Baikonur, el lugar en mitad de la nada donde comenzó la era espacial hace 70 años

A mediados de octubre de 2003 tuve la ocasión de visitar durante varios días el complejo de Baikonur. Fue gracias a una invitación oficial de la Agencia Espacial de la Federación de Rusia ‒entonces llamada Rosaviakosmos‒ cursada por la Agencia Espacial Europea (ESA), para presenciar el despegue de la cápsula Soyuz que transportaba al astronauta español Pedro Duque a la Estación Espacial Internacional (ISS), junto con el norteamericano Michael Foale y el ruso Alexander Kaleri.
Las autoridades rusas me mostraron las principales instalaciones y me permitieron acompañar al cohete Soyuz desde el edificio donde se había ensamblado hasta su rampa de lanzamiento. También me enseñaron el museo y me llevaron hasta la gigantesca, oxidada y desahuciada plataforma de vuelo del arrinconado cohete súper pesado Energía, que en noviembre de 1988 puso en órbita el malogrado transbordador espacial soviético Burán, un faraónico proyecto de los años 70-80 que quedó en nada.

Por lo que pude vislumbrar, el cosmódromo de hace 22 años se asemejaba más a una inmensa chatarrería que a una base espacial. No tuve ocasión de ver el estado de los silos de misiles balísticos intercontinentales, pero sí de ver camellos en libertad y observar varias de las 13 plataformas de lanzamiento de cohetes espaciales, algunas fuera de servicio, con sus estructuras metálicas oxidadas y las instalaciones anexas abandonadas. Expuestas a un clima extremo en verano y en invierno, el paso de los años sin el adecuado mantenimiento había hecho mella en ellas. Pero no hay que equivocarse.
Las instalaciones operativas que visité estaban impolutas y los ingenieros y técnicos con los que hablé eran profesionales de gran nivel, orgullosos de ser pioneros y garantes del acceso al espacio exterior. Eran conscientes de la gran responsabilidad que tenían entre manos y ponían todo su empeño en que cada uno de los lanzamientos desde Baikonur funcionara con precisión milimétrica, como así fue la misión Soyuz TMA-3 de Pedro Duque. Me consta que las infraestructuras y equipamientos de Baikonur ha sido modernizadas en los últimos 15 años.

De la Unión Soviética a Kazajistán
En 2003 hacía tres años que Vladimir Putin había llegado al poder en sustitución del primer presidente de Rusia, Boris Yeltsin. Las medidas corruptas de liberalización de la economía centralizada soviética hacia una economía de mercado habían sumido al país en una profunda crisis en todos los órdenes. El sector espacial atravesaba una etapa de falta de recursos y decadencia que, a duras penas, intentaba encauzar el ingeniero Yuri Koptev, el director general de su Agencia Espacial por aquel entonces.
Las autoridades rusas acaban de conmemorar el 70 aniversario de la creación de Baikonur y, aunque no es el nombre original del lugar, es su denominación actual, con la que pasará a la historia de la humanidad. Nacido el 2 de junio de 1955 como Polígono de Pruebas Científicas y de Investigación nº 5, tiene el gran mérito de ser la primera puerta que abrió el camino para orbitar la Tierra y ofrecer la posibilidad de explorar el más allá desde el mismo espacio ultraterrestre.
Conocido oficialmente en el mundo entero como el cosmódromo de Baikonur, desde la ruptura de la Unión Soviética en 1991 está enclavado en la republica de Kazajistán. País de Asía Central, Kazajistán es cinco veces más grande que España pero, sin embargo, tiene tan sólo 20 millones de personas, cuando nuestra nación tiene más de 49 millones habitantes, lo que da idea de su muy baja densidad de población.

Baikonur no sólo es la primera base espacial en ser construida sino también la mayor del mundo. Bajo la responsabilidad del ministerio de Defensa de Rusia, ocupa una superficie de 6.717 kilómetros cuadrados y, para darse una idea de sus enormes dimensiones, es más grande que toda la provincia de Alicante, que tiene 5.817 km². Es semejante en extensión a la provincia de Segovia, que tiene 6.921 km², y mil kilómetros cuadrados más pequeña que la provincia de Barcelona.
Enclave estratégico de primer orden, el presidente Boris Yeltsin y el de Kazajistán, Nursultan Nazarbayev, firmaron a finales de marzo de 1994 una serie de acuerdos de cooperación de carácter político, militar y económico. Uno de ellos fue un contrato de arrendamiento de Baikonur por 115 millones de dólares, que transfería a Rusia las responsabilidades de gestión y los derechos de ocupación, uso y explotación del cosmódromo. Moscú quería que fuera por 99 años, pero se acordó por un periodo inicial de 20 años, que después se ha ampliado hasta 2050.

Escenario de los primero hitos de la era espacial
Baikonur fue el eje del programa espacial soviético durante su época de esplendor, que coincidió con los mandatos de Nikita Khrushchev (1953-1964) y Leónidas Brezhnev (1964-1982) como secretarios generales del Partido Comunista de la Unión Soviética y cabezas visibles del poderío de Moscú. La localización fue elegida por militares rusos por su proximidad al ecuador, baja densidad de población y su horizonte despejado hacia los cuatro puntos cardinales.
El cosmódromo fue construido con la finalidad de servir de base de lanzamiento de los misiles balísticos intercontinentales SS-6 Sapwood, cuyo primer disparo de prueba ocurrió en mayo de 1957, dos años después de comenzar a levantar las instalaciones. Muy poco más tarde fue el escenario de los primeros grandes hitos de la era espacial que iba a nacer: el 4 de octubre, una variante de ese mismo misil emplazaba en órbita al Sputnik-1, el primer satélite artificial de la Tierra.
Desde Baikonur, el primer ser humano en viajar al espacio, Yuri Gagarin, orbitó la Tierra en una astronave el 12 de abril de 1961. Fue seguido por Valentina Tereshkova, que el 16 de junio de 1963 se convirtió en la primera mujer cosmonauta. En total, tal y como ha dicho Vladimir Putin en su mensaje de felicitación por el 70 aniversario, Baikonur ha sido testigo de “más de 2.500 lanzamientos y ha enviado a la órbita terrestre a más de 200 cosmonautas de numerosos países, muchos de ellos científicos que realizan experimentos innovadores y promueven la investigación fundamental y aplicada en la ISS”.

Corazón del hoy empequeñecido esfuerzo espacial de Rusia, el cosmódromo continúa siendo el principal lugar de lanzamiento de los satélites civiles y militares rusos y de sus aliados. Durante casi 10 años, desde la retirada del ultimo transbordador espacial norteamericano (Atlantis) en julio 2011 hasta la primera misión tripulada del cohete Falcón 9 de SpaceX el 15 de noviembre de 2020, los cohetes y las capsulas rusas Soyuz lanzadas desde Baikonur fueron la única alternativa para que los seres humanos llegaran hasta la ISS y relevaran a sus compañeros a bordo.
Pero Baikonur no es la única base espacial de Moscú. Cuenta con otras dos. Una es el complejo militar de Plesetsk, a unos 800 kilómetros al norte de Moscú. Otra es el nuevo cosmódromo de Vostochny, en el Lejano Oriente, situado a más de 5.500 kilómetros de la capital rusa. Pero ninguna de las dos, sólo Baikonur, cuenta con capacidad para llevar a cabo vuelos espaciales tripulados. Vladimir Putin ya ha impartido la directiva para que Vostochny albergue un nuevo complejo para enviar seres humanos al espacio, lo que no será realidad hasta la próxima década.
