidez a Ucrania y ser efectivos en poco tiempo, pero chocan con la política de cierto apaciguamiento del canciller Scholz.
Como si el Kremlin hubiera urdido la estrategia de la nueva ofensiva con un primer paso de debilitar la unidad occidental, Alemania se encuentra ahora en el centro del debate donde ha entrado Scholz por su propio pie. Sin ayuda de nadie. Porque los socios de gobierno en Alemania, verdes y liberales, han dicho sí a la petición y es el primer ministro socialdemócrata quien mantiene la duda, aparentemente para no cerrar la puerta a un entendimiento con Rusia cuando se abra un proceso de negociación, y más allá. Mientras los Estados Unidos aprovechan la oportunidad para preguntar si el Gobierno alemán va a seguir firme en sus compromisos de hace tan solo unos meses o, por el contrario, quiere mantener esa política tradicional, especialmente de los socialdemócratas, de observar como un camaleón el Atlántico, el Báltico y la Europea Central y del Este como un espacio abierto a intereses no exclusivamente occidentales.
Siendo importante la tensión interna aliada, aunque no determinante en este momento, lo verdaderamente relevante es saber si Rusia tiene planificado el volver a invadir territorio ucraniano aún con mayor fuerza de combate. O si, por el contrario, la movilización es una estrategia para forzar una negociación en unas condiciones favorables para el Kremlin. E igualmente relevante es saber si la sociedad y el ejército ucraniano están preparados para una segunda fase más cruenta. Según sus jefes militares, con los Patriot y los Leopard lo están. Como también lo estarían para hacer frente en condiciones de mayor equilibrio a ese hipotético y poco claro, a día de hoy, proceso de negociación, tal y como asegura Camille Grand, experta en defensa del European Council of Foreign Affairs, en el New York Times.
Siguiendo a Clausewitz, la estrategia moderna diferencia entre los conocimientos, las probabilidades y los desconocimientos. Cuanto mayor es el aprendizaje sobre los terceros, es decir, cuando somos conscientes de lo que no sabemos con mayor precisión, podemos acercar y enlazar el conocimiento y la probabilidad con mayor precisión. La certeza de que Rusia no pueda admitir una derrota es un conocimiento. La posibilidad de que esté dispuesta a negociar es una probabilidad. La visión camaleónica alemana es una aproximación más precisa al desconocimiento.