Opinión

La filosofía de las enseñanzas del Islam (4)

El progreso gradual del hombre

El estudio detenido de la Santa Palabra de Dios revela que establece ciertos preceptos cuyo propósito es la reforma de la condición natural del hombre y su elevación paulatina hasta llegar al más alto estado espiritual. En primer lugar, Dios desea enseñar al hombre las reglas de comportamiento social, y los actos sociales de sentarse, levantarse, comer, beber, hablar, etc., para así liberarle de su barbarie y distinguirle de los animales, elevándole a un primer estado moral que podría describirse como la cultura social. Después, desea perfeccionar estas costumbres hasta convertirlas en altas cualidades morales. Estos dos métodos forman parte del mismo proceso; la reforma de la condición natural del hombre. La diferencia entre ellos es solamente una diferencia de grado. El Omnisciente ha dispuesto de tal manera el sistema moral que el hombre sólo puede avanzar de un estado inferior a otro superior.

El tercer estado de la progresión humana es aquél en el que una persona ha de dedicarse exclusivamente al amor del Creador, y a alcanzar Su favor. Todo su ser ha de ofrecerse a Dios. Como recuerdo constante de este estado a los musulmanes, su religión ha sido denominada “Islam”, que significa dedicarse plenamente a Dios, no guardando nada para uno mismo. Como ha manifestado Dios el Glorioso:

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“¡No! Quien se someta completamente a Al’lah, siendo excelente en conducta, tendrá su recompensa con su Señor. Ningún temor le sobrecogerá ni sufrirá aflicción.” (2:113)

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“Di: “Mi oración, mi sacrificio, mi vida y mi muerte son todos para Al’lah, el Señor de todos los mundos. Él no tiene partícipe. Así se me ha ordenado y soy el primero de los que se someten”. (6:163-164)

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“Y di: Éste es mi camino que lleva rectamente. Seguidlo pues, y no sigáis otros caminos no sea que os alejen de Su camino” (6:154).

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“Diles: Si amáis a Al’lah, seguidme. Al’lah os amará y os perdonará vuestros pecados, pues Al’lah es el Sumo Indulgente, el Misericordioso”. (3:32)

La Distinción entre los Estados Naturales y Morales, y la refutación de la Doctrina de la Preservación de la Vida

Ahora voy a tratar de los tres estados del hombre. Pero antes de empezar, he de repetir la advertencia de que, según la Santa Palabra de Dios Altísimo, el estado natural del hombre, cuya fuente es el espíritu que incita al mal, no es algo separado de su estado moral. La Santa Palabra de Dios ha calificado de condiciones naturales los deseos e impulsos naturales. Estas condiciones, reguladas y controladas, y utilizadas en los sitios debidos y en las ocasiones adecuadas, se convierten en cualidades morales. De igual modo, las condiciones morales no se hallan totalmente separadas de las condiciones espirituales. Al alcanzar la dedicación total a Dios y la purificación completa del alma, al aislarse del mundo y entregarse a Dios, al alcanzar el amor perfecto y la dedicación plena, la serenidad, la satisfacción y la sumisión total a la voluntad divina, entonces las condiciones morales se convierten en condiciones espirituales.

Hasta que las condiciones naturales no se conviertan en cualidades morales, el hombre no es digno de elogios, porque las mismas condiciones se hallan en otros seres animados e incluso en la materia sólida. Igualmente, la mera adquisición de cualidades morales no supone una vida espiritual.

Una persona que niega la existencia de Dios puede, sin embargo, exhibir altas cualidades morales. La humildad y la mansedumbre de corazón, la búsqueda de la paz, evitando la venganza, son todas cualidades naturales, que incluso una persona indigna, que ignora la fuente de la salvación y no disfruta de ella, puede poseer. Muchos animales son de carácter inofensivo, y se pueden amaestrar para que actúen pacíficamente sin resistirse al castigo, y sin embargo nadie los podría llamar humanos, ni mucho menos hombres dignos.

Del mismo modo, una persona de creencias equivocadas, e incluso con tendencia al vicio, puede poseer dichas cualidades. Es posible que una persona llegue a ser tan compasiva que no permita matar los gérmenes de sus propias heridas, o que esté tan consciente de la necesidad de preservar la vida, que no desee matar los piojos de sus cabellos o los insectos que se crían en su estómago, en sus arterias o en su cerebro. Admito que la ternura del corazón pueda inducir a una persona a renunciar al uso de la miel, ya que presupone la dispersión y la matanza de las pobres abejas. Consiento también que una persona pueda negarse a utilizar el almizcle porque es la sangre de un pobre ciervo, obtenida tras matarlo y separarlo de sus crías. Tampoco niego que haya personas que rehúsen las perlas y la seda, pues ambas se obtienen mediante el sacrificio de la vida de gusanos. Acepto incluso que un enfermo rehúse el uso de sanguijuelas, prefiriendo soportar el dolor antes de causar la muerte de las sanguijuelas. Más aún, estoy dispuesto a admitir, incluso, que un hombre misericordioso llegue al extremo de no beber agua para así preservar la vida de las bacterias contenidas en ella. Acepto todo esto, pero me niego a admitir que estas cualidades naturales sean consideradas como cualidades morales, ni que sirvan para eliminar la impureza interna que obstruye el camino hacia Dios.

