Opinión

De cómo la mimada Irlanda zarandea a la Comisión Europea

photo_camera Phil Hogan

Irlanda es una de las piezas clave en la turbulenta negociación del posBrexit. Fue rescatada en su día cuando la crisis financiera sacudió el primer gran golpe a una Unión Europea que hasta entonces parecía una fortaleza inexpugnable. Es también un semiparaíso fiscal, en el que se refugian fiscalmente las grandes tecnológicas norteamericanas para no contribuir en pie de igualdad a la contribución por sus ingentes beneficios en otros países europeos. Ahora, además, el actual Gobierno tripartito de Dublín formado por liberales, conservadores y verdes, ha provocado la caída del comisario Phil Hogan, también irlandés, al cargo de la decisiva cartera de Comercio en la Comisión Europea. 

La falta cometida por Hogan fue asistir el pasado 19 de agosto a una cena en el Clifden Golf Club de Galway, en el que se congregaron 81 personas, sobrepasando ampliamente el máximo de 15 asistentes a que el Gobierno de Dublín ha limitado los aforos a causa de la COVID-19. Falta considerada lo suficientemente grave para que el ‘taoiseach’ (primer ministro) de Irlanda, Micheál Martin, destituyera a la ministra de Agricultura, Dara Calleary, que también concurrió a la misma reunión. 

Hasta ahora el cargo de comisario de la Comisión Europea, fuere cual fuere la procedencia, se consideraba plenamente independiente de su país y gobierno de origen. Recuérdese que el Gobierno de Polonia no pudo nunca remover de su puesto de comisario al que fuera ex primer ministro, Donald Tusk, que incluso fue nombrado presidente del Consejo Europeo y ejerció durante los cinco años reglamentarios pese a la firme oposición de Varsovia. 

No ha sido esta vez el caso, dado que las presiones de Dublín sobre la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se han mostrado irresistibles. Cierto es que es el propio Hogan el que dice haber renunciado voluntariamente al cargo, pese a haberle presentado a su jefa alemana un abultado dossier de todos los movimientos que efectuó en Irlanda entre el 31 de julio y el 22 de agosto, incluyendo las pruebas hospitalarias que se hizo voluntariamente y que se revelaron negativas. Pero Von der Leyen no solo no movió un dedo para defenderlo, sino que incluso mandó una advertencia a sus comisarios “para que sean particularmente vigilantes sobre el cumplimiento de las reglas y recomendaciones nacionales y regionales”. 

Un golpe a la independencia del Ejecutivo europeo

La primera consecuencia de este episodio es que se pone en duda la supuesta independencia de los comisarios de sus países y gobiernos de procedencia. La segunda, y no menos importante, es que el puesto que deja vacante Hogan era de vital importancia, tanto porque manejaba las negociaciones de su amplísimo campo de actuación con el Gobierno de Londres para la futura relación con la UE a partir del próximo 1 de enero de 2021, como porque era asimismo el que estaba al mando de las “tropas” europeas en la guerra comercial desencadenada por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Precisamente, la semana pasada había conseguido la primera reducción de aranceles con Estados Unidos en las últimas dos décadas, mientras que su dimisión, a todas luces más forzada que voluntaria, la presentó cuando tenía encarrilado un compromiso con Estados Unidos a propósito del espinoso dossier de las ayudas de Estado a Airbus y Boeing, paso decisivo para la distensión en unas relaciones comerciales que no habían hecho más que empeorar desde que su actual inquilino accediera a la Casa Blanca. 

Se abren ahora no pocas conjeturas. Irlanda tendrá que presentar uno o dos candidatos, para que Von der Leyen elija. Los favoritos a priori son el actual ministro de Asuntos Exteriores, Simon Coveney, y el exembajador en Washington, David O´Sullivan. Dublín está en su derecho, como también lo está Ursula von der Leyen de no conceder a quién suceda a Hogan la misma cartera, gesto que conllevaría en tal caso una remodelación de su Colegio de Comisarios, pero que tendría la ventaja de compensar la ácida sensación de que los gobiernos nacionales la pueden manejar a su antojo. De momento, ha encargado a su vicepresidente Valdis Dombrovskis, responsable del área económica, que asuma también la cartera de Comercio. Será un período relativamente largo, porque además de que el nuevo comisario sea aceptado por la presidenta, necesitará examinarse ante los diputados del Parlamento Europeo, trance que se ha demostrado dista de ser un mero y cómodo trámite. 

Lo que sí es evidente es que la crisis no ha podido ser más inoportuna, al tiempo que se supone una gran satisfacción en el actual Gobierno tripartito de coalición irlandés, que llevaba buscando acabar con la carrera política de Hogan desde que llegó al poder. Hogan, que incluso se estaba fabricando una gran reputación como ejecutivo eficaz en Bruselas, también ha visto cercenadas de raíz las grandes aspiraciones que pudiera tener en el ámbito comunitario europeo.