
Confirmada la continuidad del Gobierno Draghi, nacido el 13 de febrero del año pasado, y sobre la base de que no va a haber ni “rimpasto” ni “rimpastino” (remodelación, en suma), el asunto que más afecta a la clase política italiana es el futuro del centroderecha, que ha salido de la elección presidencial fuertemente dividido y con acusaciones entre ellos que podríamos considerar cada vez más “gruesas”.
Ya sabemos que Forza Italia no está precisamente contento con la actuación de Salvini en las diversas votaciones que hubo. El líder de la Liga decidió que Maria Elisabetta Alberti Casellati fuera votada como candidata a la Presidencia de la República cuando desde la cúpula del partido le decían que no era buena “scelta” (elección), ya que el sector más templado estaba en contra suya y podían proliferar los llamados “francotiradores” (parlamentarios que votan en contra de su propio partido), como así fue. Finalmente, Casellati no salió elegida presidenta de la República, fue “abatida” por casi seis decenas de parlamentarios (aunque desde Forza Italia se considera que algunos de Meloni también votaron en contra de ella) y lo que finalmente sucedió es que el principal partido del centroderecha, que ha dominado esta parte del arco parlamentario desde 1996 hasta que Salvini le superó en las elecciones de marzo de 2018, dio una imagen de división y descomposición que normalmente resulta muy contraproducente para el votante medio.
Pero, en realidad, tanto Forza Italia como la Liga de Salvini coinciden en que el enemigo a batir dentro de la coalición es precisamente la formación de Meloni, que era, hasta hace poco, el hermano “menor” de los tres con mucha diferencia. Porque la realidad es que, en este momento, encuestas en mano, Meloni no sólo va a revalidar el actual número de parlamentarios, sino que podría triplicarlos, a pesar de que en las siguientes elecciones generales (“políticas”) ambas Cámaras se verán reducidas en un tercio.
Claro que Meloni y sus Fratelli d´Italia tienen un problema muy importante: han estado desde sus inicios fuera de la “maggioranza” del Gobierno Draghi, y este está resultando cada vez más exitoso por el crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB), el control de la deuda nacional (aunque no puede evitar que esté creciendo la prima de riesgo) y la cada vez más completa campaña de vacunación de la población. Así que Meloni puede encontrarse, en meses venideros, con una campaña muy dura en contra de su persona por una supuesta ausencia de “patriotismo”: que el partido representante del centralismo romano y de la Administración (como así lo fue desde los tiempos de Alianza Nacional, desaparecida en 2013) no esté apoyando ni al presidente de la República (al que se negó a votar a pesar de ser el más apoyado tras Sandro Pertini en la legendaria votación de 1978) ni al presidente del Consejo de Ministros (Mario Draghi), se puede acabar volviendo en su contra.
Ya comentamos en su momento la oferta de Giovanni Totti y su partido Cambiamento de hacer una coalición a tres con Italia Viva y con Forza Italia. Cierto es que Renzi, líder de Italia Viva, no ha cerrado la puerta al Partido Democrático (PD), con el que se encuentra en el mejor punto de entendimiento desde que en el otoño de 2019 el ex primer ministro toscano decidiera marcharse para crear su propia formación. Pero parece muy complicada la alianza de Renzi con el PD, porque la dirección de este partido está pensando antes en coaligarse con Cinco Estrellas en la esperanza de poder llevarse muchos de sus votantes (recordemos que a los “pentastellinos” les votaron hace casi cuatro años una de cada tres personas que acudió a las urnas, lo que por descontando no va a volver a suceder).
En realidad, Renzi da la impresión de que acabará pactando su coalición con la auténtica amalgama de partidos que se mueve entre el centroderecha y PD-Cinque Stelle: Piu Europa, Azione, Cambiamento, etc. Pero, conocida la habilidad del joven político toscano, capaz como pocos de reinventarse, cualquier cosa puede suceder.
Lo que no sería de extrañar sería que finalmente Forza Italia y Liga se acabaran uniendo en una sola formación como hicieron en su momento el primero con Alianza Nacional: si en aquella ocasión se quedó fuera la Liga de Umberto Bossi, ahora sería el partido de Meloni el que habría de presentarse individualmente, sin posibilidad de coaligarse con nadie. Suceda lo que suceda, y sobre la base de que no habrá alteración del calendario, habrá dos momentos clave previos a las elecciones generales para comprobar si esto sucede: por un lado, las elecciones administrativas de mayo-junio, y, por otro, la elección al gobierno de la región de Sicilia. Una isla, Sicilia, a la que se tradicionalmente se ha considerado “laboratorio de pruebas” de lo que va a suceder, y no les falta razón a quienes esto afirman: por poner un ejemplo, en octubre de 2017 ganó el centroderecha (dando la presidencia a Nello Musumeci); el Movimiento Cinco Estrellas vivió un importante crecimiento; y el Partido Democrático (PD) fue ampliamente derrotado, preanunciando la debacle de marzo del año siguiente.
