
En el período de 2017-2018, el régimen norcoreano de Kim Jong-Un (김정은) estableció, por primera vez, una fuerza nuclear con capacidades intercontinentales que podría golpear la gran mayoría de ciudades en los Estados Unidos. Este logro rápidamente convertiría en uno de los primeros desafíos de la presidencia de Donald Trump. La importancia fue confirmada por Kim en su discurso de Nochevieja de 2016/17, en el que declaró que el país estaba a punto de completar el programa nuclear1. Desde entonces, las relaciones entre las dos Coreas y los EE. UU. han mejorado. Ambas Coreas han participado como una en los Juegos Olímpicos de Pyeongchang (평창군), y las cumbres de Hanoi y Singapur han abierto un diálogo entre Washington y Pyongyang (평양).
A pesar del deshielo de las relaciones actuales, es esencial mejor entender la escalación de 2017 - 2018. Ni la percepción pública ni la de los científicos, analistas y asesores del Occidente, se han enterado a fondo que una guerra —tanto tradicional como nuclear— era una verdadera posibilidad en el apogeo de las tensiones2 y que la probabilidad de un conflicto es sigue alta. Por estas razones, este trabajo dará un primer paso al investigar las capacidades militares de la DPRK3 y EE. UU. Y, sobre todo, sus objetivos políticos para poder entender tanto las implicaciones de las capacidades ICBM como las posibles soluciones y sucesos en el futuro.
La presente situación en la península coreana es imposible de entender sin primero investigar brevemente su historia política y militar. El aislamiento completo de la DPRK del resto de la región —excepto de China—, sobre todo tras la caída de la URSS, ha llevado a una mentalidad que puede resultar difícil de entender. Una característica concreta plantea una mentalidad de asedio, catalizada por experiencias de guerra en el siglo XX. Además, la división de la península es una situación que ni la DPRK ni la ROK4 consideran una solución viable a largo plazo5. Dada su geografía de geostrategic pivot6, actores externos han mostrado sistemáticamente un interés profundo en la región. Así, la guerra coreana marcó una de las primeras aplicaciones de la Doctrina Truman y llevó a la firma del Tratado de Defensa Mutua entre los Estados Unidos y la República de Corea (대한민국과 미합중국간의 상호방위조약) que sustenta la alianza vigente entre los Estados y la presencia militar en la península.
Los primeros pasos tentativos de la DPRK hacia un programa nuclear se tomaron a inicios de 1950, seguido por un interés moderado y pacífico en las siguientes décadas y una finalización del programa civil en los 19807. Aunque el país firmó el NPT8, su actitud iba cambiando a comienzos de los 90, tras la disolución —y protección— de la URSS. A partir de 1992, el régimen se oponía al control del IAEA9 y se retiró del NPT en 199310. En los próximos años, negociaciones entre Pyongyang y otros partidos — sobre todo los EE. UU.— se pusieron en marcha y culminaron en 2004 con el Diálogo de los Seis. Los acuerdos, sin embrago, eran largamente infructuosos en contener la proliferación nuclear1112. En este contexto, Pyongyang detonó su primera bomba atómica en 2006, seguido por más ensayos nucleares en 2013, dos en 2016 y uno en 2017, siendo cada explosión más potente que las anteriores13.
Al estudiar la política militar y la proliferación de la DPRK, es esencial distinguir entre el aspecto nuclear y los tecnicismos que lo acompañan, como métodos de entrega. En el caso norcoreano, la primera bomba atómica se detonó en 2006 —aunque con probables problemas técnicos14— pero el régimen solo obtuvo la capacidad de golpear la parte continental de EE. UU. en 2017.
