Putin consolida su influencia en África

Una misión que cultiva bien, especialmente desde que Yevgueni Prigozhin sufriera el “accidente” de aviación el 23 de agosto de 2023, que acabó con su vida y con la de su segundo, Dimitri Utkin. Fundadores ambos del denominado Grupo Wagner, habían intentado semanas antes una rebelión contra el presidente Vladímir Putin, al negarse a firmar renovados contratos militares para intervenir en las operaciones de destrucción de Ucrania.
Aquel mismo día Yevkúrov aterrizaba en el aeropuerto internacional Benina de Bengasi, capital de la zona oriental de Libia. Fue recibido con honores y toda efusividad por Jaled Haftar, hijo predilecto del hombre fuerte de esa mitad del país, el mariscal Jalifa Haftar, Desde entonces, Yevkúrov ha realizado seis viajes a Libia, el doble de los efectuados a Moscú por Jaled Haftar, trasiego del que una de las consecuencias es el incesante aterrizaje en Libia de cargueros repletos de armas de fabricación rusa, gran parte de las cuales siguen después viaje hacia otras capitales africanas, principalmente el cinturón del Sahel. Rusia se ha alzado así con el liderato en el capítulo de venta de armas al conjunto de los países africanos.
Yevkúrov recorre de manera incesante el continente, en especial los países que han expulsado literalmente a los franceses y norteamericanos de sus antiguas bases, Mali, Burkina Faso y Níger, con cuyas juntas militares ha tejido acuerdos de cooperación multisectorial, especialmente en materia de seguridad y defensa, completados después por el ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, al abarcar otros campos como la energía y la explotación de los recursos mineros.
El viceministro ruso supo ganarse desde el principio la confianza de los dirigentes africanos. Haciendo gala de su condición de musulmán, se dejó fotografiar rezando en una mezquita de Burkina Faso, imagen que lanzó un potente mensaje a todo el Sahel de que Rusia no era una potencia colonial o neocolonial que viniera a sustituir a franceses y americanos con similares intenciones de explotación sino a “ayudarles a recuperar su soberanía”.
Putin encargó a ambos, Yevkúrov y Lavrov, que aprovecharan la memoria de la Guerra Fría, de forma que imbuyeran a los dirigentes africanos en la convicción de que Rusia “es un aliado constructivo, que apoya los esfuerzos de los países africanos por reforzar sus capacidades en seguridad y defensa”.
Ambos ministros rusos aprovechan además la circunstancia de que varios millares de dirigentes políticos y económicos del continente pasaron en su día como estudiantes becados por las universidades de la antigua Unión Soviética, en donde entonces ya se les inculcaba “la intrínseca maldad explotadora de Occidente”, sentimiento que ahora intentan reforzar en base al neocolonialismo posterior.
En suma, se expande por África la sensación de que Rusia les está ayudando a ganar su independencia de verdad. Y, aunque el propio Putin solo ha pisado el continente tres veces en el cuarto de siglo que lleva al frente de Rusia (siempre en Sudáfrica), el líder del Kremlin recibe cada vez con mayor frecuencia a los líderes africanos, tanto en Moscú como en su residencia de verano en Sochi, junto al mar Negro.
Su estrategia no es en absoluto improvisada. Su ofensiva militar y diplomática en África coincide en el tiempo con la anexión de Crimea (2014) y la intervención en las regiones del Donbás en Ucrania. Justo al año siguiente, en 2015, Rusia enviaría fuerzas aéreas y terrestres a Siria para salvar al régimen de Bashar Al-Assad, aprovechando que Estados Unidos había abandonado supuestamente su interés por la zona. En 2017 Putin lanzó su nueva estrategia de “reconquista” de África en Sudán y la República Centroafricana, antes de que a partir de 2020 se ocupe directamente del Sahel y de los sucesivos golpes de Estado en Mali, Burkina Faso y Níger.
En esa estrategia, Rusia utiliza al Grupo Wagner de Prigozhin como marca blanca, sin llegar a admitir abiertamente que sus mercenarios siguen las directrices del Kremlin. Desde la muerte de Prigozhin, el grupo pasa a ser sustituido por el África Corps, y al dedicar en exclusiva a su viceministro de Defensa, Rusia asume a cara descubierta que está detrás del nuevo frente antioccidental abierto en África.
Putin mantiene, asimismo, su tradicional cooperación militar y comercial con Argelia, así como la postura de ésta respecto del Sáhara, con la intención nunca desmentida de encontrar una salida al océano Atlántico.
En Francia, cuya influencia se está evaporando a pasos agigantados, se ha intensificado el debate acerca de “la falta de visión respecto de la dinámica política en sus antiguas colonias”. Una ceguera que está siendo aprovechada por Rusia para reimplantarse de nuevo, consolidar su influencia, y sin los remilgos y eufemismos de la ayuda al desarrollo haberse convertido en el principal suministrador de armas, en definitiva abriendo un nuevo e inquietante y amenazador frente de combate frente a Occidente.