Argelia expulsa diplomáticos franceses: tensión creciente por el Sáhara

Argelia basó su postura en las disposiciones de la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas, considerando que la transgresión francesa de los procedimientos de acreditación constituye una violación de las normas internacionales y un atentado contra la soberanía nacional.
Sin embargo, una lectura atenta de esta decisión, acompañada de un tono severo y cargado por parte del Ministerio de Asuntos Exteriores argelino, revela que el asunto va más allá de una simple violación protocolaria, tocando el núcleo de los nuevos equilibrios geopolíticos que afectan las relaciones argelino-francesas. En este contexto, la cuestión del Sáhara marroquí se presenta como una clave esencial para entender la creciente tensión entre ambos países.
Desde que París inició un fortalecimiento de su cooperación estratégica con Rabat y aumentó las visitas de sus altos funcionarios a las ciudades del Sáhara marroquí —encabezadas por la ministra de Exteriores y el ministro de Economía—, y tras el interés sin precedentes mostrado por las principales empresas francesas por invertir en estas regiones, quedó claro para el mundo que París había tomado partido por la postura marroquí, desestimando las maniobras y provocaciones de Argelia en los foros internacionales.
El comportamiento tenso y repetido de Argelia hacia Francia, precedido por la retirada de embajadores y la suspensión de la cooperación cultural y de seguridad, evidencia la profunda confusión estratégica que padece la diplomacia argelina. Una diplomacia que ha fracasado en mantener lo que consideraba un “equilibrio tradicional” en la relación de París con el conflicto fabricado del Sáhara, y que ahora se enfrenta a una nueva realidad geopolítica basada en los intereses y la complementariedad, no en ideologías obsoletas ni consignas politizadas.
Aunque es legítimo que cualquier Estado, conforme al derecho internacional, rechace cualquier violación de su soberanía o transgresión de las normas diplomáticas, convertir este rechazo en un arma de represalia contra las decisiones soberanas de otro Estado respecto a una cuestión que no le concierne, refleja un grave desliz en el juicio político y pone de manifiesto una visión miope de los cambios internacionales.
La decisión argelina amenaza con deteriorar aún más las relaciones bilaterales, lo que podría desembocar en una parálisis de la representación consular y obstaculizar la cooperación en materia de seguridad y economía, en un momento en que los socios regionales necesitan estabilidad y coordinación para enfrentar desafíos importantes como la migración irregular, el terrorismo y el cambio climático.
Este acto de escalada coloca también a la diplomacia argelina ante críticas internacionales silenciadas, que consideran esta actitud como una utilización política de las herramientas del derecho internacional y de las normas diplomáticas, además de un indicio de la pérdida de margen de maniobra por parte de un régimen que ya no puede seguir el ritmo de las nuevas dinámicas en el Magreb.
Parece que Argelia ha optado, como en ocasiones anteriores, por encubrir sus fracasos políticos bajo el velo de la soberanía legal, invocando textos internacionales vaciados de contenido por un uso selectivo y vengativo. La realidad, sin embargo, radica en su temor a un aislamiento diplomático creciente y a la pérdida de aliados tradicionales, mientras Marruecos sigue cosechando los frutos de su diplomacia serena y tejiendo alianzas con potencias influyentes, entre ellas Francia.
En conclusión, la soberanía aquí no es más que una cortina para encubrir una mala evaluación, y las normas diplomáticas no son sino herramientas en una batalla perdida, donde no triunfan las consignas, sino la visión, la legitimidad y el realismo político.
Lahoucine Bekkar Sbaai, abogado en el Colegio de Abogados ante los Tribunales de Apelación de Agadir y El Aaiún; e investigador en migración y derechos humanos
Experto en el conflicto del Sáhara marroquí.