Opinión

Make América normal again

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El eslogan “Make America normal again” campeaba en las gorras azules que portaban muchos de los voluntarios del Partido Demócrata durante la campaña electoral del ya virtual presidente electo de Estados Unidos, Joe Robinette Biden. Devolver el país a la normalidad será, pues, la misión fundamental que al menos la mitad del pueblo americano, la aplastante mayoría de los europeos y una gran parte del resto del mundo espera que cumpla en sus cuatro años de un mandato que se presume puede ser el único que desempeñe este anciano de 78 años.

 
Biden encabeza una gerontocracia americana con ese encargo, porque junto a él seguirá la tercera autoridad del Estado, la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi (80 años), y también el líder republicano de la mayoría del Senado, el viejo zorro Mitch McConnell (también de 78 años), que se encargará de seguir poniéndole las cosas difíciles en las grandes reformas que no pueden ser aprobadas si no es con el concurso de la Cámara Alta. Está claro que entramos en un inevitable periodo de transición que dé paso a una nueva y más joven generación de políticos que ventile el viciado ambiente de Washington, a cuya contaminación ha contribuido no solo el coronavirus asesino sino un presidente cuyas patadas al avispero han provocado el violento y amenazante crujido de los pilares del sistema. 


Habrá mucho que analizar sobre Donald Trump y el trumpismo, cuyo legado no se va a esfumar así como así. Que, detrás del propio Biden, Trump haya sido el candidato más votado de la historia electoral americana es un dato de la suficiente envergadura como para no despacharlo con epítetos descalificadores. Se le acusa de haber polarizado y dividido a la sociedad americana, situación que en realidad llevaba ya algunas décadas larvándose hasta que primero Barack Obama, y luego Donald Trump profundizaron hasta la partición antagónica que se ha hecho patente en el cuatrienio trumpista. 


Como una extensión de esa fractura, el mundo también se ha polarizado, de manera que ahora se mira a Biden como el maquinista al que se le pide, o más bien se le exige, que reponga al país sobre los raíles de su liderazgo universal. Habrá que comprobar no sólo si Biden tiene la voluntad sino también la fuerza para hacerlo. El tiempo no pasa en balde, y al repliegue del escenario internacional emprendido por Trump le ha sucedido de inmediato la ocupación del terreno por otras fuerzas y potencias, de manera que no será tan fácil la marcha atrás, y ni siquiera la vuelta a la supuesta normalidad será la misma. 


Hacerse demasiadas ilusiones podría desembocar en mayor frustración 
Desde la perspectiva europea son tantas las esperanzas depositadas en el nuevo presidente que tal vez haya que bajar el diapasón, no vaya a ser que la frustración luego sea mayor. Conseguir que la Administración americana nos vuelva a considerar no ya amigos sino siquiera aliados en la construcción de la nueva era, ya será un gran logro. Pero, no hay que hacerse ilusiones respecto de que Estados Unidos vuelva a correr con el grueso de los costos de la defensa europea, y tampoco sería realista considerar que su política proteccionista comercial va a desaparecer como por ensalmo. 


Que al menos se vuelva al multilateralismo y a la aceptación de las instituciones internacionales como el marco jurídico para discutir las diferencias y solventar las disputas es probablemente a lo máximo que debemos aspirar, empezando por el Acuerdo de París para combatir la emergencia climática. Habrá que agradecerle no obstante a Trump que su patada al avispero nos haya despertado y obligado a que Europa se espabile, se haga cargo de su propio presente y encare con realismo el futuro, o sea que se emancipe y sepa jugar sus bazas. El mundo que nos dejó Obama ya empezó a ser distinto, y pese a su buen cartel y prestigio a este lado del Atlántico nos atizó algunos sartenazos de realidad.  Trump, más zafio, nos ha puesto frente al espejo y ha sacudido aún más la somnolencia. Para él Europa ya no era importante; el principal competidor y adversario se llama China, y esa preocupación será también la de Biden y su equipo. 


La gerontocracia que encabeza Biden tendrá que ceder forzosamente el paso a la siguiente generación, y habrá que seguir muy de cerca los pasos de la vicepresidenta Kamala Harris, llamada a suceder al presidente al menos como la candidata del Partido Demócrata en 2024. Como mujer, mestiza descendiente de negro jamaicano e india, además de un currículo brillante, es el valor seguro no solo de los demócratas sino también del sistema institucional mismo para funcionar como una presidenta de facto.