El futuro del centroderecha tendrá como elemento clave la configuración de las listas electorales de cara a los comicios de marzo de 2023: Salvini tiene prácticamente imposible lograr que todos sus actuales parlamentarios repitan (necesitaría su formación un tercio de los votos emitidos cuando las actuales encuestas reducen esta cifra a 1/6), pero tiene que dar entrada a los principales exponentes de Forza Italia si quiere que este hagan coalición con su partido. Claro que Forza Italia, una formación clave en la familia de los “populares” europeos, le puede dar a Salvini lo que más necesita: por un lado, el componente de centroderecha y europeísta que aun realmente no tiene; por otro, el apoyo del empresariado más importante, que es el que tradicionalmente ha estado detrás de Forza Italia. Veremos de qué manera se desarrolla la negociación, pero la realidad es que en este momento ambas fuerzas parecen decididas a intentar aislar a Meloni, de quien nadie esperaba, hace solo año y medio, que pudiera llegar a liderar la intención de voto a nivel nacional teniendo en cuenta la estructura tan pequeña que tiene Hermanos de Italia e, igualmente, la ausencia de figuras relevantes.
Y todo esto es una cuestión no menor, porque en el centroderecha, que no ha gobernado el país desde los años 2008-11 (más allá de etapas puntuales como el año 2014, en que estuvo vigente el “Pacto del Nazareno” entre PD y Forza Italia) no puede volver a errar como lo ha hecho con motivo de la elección presidencial: disponían de cuarenta votos más que Renzi cuando, siendo este primer ministro, hubo de afrontar la elección presidencial de finales de enero de 2015. Como es sabido, Renzi logró sacar de adelante la candidatura de Mattarella, al que le faltaron un puñado de votos para lograr la mayoría cualificada (en ese momento le bastaba con la simple, que ya tenía asegurada), y ahora, en cambio, el centroderecha, que necesitaba tan sólo medio centenar de votos más para tener a uno de los suyos en la Jefatura del Estado, no tuvo más remedio que sumarse a los que pedían la reelección de Mattarella.
Y hay que recordar que, además de haber ganado como coalición las elecciones de marzo de 2018, no sólo lleva casi un lustro sacando casi diez puntos de ventaja al centroizquierda, sino que además éste sigue en una cifras muy pobres, sin haber celebrado primarias y con una tradición de derrotas que ha hecho del PD el partido especializado en triturar líderes sin compasión: en casi quince años de vida, ha tenido cuatro secretarios generales titulares (todos ellos elegidos en primarias, destacando el caso de Matteo Renzi, que las ganó dos veces, una en 2013 y otra en 2017) y cuatro secretarios generales interinos. Y ahora piensan en hacer coalición con un Movimiento Cinco Estrellas nunca más dividido, con un líder tan nuevo como cuestionado, y con la amenaza de que quedar como fuerza completamente residual.
No nos engañemos: si el centroizquierda logró imponer a uno de los suyos (Sergio Mattarella, presidente saliente) para el Quirinal, fue sobre la base de decir “no” a toda oferta de pacto del centroderecha. Pero ahora el tema que se pone encima de la mesa es bien distinto: ganar las elecciones generales, y el PD ha perdido las de 2008 y 2018 y sólo ha ganado, por la mínima, las de 2013. Claro que, mientras el centroderecha siga dando un permanente espectáculo de guerra interna entre sus líderes, todo puede pasar. Y es que lo que nunca pudieron esperar ni en Forza Italia ni en la Liga es que la “simpática Meloni”, aquella “ministrilla” para Igualdad de Oportunidades nombrada en 2008 y fallida candidata a la Alcaldía de Roma en 2016, pudiera tratar a los otros líderes de tú a tú. Pero es lo que está sucediendo, y de momento la partida la va ganando Meloni, muy a pesar de un Salvini que se ha quedado sin discurso: ya no le funcionan ni las arremetidas contra la inmigración irregular ni el antieuropeísmo, y su populismo y ultranacionalismo cada vez resultan menos efectivos. ¡En qué estaba pensando Salvini cuando decidió hacerse tan amigo de los líderes furibundamente antieuropeístas como Alternativa por Alemania, Demócratas de Suecia o todo tipo de formaciones de ultraderecha!
Pablo Martín de Santa Olalla Saludes es profesor del Centro Universitario ESERP y autor del libro ‘Historia de la Italia republicana, 1946-2021’ (Madrid, Sílex Ediciones, 2021).