Vuelve la “guerra fría” al Magreb

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La guerra en Ucrania ha despertado los viejos fantasmas de la Guerra Fría. Aunque oficialmente ésta terminó con la caída del Muro de Berlín, la desintegración de la Unión Soviética y el fin de la hegemonía del Partido Comunista en Rusia en los años 90 del siglo pasado, el duelo a muerte entre Estados Unidos y Rusia continuó hasta hoy con la guerra entre Rusia y la OTAN en el escenario ucraniano. Vuelve a estar presente la polaridad entre “comunismo y liberalismo”, “democracia y autoritarismo”, “libertad y servidumbre”, los eslóganes que inundaron el mundo durante cincuenta años. 

Hoy se presenta el renacer de la Guerra Fría por los alineamientos políticos e ideológicos que impone Occidente tanto a sus aliados como a sus enemigos. Es lo que estamos viendo en el norte de África. La rivalidad hegemónica entre el Reino de Marruecos y la República de Argelia, se debe tanto a sus visiones opuestas y enfrentadas sobre el porvenir del Magreb, a la incompatibilidad de regímenes, como al alineamiento del primero con Estados Unidos y el bloque occidental, y de la segunda con Rusia y sus aliados. 

Esta mini-guerra fría en el Magreb afecta a toda la política exterior de los países norteafricanos, y por lo tanto atañe a España, Portugal, Francia, Italia y España, principalmente. La escalada militarista en la región, con el rearme intenso y acelerado de los dos rivales geopolíticos, Marruecos y Argelia, lo prueba. La escalada verbal, con acusaciones desprovistas no solo de fundamento, sino contrarias al comportamiento diplomático de las relaciones entre Estados y particularmente vecinos, también. 

La crisis desatada unilateralmente por Argelia, primero con Marruecos al romper relaciones diplomáticas, y ahora con España al suspender el Tratado de Amistad y Buena Vecindad, son reflejos propios de la Guerra Fría. Son acciones desprovistas de raciocinio y que no acarrean beneficios, ni económicos, ni políticos, para quien las emprende. Argelia no gana nada, ni puede ganar nada.

La rivalidad entre Argel y Rabat – el asunto del Sahara Occidental es un detonante circunstancial y aleatorio – no tiene solución a corto plazo. Si por el momento no llegan a la guerra caliente es porque ambos países dependen de los suministradores de armas, Rusia uno, y Estados Unidos y Occidente el otro, que no les van a proveer de municiones y recambios en caso de conflicto.  En la primera semana de guerra abierta, tanto Argelia como Marruecos se verían obligados a acudir a Moscú y Washington para que les sostengan. Y la actitud de las grandes potencias aún está por ver.

En medio se encuentra España, que, por su alineamiento incondicional con Occidente y por la presencia misma del Ejército estadounidense en tierras hispanas, no tiene las simpatías de Moscú. Todo lo contrario. Y Argel, sabedor de este enfado endémico del Kremlin con el gobierno de Pedro Sánchez, ha jugado una carta sin futuro. Si Argelia continúa su escalada antiespañola con el cese del suministro de gas, la suspensión del comercio bilateral y la ruptura de contratos ya firmados, se quedará sola, no recibirá ningún apoyo europeo ni siquiera de Italia, y no tiene alternativa. A excepción del armamento, el primer cliente y proveedor de Argelia es la Unión Europea, de quien depende. Y de los Estados Unidos que son los principales inversores en energía.  

El órdago argelino en contra del PSOE, calculado en función de las discrepancias entre los socialistas y Podemos, y en función también del error del Partido Popular de anteponer los cálculos electorales a las cuestiones de Estado, no puede tener el efecto buscado por el Gobierno de Argel. En el peor de los casos, si la ofensiva argelina termina por hacer tambalear el Gobierno de Sánchez y provocar elecciones anticipadas, el gobierno que puede sucederle, con una coalición del Partido Popular y otros aliados, no podrá cambiar la política española hacia el Magreb: el apoyo a Marruecos se mantendrá y la exigencia a Argelia de respetar la legalidad internacional, también. 
 

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