
El desarrollo tecnológico es de vital importancia en el mundo actual, fragmentado y caracterizado por la ausencia de un Estado que ejerza como líder del orden (o desorden) mundial, y con el poder repartido entre diversos actores a lo largo y ancho del globo. La importancia de la tecnología radica precisamente en la fragmentación actual de las relaciones internacionales ya que, a diferencia de los recursos naturales, normalmente finitos y limitados a un espacio geográfico, la tecnología, especialmente la relacionada con el ciberespacio, es por naturaleza descentralizada y accesible por individuos en diversos puntos del mundo. En particular, hay un área en la que se están llevando a cabo prolíficas innovaciones y cuantiosas inversiones tanto en el sector privado como en el público: la inteligencia artificial (IA).
El presidente de Rusia Vladimir Putin alertó en 2017 que aquel país que domine la IA en 2030 “se convertirá en el dueño del mundo.” Si bien tal declaración es quizás algo rimbombante, sí es evidente que para los Estados que aspiren a tener un rol destacado en el mundo de mañana es crucial reforzar sus capacidades en materia de IA.
No existe una definición consensuada de la IA, pero en el sentido más elemental, una IA es aquella tecnología que aspira a desarrollar una inteligencia propia, como la de los seres humanos. La empresa de investigación tecnológica Gartner la define como “tecnología que parece emular la actuación humana, normalmente a través del aprendizaje, llegando a sus propias conclusiones y entendiendo contenidos complejos, participando en diálogos con personas, reforzando las habilidades cognitivas de los humanos, o sustituyendo a personas en la ejecución de tareas no rutinarias”. Una IA avanzada puede ser prácticamente autónoma, esto es, sin necesidad de ser manejada por un ser humano y, por lo tanto, puede ir aprendiendo de su entorno (lo que se conoce como machine learning).
El gran elemento distintivo de la IA es que puede aplicarse en una miríada de áreas con múltiples usos, tanto militares como civiles. De hecho, hoy en día ya está presente en el día a día de muchas personas, ya sea a través de algoritmos que detectan las preferencias de los usuarios de Netflix, como en los smartphones que se desbloquean con el rostro de su propietario. Según el informe Global AI Adoption de 2021, más del 30% de los negocios mundiales están implementando IA en sus operaciones.
También en el área de seguridad nacional está la IA muy presente, pues la IA puede reforzar las capacidades de los Estados en materia de ciberseguridad y ciberespionaje, detectando amenazas y protegiendo sistemas informáticos de forma más rápida y eficiente que los seres humanos, y también en el área armamentística: varios países están desarrollando armas autónomas (siendo las más conocidas los drones, pero no las únicas) que funcionarían exclusivamente mediante la IA en vez de un ser humano.
Lógicamente, pocos países tienen los recursos suficientes para erigirse como líderes en IA, pero son muchos los gobiernos que quieren implementarla, tanto en el ámbito civil como el militar, por lo que hay una creciente preocupación tanto entre expertos como en la comunidad política global de que las relaciones internacionales del futuro estén determinadas por una suerte de tecno-colonialismo. En este escenario, la gran parte de los países, especialmente aquellos en desarrollo, dependerían de la IA creada en los países pioneros en IA, llevando a una relación de dependencia que emularía al colonialismo de los siglos XIX y XX, pero en lugar del control militar y económico, esta vez es la tecnología y en particular la IA lo que permite el dominio de una gran potencia extranjera sobre otra, extrayendo ingentes beneficios en el proceso.

Actualmente, dos países son punteros en IA: Estados Unidos y China. Este duopolio preocupa a otros actores, como Rusia, el Reino Unido y la Unión Europea, conscientes de que deben expandir sus capacidades en IA para garantizar su estabilidad y no depender de las innovaciones tecnológicas de otros. Por ejemplo, la UE lleva tiempo intentando promover su soberanía tecnológica y digital, es decir, la capacidad de controlar la tecnología utilizada diariamente por millones de ciudadanos y sus gobiernos, en lugar de ceder tal control a otras potencias. Sólo construyendo “nuestros propios campeones en las áreas digital y de IA” puede la UE evitar que “nuestras elecciones sean dictadas por otros”, como anunció el presidente francés Emmanuel Macron.
Así las cosas, el escenario actual muestra grandes desigualdades entre aquellos países que cuentan con el capital económico y humano para reforzar sus capacidades en materia de IA, y los Estados en vías de desarrollo, que están lejos de gozar de los mismos recursos, y que frecuentemente tienen prioridades más punzantes que la IA, como reducir la pobreza. Esta brecha tecnológica sitúa al mundo en desarrollo a la merced de los países más avanzados en IA, especialmente Estados Unidos y China. Son ya varios los países que han implementado la tecnología puntera de las dos grandes potencias en IA, en efecto dependiendo de ella para su propia seguridad y sus intereses nacionales: en otras palabras, convirtiéndose en tecno-colonias.
