Maduro frente a los marines de Trump

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro - REUTERS/LEONARDO VILORIA
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro - REUTERS/LEONARDO VILORIA
¿Hasta dónde llegarán esta vez los marines estadounidenses?

Tres destructores con 4.500 infantes de marina a bordo, varios submarinos y al menos un avión espía P-8 norteamericanos se han situado frente a las costas de Venezuela, teóricamente para impedir el incesante flujo del narcotráfico hacia Estados Unidos. Varias instituciones norteamericanas, incluido el Departamento de Estado, consideran que el denominado Cartel de los Soles es el responsable de hacer llegar a Estados Unidos ingentes cantidades de cocaína, fentanilo y otras drogas que están diezmando física y moralmente a la sociedad regida ahora por el presidente Donald Trump. 

El movimiento de tropas ha sido recibido con una mezcla de esperanza y escepticismo por la oposición venezolana, que ha visto con impotencia cómo el régimen chavista perdura sin inmutarse y mantiene como presidente a Nicolás Maduro, tras haberse atribuido, sin mostrar las actas que lo acrediten, la victoria en las elecciones presidenciales de 2024. Motivo éste por el que la Casa Blanca lo considera un presidente ilegítimo y usurpador de un poder que correspondería a Edmundo González, ganador de tales comicios y, sin embargo, exiliado en España tras la supuesta mediación del expresidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero. 

Los que anhelan, dentro y fuera del país, la caída del régimen chavista, no tienen claro que Trump se decida a emprender una acción militar relámpago que saque a Maduro del Palacio de Miraflores. La oposición, que en un principio llegó a confiar en que una parte de las Fuerzas Armadas, especialmente los oficiales, pudieran unirse a una insurrección, parece haber llegado también a la conclusión de que al chavismo no se le desaloja ni mediante elecciones democráticas ni multiplicando las protestas, que el régimen reprime con virulencia sin la menor contemplación.  

Los analistas del Pentágono y de las diferentes agencias de seguridad norteamericanas escudriñan todos los escenarios posibles, entre ellos el de provocar un incendio considerable en todo el continente latinoamericano. Maduro, siguiendo las enseñanzas del castrismo cubano, ya ha movilizado a 4,5 millones de ciudadanos al grito de “¡Misiles y fusiles para la clase obrera para que defienda nuestra patria!”. Al mismo tiempo, el presidente colombiano, Gustavo Petro se erigía en portavoz del continente, al afirmar que “cualquier operación [militar] que no cuente con la aprobación de los países hermanos será una agresión contra Latinoamérica y el Caribe”. 

México y Brasil, que mantienen importantes diferendos con la actual Administración Trump, atenuaron bastante su reacción, aunque no ocultaron que ahora mismo identifican a Venezuela con su régimen chavista, y por supuesto a Cuba con su régimen castrista.  

Aunque parece evidente que unos y otros tienen en mente que la presión norteamericana puede tener como finalidad última cambiar los regímenes dictatoriales del continente, a tenor de las declaraciones que hiciera el jefe de la diplomacia de Estados Unidos, Marco Rubio, tanto en la campaña electoral como apenas tomó posesión de su cargo, de momento el pretexto que se esgrime es la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado. En esa línea van gestos como la confiscación de bienes al presidente Maduro por valor de unos 700 millones de dólares, la mayoría en República Dominicana, y el aumento de 25 a 50 millones de dólares la recompensa ofrecida por informaciones que conduzcan a la captura de Maduro. A tal efecto, se coordinaron la fiscal general Pam Bondi, que firmó la confiscación y recompensa por los bienes y la cabeza del considerado como jefe del Cartel de los Soles, y la portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, que declaro “estar preparados para no escatimar recursos a los efectos de llevar a los responsables del narcotráfico ante la justicia”.  

El empleo del plural por parte de Leavitt extiende la atención sobre otras figuras prominentes del régimen como el ministro del Interior, Diosdado Cabello, y el jefe del Ejército, Vladimiro Padrino, así como los famosos hermanos Rodríguez, con la vicepresidente Delcy en el punto de mira también de la Agencia Para el Control de Drogas, la DEA, que fuera expulsada del territorio venezolano en 2005. Según el actual ministro bolivariano de Relaciones Exteriores, Iván Gil, “Venezuela ha conseguido desde aquella fecha resultados contundentes contra el crimen organizado, con capturas exitosas, desmantelamiento de redes y control efectivo de frontera y costas”.  

Los datos estadísticos en poder de Estados Unidos y Europa desmienten categóricamente tal aserto. En cambio, tanto en Washington como en Bruselas, no contradicen del todo al ministro chavista cuando afirma que “la amenaza de Estados Unidos [a causa de sus buques de guerra y sus marines] ponen en riesgo la paz y la estabilidad de toda la región”.   

En todo caso, para los que aseguraban que Latinoamérica no interesaba a Donald Trump, todos estos movimientos demuestran que, si bien no es su principal prioridad, Estados Unidos no está dispuesto a que Rusia y China se le impongan al sur del Río Grande.