No puedo creer que el alcanzar un grado de inofensividad superable incluso por los animales y los pájaros pueda ser un medio de adquirir un alto grado de humanidad. Es más; considero que tal actitud equivale a una oposición a las leyes naturales, y que por lo tanto es incompatible con la alta cualidad moral inherente en la sumisión al placer divino. Tal actitud supone un rechazo de las bondades que la naturaleza nos ha concedido. La espiritualidad tan sólo se alcanza mediante la práctica de todas las cualidades morales en el lugar debido y en la ocasión oportuna, siguiendo siempre el camino hacia Dios, y entregándose plenamente a Él. El que se entrega totalmente a Dios no puede existir sin Él. Aquél que realmente busca al Señor es como un pez sacrificado por Dios, cuyo amor es el agua en que vive.

Tres métodos de reforma y el advenimiento del Santo Profeta Muhammad [lpbD] en el momento de mayor necesidad

Hemos establecido que existen tres fuentes de las cuales dimanan los tres estados humanos, que son el alma que incita al mal, el alma auto-acusadora y el alma en paz. También existen tres métodos de reforma. El primero consiste en inculcar en los salvajes ignorantes las normas elementales de convivencia social, referentes a la forma de beber, de comer, de casarse, etc. No deben andar desnudos, ni alimentarse de carroña, como hacen los perros, ni incurrir en otros actos bárbaros. Esto constituye un primer paso en la reforma de la condición natural, y es el que se habría de adoptar al desear, por ejemplo enseñar a una salvaje de Port Blair las normas elementales del comportamiento humano.

El segundo método de reforma, al haber aprendido un comportamiento humano elemental, consiste en inculcar las cualidades morales superiores, y el uso debido de sus facultades en los lugares oportunos y en las ocasiones debidas.

La tercera reforma consiste en permitir a aquellos que han adquirido altas cualidades morales, probar el amor y la unión con Dios. Estas son las tres reformas mencionadas por el Santo Corán.

Nuestro amo y Señor, el Santo Profeta Muhammad (lpbD), surgió en tiempos en que el mundo se hallaba sumido en la corrupción. Como nos dice Dios Altísimo:

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“La corrupción se ha extendido por la tierra y por el mar” (30:42).

Esto significa que el pueblo del Libro, al igual que aquellos que jamás habían conocido la revelación, se habían corrompido. El Santo Corán tenía como propósito dar vida a lo muerto, diciendo:

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“Sabed que Al’lah devolverá la vida a la tierra muerta”. (57:18). 

Por aquel entonces, la barbarie predominaba entre los pueblos de Arabia. En ausencia de ninguna ley social, todo tipo de pecados eran cometidos con orgullo. Los hombres se casaban con un número ilimitado de mujeres, y practicaban libremente todo lo ilegal. Consideraban legal casarse con sus madres, y por esta razón Dios Altísimo estableció:

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“Ahora se os prohíben vuestras madres” (4:24).

Aquellos hombres se alimentaban de carroña, e incluso algunos eran caníbales. No había pecado que no cometieran. La mayoría de ellos no creía en la otra vida, y muchos negaban la existencia de Dios. Mataban a sus recién nacidas con sus propias manos. Mataban a los huérfanos para apoderarse de sus bienes. A pesar de su apariencia externa humana, carecían de cordura, de modestia, de vergüenza y de dignidad. Bebían alcohol como si fuera agua. Quien fornicaba indiscriminadamente era reconocido como jefe de su tribu. La ignorancia predominaba tan dilatadamente entre ellos que los pueblos vecinos los llamaban “los analfabetos”.

En esta época, y para la reforma de tales pueblos, apareció en La Meca nuestro amo y señor el Santo Profeta Muhammad (lpbD). Esta era la época que más necesitaba los tres tipos de reforma que se acaban de describir. Por esta razón, el Santo Corán se considera más completo y más perfecto que cualquier otro libro de enseñanza, pues los demás libros no tuvieron la oportunidad de llevar a la práctica las tres reformas que constituyen el verdadero propósito del Santo Corán. El propósito del Santo Corán fue el de convertir a los salvajes en hombres, y luego concederles las cualidades morales necesarias, para finalmente elevarles al nivel de personas divinas. Así, el Santo Corán comprende dentro de sí estos tres proyectos.

(lpbD) – la paz y las bendiciones de Dios sean con él.

[Continuaremos con la entrega 5, donde hablaremos del verdadero propósito de la enseñanzas del Santo Corán en cuánto a los tres métodos de reforma]