Revista a las murallas después de la batalla

Los bombardeos de Israel y Hamás no cesan a pesar de los llamamientos internacionales

Sin que la traicionase su expresión corporal y exhibiendo una notable buena voluntad, dice la embajadora de Israel en España que el tiempo demostrará el deseo de los habitantes judíos del país de “vivir juntos” con los árabes, ese 20% de la población que también tiene pasaporte israelí. Rodica Radian-Gordon afirmaba también su firme convicción en que, ya que no puede haber paz con Hamás “porque ni nos reconoce ni admite nuestro derecho a vivir aquí”, sí al menos habrá un largo periodo de calma. 

Al hilo de sus declaraciones telemáticas a varios medios españoles, se imponen algunas consideraciones para después del alto al fuego que se supone iniciará ese largo periodo de calma después de la operación denominada Guardianes de las Murallas. 

Parece que se consumará el objetivo declarado de destruir por completo las infraestructuras de planificación, fabricación de municiones y ensamblaje de misiles de Hamás, asentadas en un sofisticado complejo de túneles, el denominado sarcásticamente “Metro” de Gaza. Como daños colaterales, la reducción a escombros de grandes edificios, que supuestamente también habrían albergado unidades de sus milicias, arroja también como saldo la pulverización de miles de hogares y medios de subsistencia de gran parte de la población palestina. Asimismo, las precarias instalaciones suministradoras de electricidad y almacenadoras de combustible también retrotraen a la Franja de Gaza si no a la Edad de Piedra, sí a una situación bastante incompatible con una vida medianamente soportable. Ni que decir tiene que las infraestructuras hospitalarias y educativas, ya de por sí bastante frágiles, han sufrido también otro considerable paso atrás. 

Arguye la diplomática israelí que el mundo cambiará su percepción tan pronto como las IDF, las Fuerzas de Defensa Israelíes, demuestren con documentos que ella augura irrefutables la utilización para fines militares de las infraestructuras pulverizadas por la devastadora eficacia de la aviación judía. En esta ocasión es mayor si cabe la expectación por la exhibición de tales pruebas, que serán a todas luces un elemento determinante en ese vuelco de la opinión pública internacional que Radian-Gordon reconoce a día de hoy mayoritariamente a favor de la victimización palestina. 

Una nueva y dura posguerra

Los dos millones de gazatíes confinados en la Franja habrán de aprestarse a una posguerra cuando menos tanto o más dura que las anteriores. Por ejemplo, cabe augurar que los durísimos controles para la autorización de la entrada de materiales serán aún más drásticos, una vez que la inteligencia israelí ha comprobado que, a pesar de ellos, Hamás ha logrado manufacturar y lanzar cerca de cuatro mil misiles sobre la práctica totalidad del territorio israelí, y que de no ser por el escudo de la denominada Cúpula de Hierro habría causado una cantidad mucho mayor de las decenas de muertos y heridos que contabiliza la población israelí en estas noches de infierno. 

Esas fuertes restricciones de suministros en metales, cemento, plásticos y toda clase de bienes de equipo harán aún más penosas las condiciones de vida de las familias gazatíes. Confía la embajadora en que esa población civil palestina de Gaza se dé cuenta por fin de que está en manos de una organización terrorista y la desaloje del poder, urnas mediante, sustituyéndola por Al-Fatah, cuya autoridad solo se ejerce sobre la cada vez más menguada Cisjordania. Loable deseo, pero que tiene pocos visos de cumplirse. Hamás es la otra cara de la dureza implacable del primer ministro Benjamin Netanyahu, y tras este nuevo y sangriento episodio no es probable que los gazatíes puedan sacudirse el dictatorial yugo de Hamás, que acentuará más aún si cabe su ofensiva propagandística contra Israel y sus sempiternas promesas de venganza. 

Mahmud Abbás, el presidente de la Autoridad Palestina, habría de tener algo verdaderamente atractivo que ofrecer a sus compatriotas, no solo de Gaza sino también de la propia Cisjordania para ganar de nuevo unas elecciones eternamente pospuestas. Y eso solo se lo puede ofrecer un Israel que no llegue a culminar la política de hechos consumados realizada por Netanyahu. A ello también habrían de contribuir Estados Unidos, sobre todo, y los países árabes que además de sus viejos acuerdos de paz, han suscrito los Acuerdos de Abraham. La Unión Europea, como ha venido a reconocer el jefe de su supuesta política exterior, Josep Borrell, se limitará a contemplar los acontecimientos y, en todo caso, soltar la guita imprescindible para la reconstrucción, siquiera parcial, de lo destruido. 

Israel sale sin duda más fuerte de este enésimo enfrentamiento, pero sus habitantes seguirán viviendo con la intranquilidad de sentirse permanentemente amenazados. Hamás suma otra derrota, pero no está escrito que disminuya su poder sobre los escombros de Gaza. La Autoridad Palestina tiene de momento las manos más vacías aún que antes. Y el vecindario israelí habrá de redoblar la vigilancia para que no les broten en sus propios países llamaradas populistas capaces de incendiarlos.  
 

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