Opinión

Incendio descontrolado en ciernes en el Sahel

ORTN - Télé Sahel / AFP - Abdourahamane Tchiani
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Expirado el plazo concedido por la Comunidad de Estados de África Occidental (CEDEAO) a los golpistas de Níger, todo hace presagiar que la confrontación en ese estratégico país del Sahel es inevitable. Un conflicto inédito en el seno de la propia CEDEAO, sino también para el Magreb y para los países del sur de Europa, con España en la vanguardia de las consecuencias de esa confrontación. 

Como “un golpe de Estado de más” lo calificaba Catherine Colonna, la ministra francesa de Asuntos Exteriores, después de los consumados en Mali (2020) y Burkina Faso (2022), admitiendo así que Níger marca un antes y un después, el punto de inflexión en el que pueda ser necesario “actuar con decisión y determinación” (presidente Emmanuel Macron) para que Occidente en general, y Europa en particular, no pierdan esta nueva ramificación africana de la guerra global que ya se está librando. 

La gota que colma el vaso de la paciencia no suele ser ni la más densa ni la más importante, pero es la que ha provocado a lo largo de la historia los desbordamientos más decisivos y sangrientos. Tal es el caso también en Níger, donde el golpe de Estado se ha desencadenado por un diferendo personal entre el presidente derrocado y “secuestrado”, Mohamed Bazoum, y el jefe de su Guardia Presidencial y ahora golpista en jefe, Abdouharamane Tiani. 

Si los golpes de Mali y Burkina Faso marcaron el definitivo declive de la influencia postcolonial francesa en África, ya muy afectada por un deterioro de las relaciones político-diplomáticas con Marruecos y Argelia, el caso de Níger supone el sarpullido que demuestra el estado de crisis no sólo en el interior del continente, sino entre los nuevos bloques mundiales. 

En el Sahel está situada la primera línea del frente entre el terrorismo yihadista y la comunidad internacional. Aquel, lejos de amainar, se está intensificando sin que los países más afectados de la franja puedan contenerlos, tanto con la ayuda prestada hasta ahora por las fuerzas especiales francesas (1.500 soldados estacionados aún para este propósito en Níger), como de las europeas que las apoyan, entre ellas las españolas. Con razón, Bruselas teme no sólo que aumente considerablemente el terrorismo yihadista, sino que, consecuentemente, se incrementen los flujos migratorios. Si el destino de estos es Europa, con arribada inicial a las costas de Canarias, Andalucía, Murcia, Sicilia, Molise, Apulia o Calabria, en las etapas africanas intermedias, o sea Mauritania, Marruecos, Argelia, Túnez y Libia, el riesgo de desestabilización es máximo. 

La controversia en el seno de los países africanos ya está lanzada, provocando el choque entre visiones contrapuestas. La intervención militar con que amenazan los jefes de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de varios países de la CEDEAO no concita la unanimidad. Abdelmadjid Tebboune, presidente de Argelia, que tiene mil kilómetros de frontera con Níger, señala que “una intervención militar directa sería una amenaza para Argelia, sin cuyo concurso no habrá solución [al conflicto] con riesgo de que todo el Sahel se incendie”. 

No es ese el mismo parecer de Nigeria, el país más populoso del continente (215 millones de habitantes), Costa de Marfil y Senegal, que ya se habrían puesto a la cabeza de esa intervención militar, que contaría con un contingente inicial de 50.000 soldados. El presidente de Nigeria, Bola Tinubu, tampoco tiene el pleno respaldo de su país. Un nutrido grupo de senadores le han conminado a que refuerce las opciones políticas y diplomáticas antes de inclinarse por un contragolpe bélico. Por el contrario, el presidente de Costa de Marfil, Alassane Ouattara, sí parece contar con un respaldo masivo a su proclama de que, además de “condenar el intento de golpe de Estado en Níger, que amenaza gravemente la paz y la seguridad en la región, es esencial restablecer el orden constitucional y permitir al presidente Bazoum, elegido democráticamente, ejercer sus funciones”. 

Y, desde luego, no están por la labor de replegarse los golpistas nigerinos, que han intensificado las manifestaciones populares en su favor, especialmente mediante concentraciones de apoyo en el estadio Seyni Kountché (nombre del primer golpista de Níger en 1974) de Niamey, además de recibir el respaldo exterior de los actuales dirigentes de Mali y Burkina Faso, que han calificado de “agresión que recibiría cumplida y contundente respuesta” la preconizada intervención militar en Níger, aún hoy el cuarto país del mundo en la producción de uranio, el combustible esencial para el funcionamiento de los 56 reactores de las centrales nucleares francesas.