Libertad para Cuba, ahora o nunca

Enarbolaban el estandarte de una revolución que prometía cambiar no solo el destino de Cuba, sino también el de toda Iberoamérica.
Las élites intelectuales europeas compraron sin dudar aquella ilusión, espoleada además por una Guerra Fría en la que la Unión Soviética de entonces ganaba la más que decisiva batalla cultural, mediante gigantescas operaciones planetarias de propaganda, a unos Estados Unidos en trance de asentarse como superpotencia hegemónica y gendarme del mundo.
Cuba, la Perla de las Antillas para los españoles que la convirtieron en el principal puerto comercial con la metrópolis, se había convertido en el tercer país por PIB y renta per cápita del espacio iberoamericano, tan solo por detrás de Argentina, ya aquejada entonces del virus del peronismo, y de Venezuela, cuya prosperidad seguía atrayendo cantidades ingentes de inmigrantes europeos.
La izquierda europea y también la americana engordaron el prestigio del castrismo, justificándolo en que con él Cuba había dejado de ser “el burdel de Estados Unidos”, y que el experimento del comunismo tropical convertiría la educación y la sanidad cubanas en el modelo a imitar y seguir por todos los países del entonces denominado Tercer Mundo. Se obviaba que las propias mafias norteamericanas habían propiciado la toma del poder por parte de Fidel Castro a fin de eliminar al territorio más competitivo de la ya boyante Las Vegas en materia de vicio, prostitución y espectáculo.
La crisis de los misiles soviéticos instalados en Cuba, finalmente desarticulada a cambio de que los norteamericanos hicieran lo propio en Turquía, dio paso a la imposición por parte de Washington de una estrecha vigilancia sobre el tráfico comercial marítimo de Cuba. El castrismo lo llamó bloqueo, término absolutamente inapropiado respecto de la realidad, pero que le ha servido durante más de medio siglo de pretexto para justificar el descenso hacia los infiernos de la miseria en la isla, hasta llegar a la desesperada situación actual.
Tomo prestada de la gran escritora cubana en el exilio Zoé Valdés la referencia a que Cuba se asemeja a Marte: “Los científicos confirman -dice- que en el Planeta Rojo no hay vida porque no hay agua, ni electricidad, ni alimentos, o sea como en Cuba”. Tal es la situación a la que ha conducido un régimen totalitario y corrupto, que ya no se molesta siquiera en inventar fórmulas semánticas para tapar su más que estrepitoso fracaso. Salvo para la “nomenklatura” del régimen, no hay otro futuro para los cubanos que la huida hacia donde sea, especialmente hacia Estados Unidos, fugas que el poder castrista ha permitido y fomentado en diversas oleadas.
En esa maniobra no había generosidad alguna, sino más bien el deseo egoísta de controlar, cuando no apoderarse impunemente, de las remesas en divisas que los huidos envían periódicamente a sus familiares en la isla. En esta se ha derrumbado además el turismo, la principal fuente de divisas legales (el narcotráfico proporciona más ingresos, pero es supuestamente ilegal), de manera que el régimen ha tenido que acrecer la represión de una población que, desposeída de todo, no tiene más que perder y desafía con sus protestas a un poder tan totalitario como incompetente.
Para esta Cuba, desaparecida del interés mediático, y a cuya tragedia no ha pedido disculpas tanto teórico de la izquierda caviar y de la extrema izquierda europeas, hay fundadas esperanzas de que la nueva Administración del presidente Donald Trump pueda cambiar su triste destino.
Hasta ahora, tanto las presidencias demócratas como republicanas no han podido, o no han querido, revertir la situación. Ahora, la presencia de un cubanoamericano al frente del Departamento de Estado, Marco Rubio, puede marcar el tan ansiado punto de inflexión.
Rubio no logró imponer en el pasado reciente las duras medidas que él mismo preconizaba para revertir el totalitarismo social-comunista en los tres países iberoamericanos que considera más nocivos para la democracia y para los propios intereses norteamericanos: Cuba, Venezuela y Nicaragua. A él se le atribuye la paternidad de la idea de una intervención militar humanitaria en Venezuela, apoyada por una parte al menos de las Fuerzas Armadas venezolanas, durante el primer mandato de Trump (2016-2020), iniciativa rechazada no sólo en Estados Unidos por el poderoso FBI, sino también por la oposición venezolana que entonces encabezaba Juan Guaidó, reconocido como “presidente interino”.
En cuanto al caso específico de Cuba, Marco Rubio ha estado sometido a las presiones de la numerosa diáspora cubana asentada en Florida, una parte de la cual sigue creyendo en el diálogo con los dirigentes castristas para alcanzar un pacto para una transición pacífica a la democracia. Sin embargo, los reveses cosechados tanto en Cuba como en Venezuela parecen haber convencido al futuro jefe de la diplomacia de Estados Unidos de que ambas tiranías no serían desalojadas nunca mediante concesiones previas.
Tras la apertura realizada en los últimos meses de su mandato por el presidente demócrata Barack Obama, con levantamiento de sanciones y restricciones, el régimen cubano terminó redoblando su persecución a la disidencia y la represión brutal de cualquier protesta por las penurias causadas por la incompetencia de un régimen que aún insiste en su lema de “Patria o Muerte”. El negro y socarrón humor cubano en medio de su tragedia ya dice que “habrá que probar con la Muerte, una vez visto lo que proporciona la Patria” …
La falta de perspectivas y horizontes en Cuba he forzado a la emigración a más de un millón de personas de los once millones con que contaba la isla. Entre éstos y los antiguos exilados, además de las nuevas generaciones nacidas fuera de la isla, se estiman en casi cuatro millones los cubanos que sueñan con volver a su país de origen y que no dudarían en aportar medios económicos y humanos para reconstruir su patria devastada. Solo lo harán si Cuba recupera la libertad e instaura un régimen democrático. Y, como ya hay experiencia sobrada en engaños y decepciones, a las tiranías totalitarias no se las saca del poder solo con buenas palabras y concesiones previas que luego no tienen las contraprestaciones negociadas y prometidas. Marco Rubio lo sabe; Donald Trump, también.
Contrariamente a lo que auguraban algunos arúspices respecto de que Estados Unidos seguiría desentendiéndose de Latinoamérica, hay sólidos indicios de que esta vez puede ser decisiva su apuesta por extirpar el cáncer totalitario social-comunista del continente. Puede ser la última oportunidad de saber lo que es la libertad para los cubanos menores de 66 años, los que lleva instalada la supuesta gloriosa revolución cubana. Porque la alternativa es… nunca.