La pronunciada división entre el mundo tecnológicamente desarrollado y el resto de países lleva a una relación asimétrica de dependencia y de carácter extractivo, mediante la cual las empresas y los Gobiernos de países como China y Estados Unidos consiguen importantes beneficios a expensas de la mayoría de la población en las sociedades tecno-colonizadas. Durante la última década, varios países en desarrollo han sido utilizados como verdaderos campos de pruebas por empresas chinas y estadounidenses, que han puesto en práctica programas de IA de todos los colores, sin el consentimiento de las sociedades afectadas, pero con el permiso de sus gobiernos, a menudo dictatoriales. Sirvan dos ejemplos.

La empresa británica Cambridge Analytica estuvo en el ojo del huracán desde su implicación en las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2016 y en la campaña en el referéndum sobre la pertenencia del Reino Unido en la UE ese mismo año. Cambridge Analytica fue acusada de almacenar datos privados de más de 80 millones de usuarios de Facebook con el fin de ayudar a la campaña de Donald Trump (por ejemplo, mostrando determinados anuncios hechos a medida de cada usuario, atendiendo a su perfil psicológico e intereses, que eran deducidos a partir de los datos almacenados por la propia empresa).
Sin embargo, es menos conocido el rol de esta empresa en las elecciones presidenciales en Kenia y Nigeria en 2013 y 2015, respectivamente. En ambos casos, Cambridge Analytica utilizó las elecciones en ambos países africanos para realizar pruebas de funcionamiento, manipulando las redes sociales para favorecer la campaña del entonces presidente Goodluck Jonathan en Nigeria, o de su homólogo Uhuru Kenyatta en Kenia. El rol de la IA es clave, pues permitió a Cambridge Analytica a optimizar la publicidad de determinados candidatos mediante algoritmos complejos desarrollados por un sistema de IA que podía probar miles de anuncios diferentes en un período corto de tiempo y decidir cuál de ellos era el más eficiente, según Brittany Kaiser, antigua empleada de la empresa.
En definitiva, las elecciones en Nigeria y Kenia ejercieron como “test-betas” para que Cambridge Analytica desarrollara y mejorara sus técnicas de IA, que más adelante serían desplegadas en Estados Unidos y Reino Unido.
Otra instancia de tecno-colonialismo se ve claramente en la videovigilancia llevada a cabo por el Gobierno de Zimbabue desde 2018. Este Estado africano implementó un sistema de vigilancia en masa creado por la compañía china CloudWalk, que permite reconocer los rostros de los ciudadanos en apenas unos segundos, gracias a la IA. Esta tecnología fue más adelante implementada por el Gobierno chino en la provincia de Xinjiang con el fin de videovigilar a los miembros de la minoría étnica uigur, de confesión musulmana. La tecnología de CloudWalk es una de las más intrusivas y peligrosas, especialmente en manos de gobiernos autoritarios. Su utilización no sólo por China, donde fue creada, sino también por Zimbabue, muestra de nuevo la repetición de la relación entre dominante y dominado propias del colonialismo clásico.
La videovigilancia de civiles es precisamente una de las aplicaciones más perniciosas de la IA; desgraciadamente, no es utilizada solamente por dictaduras, sino también por países democráticos. En este sentido, el dominio chino y americano es impresionante: los grandes países europeos (Alemania, Reino Unido, Italia, Francia o España, entre otros) utilizan IA desarrollada en China y en EE. UU. en sus sistemas de videovigilancia, según un informe del Carnegie Endowment for Peace del 2019. Esta preferencia de los europeos por IA de países ajenos pone en jaque no sólo la tan necesaria autonomía tecnológica de la UE, sino también los derechos de sus ciudadanos, cuyos datos son almacenados por empresas no europeas y a menudo con un régimen legal diferente.
La UE ya tiene sus propias regulaciones en materia de IA, pero de poco sirven si la IA que utilizan sus países miembros son importadas de China y EE. UU o manejadas por empresas de dichos países. Si Europa no consigue ser autónoma en este respecto, quedará a la merced de la voluntad de los dos gigantes tecnológicos y, en el peor de los casos, podría quedar relegada al rol de, efectivamente, una tecno-colonia.
Y he aquí la paradoja. Este artículo empezaba subrayando que el poder en el mundo multipolar actual, en parte debido al impacto de la tecnología, está cada vez más disperso y fragmentado entre varios actores. Sin embargo, mediante el control de las tecnologías como la IA por parte de sólo dos gigantes en lugar de múltiples actores, los clásicos patrones entre colonizador y colonizado, dominador y dominado, pueden repetirse en el terreno de lo tecnológico. Y, dado el rol preeminente de la IA en las dinámicas globales, este nuevo tecno-colonialismo podría extenderse al resto de ámbitos de la política internacional, en efecto volviendo a un mundo en el que los que unas pocas potencias deciden el destino de la población en los países dominados. Con la diferencia, eso sí, de que esta nueva relación entre poderoso y débil no se lleva a cabo mediante la invasión y la subyugación física, sino mediante algo mucho más etéreo e intangible: la Inteligencia Artificial.