Capacidades balísticas
El programa de misiles norcoreano lleva años desarrollándose, pero hasta ahora nunca ha podido cambiar a fondo el equilibrio estratégico a gran escala, por sus capacidades convencionales ya considerables. Inicialmente, Pyongyang tenía como objetivo capacidades balísticas de alcance corto e intermedio, una finalidad que ha completado ampliamente a través de su arsenal altamente preciso1516. Sin embargo, en el ámbito intercontinental el programa no ha mostrado el mismo éxito. La DPRK solo obtuvo dichas capacidades en 2017 con el Hwasong-14 (화성 14호) y el Hwasong-15 (화성 15호), con un alcance probable de 13 000 km, que podría golpear el este de los EE. UU.17.
Al mismo tiempo, el DPRK ha aumentado sustancialmente el número de sistemas de lanzamiento móvil y los ha adaptado a los Hwasong18. Sin embargo, los misiles intercontinentales todavía no tienen el mismo nivel comparado a armas de otros Estados. Por ello, en caso de conflicto, el verdadero alcance sería más limitado. Actualmente, la DPRK probablemente posee entre 10 y 20 armas nucleares, pero dado el secretismo del régimen, la posibilidad de que exista ese número en realidad sea más alta.
En 2019, hubo un aumento grande en el número de pruebas de misiles, generalmente de alcance corto o intermedio. De interés particular, sin embargo, es el nuevo Pukguksong-3 (북극성3형), puesto a prueba el 3 de octubre 201919, que constituye el primer misil balístico lanzado de un submarino. Esto permitiría al régimen sortear la contención de los EE. UU. y sus aliados y disuadiría más un ataque preventivo, ya que localizar el buque sería prácticamente imposible. Ese nuevo submarino, además, encaja perfectamente en la estrategia de diversificación puesta en marcha por Kim Jong-Un.
Capacidades convencionales
A pesar de las capacidades balísticas y nucleares, es necesario investigar brevemente las capacidades convencionales a la disposición de la DPRK. El país cuenta con un ejército que suma los 1,2 millones de efectivos activos, más 800 000 reservistas y otros 5,7 millones de fuerzas paramilitares20. Al mismo tiempo, las fuerzas de la KPA21 están desplegadas en la frontera del sur. El 70 % de las fuerzas de tierra, 40 % de sus aviones y 60 % de la marina están desplegados al sur de la línea entre Pyongyang y Wonsan (원산). Como consecuencia, Pyongyang tiene la capacidad de montar una ofensiva a muy corto plazo y, así, dar poco tiempo a los EE. UU. y la ROK para su movilización22.
Es importante prestar especial atención a la artillería posicionada cerca de la frontera. Sobre todo, las baterías a lo largo de los Altos de Kaesong (개성) que tienen dentro de su alcance Seúl (서울), la zona desmilitarizada y varias bases estadounidenses, amenazando, así, 20 000 000 de civiles en la región23. Consciente de su ventaja geográfica, el norte ha creado una cadena de bunkers camuflados para proteger las baterías contra operaciones de la ROK o los EE. UU. Estos complican cualquier operación —e incluso la recopilación de información— y así socavan el fundamento de toda acción militar.
Sin embargo, a pesar del tamaño impresionante del KPA y sus ventajas estratégicas, las fuerzas armadas también tienen varios problemas sistémicos y técnicos. Primero, la mayoría del equipo militar es anticuada. Pyongyang no ha adquirido nuevos aviones de combate en décadas, cuenta con sistemas de defensa aérea anticuados y no posee defensa de misiles balísticos. Sobre todo, el ejército del Aire y la Marina sufren del equipo anticuado que sería inútil en un campo de batalla moderno. Por estas razones, la DPRK tiene una desventaja tecnológica y material en cuanto a la guerra convencional en comparación a la ROK y los EE. UU. Además, la KPA no tiene las capacidades de mantener un conflicto a largo plazo. No tiene la infraestructura, ni el petróleo, ni un suministro estable de alimentos o la logística para guerra prolongada.
