Pezeshkian, un presidente para sacar a Irán de su aislamiento

Que la inmensa mayoría de la población de Irán está harta del régimen teocrático que padece desde hace medio siglo, es lo que dibujan los numerosos signos que, a través de las manifestaciones, encuestas clandestinas y numerosas denuncias recopilan los servicios de inteligencia occidentales.
Que ese régimen teocrático se resiste al cambio, es público y notorio. Y que la Guardia Revolucionaria Islámica puede terminar por hacer uso de su inmenso poder acumulado para imponer una dictadura militar menos teocrática, es una posibilidad cierta de evolución del régimen.
Pero, mientras tanto, Irán acaba de elegir a un nuevo presidente: Masoud Pezeshkian, un médico de 69 años, representante de la corriente menos radical. Una clasificación clásica le tilda de reformista, pero en un régimen tan duro como el iraní, dejémoslo en una versión más suave del férreo control que preconizan los más radicales, entre los que sobresale obviamente el guía de la Revolución, el ayatolá Alí Jamenei.
Recolector de más de 16 millones de votos, Pezeshkian superó ampliamente los 13 millones conseguidos por su oponente, el extremista islámico Said Jalili, favorito del círculo de hierro del líder supremo. Una segunda y definitiva vuelta electoral, en la que la movilización superó ampliamente a la de la primera vuelta, pero que no logró siquiera rebasar la mitad del electorado, quedándose la participación en el 49,8% del mismo.
El derrotado Jalili, que fue el negociador iraní entre 2007 y 2013 del acuerdo nuclear con Estados Unidos y la Unión Europea, se convirtió en su más firme detractor y opositor cuando dicho acuerdo se concluyó en 2015, con el consiguiente disgusto de Israel, que siempre advirtió de que no toleraría nunca que Teherán llegara a disponer del arma atómica.
Jalili, además, es un inflexible defensor de la moral islámica y, por consiguiente, de los durísimos castigos, incluida la muerte, contra quienes transgredan las estrictas normas, vigiladas con denuedo por la Policía de la Moral y sancionada con implacable rigor por los jueces del régimen.
Sin que, según los parámetros de la democracia, quepa calificarle de verdadero reformista, Masoud Pezeshkian ha dado pie a la esperanza al proclamar, apenas conocedor de su triunfo, su intención de establecer “relaciones constructivas” con Estados Unidos, el enemigo eterno del régimen junto con Israel, “para sacar a Irán de su aislamiento”.
No es mucho, por supuesto, pero al menos el nuevo presidente de Irán no inaugura su mandato con las requisitorias y la dureza de su antecesor, Ebrahim Raisi, apodado “el carnicero de Teherán” por su papel en la matanza de 30.000 opositores decretada por el fundador de la República Islámica, Ruhola Jomeini, y fallecido en accidente de helicóptero el pasado 19 de mayo.
Aunque las grandes decisiones las dicta el guía de la Revolución, el presidente podrá, además de efectuar numerosos nombramientos y atenuar la persecución y el rigor de las normas morales, al menos dejar oír su voz también en los conflictos en los que Irán está involucrado, o sea Gaza, Líbano y Yemen.
Además de las grandes potencias, los pasos que efectúe Pezeshkian serán observados con lupa por todos los países del Golfo, así como por Israel, a quién el mismo Pezeshkian no levanta la condena a desaparecer que sigue siendo divisa de su régimen.
Quienes no tienen la menor confianza en que algo cambie en Irán son los opositores a la teocracia y los exilados de la diáspora, que llamaron a boicotear las dos vueltas de estas elecciones presidenciales, bajo el argumento de que tanto el ultraconservador Jalili como el supuestamente reformador Masoud son las dos caras de una misma moneda.
La tarea más urgente del gobierno de Masoud será encontrar recursos que alivien la maltrecha economía del país, acentuada por las sanciones internacionales, impuestas tanto desde que las negociaciones sobre la cuestión nuclear entraron en vía muerta, como ante las evidencias del suministro directo de misiles y drones a Hamás. Hezbolá y los hutíes yemeníes.
Lo tendrá difícil, las sanciones internacionales no se levantarán si el régimen iraní no muestra signos evidentes de renunciar a una escalada de la tensión por parte de las organizaciones a las que abastece, apoya y teledirige.