
En un seminario celebrado en junio de 2021 en el Palacio de la Magdalena de Santander, organizado por esta revista, ATALAYAR, y patrocinado por el Ayuntamiento de la capital cántabra y la Embajada israelí en España, definí lo que entiendo como “espíritu Barenboim”, en tanto que unidad de personas, de pueblos, de lenguas, culturas y religiones para un bien superior, y lo sugerí como una posible y futura solución al secular conflicto que hunde el Oriente Próximo en las páginas más negras del Medioevo.
Daniel Barenboim con su orquesta West Eastern Divan, pluri-nacional, pluri-lingüística y pluri-religiosa, muestra que otro mundo es posible. Un mundo en el que ni Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel, ni Ismail Haniyé, jefe de la milicia armada palestina Hamas, creen. Ambos son fanáticos extremistas, y los dos pretenden erradicar el “espíritu de Barenboim”.
El conocido músico y director de orquesta judío argentino Daniel Barenboim no es un político ni pretende sustituir a los dirigentes políticos. Sus declaraciones sobre el conflicto en Oriente Próximo han sido claras desde hace años: la guerra entre palestinos e israelíes no tiene solución militar ni diplomática, sostiene. El único modo de superar este conflicto secular es combatir la ignorancia, la pobreza y la incultura. Barenboim ha sido tajante en condenar cualquier tipo de ataque y represalias contra civiles, como los perpetrados por Hamas en su incursión militar en Israel y los bombardeos masivos de Israel contra la población palestina de Gaza.
El gran proyecto que lidera con su multifacética orquesta, que va a cumplir un cuarto de siglo, lo dice todo: jóvenes músicos de Palestina, Israel, Egipto, Líbano, Siria, Jordania, Turquía y España, se unen con un objetivo común que trasciende las religiones y los clanes lingüísticos y familiares, mostrando quizás la única solución posible para el conflicto actual.
Es precisamente a este espíritu y esta praxis a los que Netanyahu y Haniyé se oponen. El líder sionista aboga por la tesis que mientras haya un palestino vivo, Hamas seguirá vivo. Esto explica los bombardeos exterminadores en Gaza, el último de ellos contra un convoy de ambulancias en la franja, so pretexto de que en una de ellas iba un terrorista.
El comportamiento de Netanyahu y de la cúpula militar israelí, es el de quien quiere acabar con la población enemiga. La liberación de los rehenes es sólo una excusa, porque saben que, si Gaza continúa bajo el diluvio de fuego, los rehenes van a morir, sea por los bombardeos, sea ejecutados.
En el polo opuesto se encuentra el líder de Hamas, Ismail Haniyé. Justifica sus acciones contra mujeres, niños, ancianos y el secuestro de civiles, por la resistencia a la ocupación israelí de Palestina, las vejaciones, el despojo de tierras y viviendas, los asesinatos, torturas y encarcelamientos masivos de palestinos, y en esto tiene razón. Pero sus métodos terroristas exacerban el conflicto, no lo resuelven.
Si Netanyahu piensa que un palestino es siempre la semilla de un terrorista, Haniyé hace lo propio con un judío, semilla de un sionista. Ambos creen que para cumplir sus objetivos tienen que acabar con el otro. Es más que una guerra colonial, más que una guerra de culturas y de religiones: es una guerra de supervivencia excluyente. Lo opuesto al espíritu de Barenboim.
La colonización y el exterminio de las poblaciones autóctonas han sido la carta de identidad de los Imperios en la historia. Salvo honrosas excepciones, como el Imperio macedonio de Alejandro Magno y el persa de Ciro el Grande, la mayoría anteriores y posteriores se edificaron conquistando tierras y arrasando o sometiendo a las poblaciones oriundas. La expansión y el genocidio es propio de los Imperios coloniales. Por eso las viejas metrópolis otorgan su apoyo incondicional a Israel.