El régimen intenta superar esas debilidades usando dos estrategias. Primero, el despliegue adelantado de sus fuerzas convencionales. Pyongyang calcula que el uso de una fuerza masiva y rápida llevaría a victorias iniciales y ventajas tácticas que evitarían una larga guerra. Segundo, el régimen se enfoca en su fuerza balística, que proveería disuasión y también la posibilidad de golpear bases estadounidenses fuera de la península, algo imposible con sus fuerzas convencionales.
Política exterior
Ya que la DPRK mantiene varias de sus políticas de la Guerra Fría, sus antiguos aliados —sobre todo China— han quedado menos fiables en el siglo XXI, viendo el Estado más como un riesgo que un socio estratégico24. Eso contribuye a la percepción de inseguridad, por la que el Estado se enfoca en dos objetivos estratégicos grandes: mantener la familia Kim y, a largo plazo, la unificación de la península.
Todas las capacidades militares de la DPRK han de ser consideradas en luz de estos objetivos. Por un lado, sirven —sobre todo las capacidades balísticas— como fuerza de disuasión. Por otro lado, para unificar Corea hará falta establecer superioridad militar en la península. Para ello tienen un papel crucial los misiles y las armas nucleares. El objetivo no es tener una ventaja militar sobre los EE. UU. —un logro que seguramente es inalcanzable— sino de debilitar la garantía estadounidense a la ROK a través de la amenaza de un ataque nuclear. Al deshacerse de los EE. UU., la conquista del sur será difícil, pero indudablemente posible. Además, visto desde la perspectiva de amenaza externa constante, el desarrollo de armas nucleares es una estrategia perfectamente lógica. Aunque la DPRK se convirtiese económica y militarmente en el superior de la ROK, nunca tendría los medios para montar un ataque convencional contra los EE. UU. por razones geográficas. Así, un programa de misiles es la única manera para, de forma fiable, superar esa brecha y aumentar el coste relativo de los EE. UU. hasta este punto que una intervención por su parte ya no sea una certeza. Esa estrategia contiene fallos: las pérdidas de los EE. UU. en la península probablemente serían tan altas que se podría justificar fácilmente una intervención, pero es la única opción viable para la DPRK. Además, en el pasado Pyongyang siempre ha usado incursiones pequeñas para poner a prueba las capacidades y el compromiso de EE. UU. a la ROK. Sin embargo, no queda claro qué, según el régimen, constituye un ataque «pequeño» y es probable que el país, poseyendo ICBM, actúe de una manera más atrevida en el futuro, cambiando el foco de la ROK a los EE. UU.
En conclusión, la política exterior de la DPRK consta de dos partes vinculadas intrínsecamente. Primero, el desarrollo de su armamento convencional, nuclear y balístico para debilitar el compromiso de EE. UU. en la región. Esa parte se puede considerar como una estrategia ofensiva, abriendo la puerta a una posible unificación de la península. En segundo lugar, el desarrollo de capacidades dentro del concepto two layered deterrence. A través del tamaño del KPA, su despliegue adelantado y las baterías en Kaesong, Pyongyang ya tiene la certeza de disuasión en su propia región. Una ofensiva contra el norte podría llevar a la destrucción de Seúl, Tokio o sus bases militares. Sin embargo, la DPRK ha llegado a la conclusión de que, ya que el adversario más probable es el EE. UU., desarrollar disuasión contra ellos era necesario. Así, la segunda capa de la disuasión consiste en las nuevas ICBM. Esto ha alterado la seguridad del este de Asia profundamente. Ya no —al menos al perfeccionar los misiles— los EE. UU. podrán actuar en la región sin arriesgar un coste alto. La frontera histórica de protección de los EE. UU. —el Pacífico— ha sido superada y así ha empezado una nueva época en Asia.
Implicaciones de Hwasong
La adquisición norcoreana de capacidades ICBM ha cambiado profundamente la presencia estadounidense en Asia del este, sus alianzas con la ROK y Japón y sus compromisos a la defensa mutua, tratados militares y disuasión nuclear. El mayor problema de disuasión extendida —y, por lo tanto, la posición de EE. UU. en la región— es convencer a cualquier adversario potencial que el Estado protector está dispuesto a aceptar pérdidas altas defendiendo un aliado25. Cada conflicto en la península significaría una lucha existencial para la DPRK, pero para los EE. UU. solamente estarían en juego intereses regionales y secundarios. Por lo tanto, ambos Estados tendrían una tolerancia fundamentalmente distinta de pérdidas y daños, similar a la guerra de Vietnam. Antes del desarrollo de los misiles Hwasong, los EE. UU. podrían llevar a cabo una guerra, incluso reforzar sus fuerzas y escalar el conflicto, sin arriesgar su población o poder económico. El Hwasong-15, sin embargo, ha cambiado esa dinámica decisivamente. Ahora, la DPRK tiene la capacidad de responder a cualquier interferencia en la península destrozando ciudades estadounidenses.
Como consecuencia, ha quedado mucho más probable que la DPRK actuase en una manera —vista de la alianza— asertiva o provocativa.
Probablemente no usará armas nucleares como apertura del conflicto, ya que eso empezaría inmediatamente una respuesta global y elevaría el conflicto a la máxima intensidad. Sin embargo, pueden ser usadas como escudo contra una posible intervención o retaliación, formando así la two layered deterrence. La ROK, también, puede ser coaccionada en mayor medida que antes. Si el liderazgo de la DPRK se convence de que la probabilidad de una escalada de un conflicto con la ROK es baja, que la interferencia estadounidense es improbable y que observan una superioridad militar, entonces la probabilidad de una incursión seguramente haya aumentado. Eso no ha de ser una invasión con el objetivo de anexionar el país, sino que también puede constituir una incursión territorial, seguido por la amenaza nuclear para forzar la ROK y los EE. UU. en aceptar el cambio de fronteras y sentarse a la mesa de negociación. Antes de Hwasong, esa presión solo se podía ejercer sobre la ROK. Una invasión más grande sigue siendo improbable, sin embargo. La presencia de los EE. UU. garantiza que en caso de violencia extrema habría cientos de víctimas estadounidenses, así garantizando su entrada en el conflicto.
Además de causar conflictos regionales más probables, Hwasong también ha debilitado el paraguas nuclear bajo el que la ROK y Japón buscaban refugio las últimas décadas. De esa manera, si esos estados en algún momento llegan a la conclusión que ya no pueden contar con el apoyo de EE. UU., podrían cambiar su política drásticamente. Por un lado, temiendo como fin la defensa mutua, podrían iniciar sus propios proyectos de armamento, incluso en el ámbito nuclear, algo de lo que, sobre todo, Japón es capaz a alta velocidad26. Por otro lado, podrían buscar nuevas alianzas con otros poderes militares en la región para protección, creando otra vez un equilibrio de poder. Un candidato para eso es China, que sigue mostrando reservas sobre el DPRK. Sea como sea que evolucione, los EE. UU. saldrían con una posición altamente debilitada y, por ello, deberá convencer a sus aliados de su compromiso continuo.
Avances futuros
En los próximos años, cada intento de presionar a la DPRK para lograr un cambio de política necesitará el apoyo firme de China27. Ello da una pista de la incapacidad de las sanciones vigentes para cambiar la política del régimen. Sin Pekín, la desnuclearización de la península será imposible siempre y cuando Pyongyang no la desee. Por ello, la estrategia de los EE. UU. tendrá que involucrar a China y, si es posible, a Rusia, ya que son los dos únicos actores con los que la DPRK tiene relaciones amistosas.
Con el desarrollo de ICBM, la DPRK tiene un escudo contra cualquier intervención de los EE. UU. y, como consecuencia, contra una escalada de un conflicto en la península. Por ello, será de la máxima importancia seguir con el despliegue militar estadounidense, sobre todo en el área entre la zona desmilitarizada y Seúl. De esta manera, una intervención no solo será más alcanzable técnicamente, sino también políticamente. Esa estrategia reducirá la probabilidad de un ataque norcoreano, ya que nunca se podrán asegurar de la abstinencia de los EE. UU.
En contrario al discurso político común en Washington D.C., el país tendrá que aceptar la presencia de armas nucleares en la DPRK. El conjunto de servicios de inteligencia de los EE. UU. ha llegado a la misma conclusión, indicando que, a pesar de negociaciones y el discurso público de Kim Jong-Un, la DPRK no tiene la intención de abandonar sus armas nucleares28. Aunque este no es el resultado político preferido por los EE. UU., actualmente no cuentan con los medios para cambiar la situación. Además, aceptar este hecho político no constituiría una capitulación. De hecho, es probable que suavice las relaciones entre los dos bloques y permita negociaciones más viables, ya que se alejarían del asunto sensible del desarme y avanzarían hacia asuntos en los que las concesiones son más probables, como los derechos humanos.
Esencialmente, es demasiado tarde para cualquier tipo de ataque quirúrgico. Esas intervenciones ahora no solo tendrían que eliminar los misiles, sino también el plutonio y uranio para ellos, la producción entera y los mecanismos de lanzamiento. Sin embargo, tanto la inseguridad sobre el número de armas nucleares y misiles como la extensiva diversificación de mecanismos de lanzamiento complican un ataque. El gran número de blancos significa que un ataque pequeño es imposible e incluso con una ofensiva mayor no existe la garantía de haber eliminado todo. Además, esa ofensiva seguramente sería interpretada por Pyongyang como inicio de una invasión mayor — dada la importancia mencionada de sus misiles balísticos en su estrategia defensiva— asegurando una respuesta. Así, un ataque pequeño para eliminar el programa nuclear dejó de ser una opción viable hace años. Por esas razones, ataques quirúrgicos en el futuro solo serán posibles cuando pocos objetivos, relativamente insignificantes, son atacados. Solo en ese caso, cuando la evaluación de riesgos es muy alta y no existen alternativas se puede avanzar con un ataque, ya que es una operación altamente atrevida.
Este documento ha intentado contribuir al debate sobre —y conocimiento de— la militarización y proliferación de la DPRK, sus efectos en la región y posibles iniciativas para controlarlos. Además, se ha tenido en cuenta los resultados del trabajo, dado el primero paso en la predicción de futuros eventos y cómo manejarlos. Primero, es importante notar la debilidad relativa de las fuerzas armadas de la DPRK; su poder viene de sus números, no la tecnología. Así, en una guerra a gran escala, no cabe duda de que los EE. UU. podrían derrotar el régimen. Segundo, este ensayo ha acuñado el concepto de two-layered deterrence, una característica fundamental de la política exterior norcoreana. La primera capa siendo dirigida a la ROK y Japón y los últimos esfuerzos constituyendo la segunda capa, dirigida a los EE. UU. Tercero, el despliegue militar estadounidense seguirá siendo esencial para la paz en la península y la región entera y deberá mantenerse para el equilibrio de poder y una disuasión sólida.
Aunque un conflicto global es improbable en los próximos años, dado que nadie en Pyongyang ni Washington D.C. sabría cómo terminaría, la probabilidad ha indudablemente aumentado. Ofreciendo al régimen de la DPRK nuevas opciones en su caja de herramientas, si las circunstancias adecuadas se presentan una incursión contra la ROK puede ser intentada. Por esa nueva opción militar, las alianzas entre los EE. UU. y la región han sido afectadas profundamente y un cambio en la red de alianzas —y comportamiento más asertivo de los socios de los EE. UU. — es más probable que en todas las décadas después de la Segunda Guerra Mundial.
Sam Ysebaert*
Alumno del Máster en Geopolítica y Estudios Estratégicos,
Universidad Carlos III de Madrid
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