Opinión

El abrupto final de la Luna de Miel de Joe Biden

photo_camera Atalayar_Joe Biden

La visita del Papa Francisco al lugar de nacimiento del lugar de nacimiento de Abraham -padre del padre del judaísmo, del cristianismo y el mahometanismo- en Irak, cuando se cumplen 30 años interrumpidos de una insufrible combinación de intervencionismo militar,  y salvaje violencia sectaria,  tiene un innegable peso simbólico. Siendo el significado original de ‘simbólico’ es reunir, congregar, en el sentido de armonizar elementos que,  aún siendo diversos, se atañen entre sí, en ningún otro lugar del mundo se sabrá leer mejor el valeroso gesto del pontífice hacia una tierra azotada durante décadas por quienes buscan desunir y  encizañar aquello que está unido y en concordia, la definición original, precisamente, de lo ‘diabólico’. 

Más allá de las interpretaciones teológicas, que tanto suníes como chiíes sabrán sin duda extraer de la visita del representante universal del catolicismo, la visita coincide con el mandato de un católico en la Casa Blanca, un presidente que no rehuyó citar elementos de la encíclica ‘Fratelli Tutti’ del Papa Francisco durante la campaña electoral, y cuya luna de miel con sus partidarios puede estar llegando a su fin prematuro, después de haber ordenado llevar a cabo bombardeos en la frontera sirio-iraquí pocos días antes de la visita del Papa a la ciudad de Tell el-Muqayyar, a no demasiada distancia del punto en el que tuvo lugar el ataque americano contra las milicias pro-iraníes Kata'ib Hezbollah y Kata'ib Sayyid al Shuhada. 

Aunque no quepa hablar propiamente de una escalada bélica (Wayne Marotto, coronel norteamericano y  portavoz de la coalición internacional que está actuando en Siria desde 2014,  anunció oficialmente la muerte de Abu Yasir como resultado de un ataque americano en Kirkuk, Irak,  el 27 de enero de 2021, con Biden ya en la presidencia), el erosivo protagonismo que la Casa Blanca ha optado por tener en la acción militar del 25 de febrero, sin contar con la autorización del Congreso, nos obliga a indagar en  su motivación última,  a la luz del momento elegido.  

Si bien es cierto que durante el último mes, ha aumentado la inestabilidad  de Irak, tras padecer múltiples y severos ataques terroristas -principalmente cometidos por el DAESH- que han obligado a posponer las elecciones generales de junio a octubre,  no resulta creíble que Biden y Harris hayan decidido desgastarse políticamente para vengar la muerte de un mercenario en un ataque con cohetes contra una base estadounidense en Erbil, capital del Kurdistán iraquí, el 15 de febrero,  presumiblemente a manos de milicias chiitas -que también combaten al DAESH. Sobre todo cuando la frialdad de las cifras muestra que el bombardeo del 25 de febrero es anecdótico,  frente a los 25.000 llevados a cabo como parte de la ‘Operación Resolución Inherente’ desde junio de 2014, y teniendo en cuenta que en ese tiempo han perdido la vida 70.000 civiles, 25.000 soldados iraquíes, 11.000 soldados de las Fuerzas Democráticas Sirias, y 2.000 pashmerga kurdos. Por su parte, el gobierno iraquí se ha apresurado a enfatizar que no ha participado, ni por omisión ni por comisión, en el último ataque aéreo estadounidense en la frontera con Siria, de tal manera que no podemos encontrar su justificación en el apoyo al gobierno de Irak.  

Sin embargo, si hacemos el ejercicio imaginario de alejar el sujeto, para que la zona visible del encuadre aumente en nuestro visor, aparece una foto fija con varios eventos simultáneos que nos pueden ayudar a darle cierta coherencia estratégica a la acción del 25 de febrero y vislumbrar lo que nos tapan las ramas, que a mi entender no es sino la definición del marco geoestratégico norteamericano para la próxima década. 

De entrada, Teherán y Washington han iniciado la fase preliminar de un acercamiento de mínimos que haga posible abrir las negociaciones sobre una reedición del Plan de Acción Integral Conjunto, que Irán necesita como agua de mayo, para que la reanudación del comercio exterior aminore su descenso al abismo económico. En esta primera fase hay mucho de tanteo mutuo, para evaluar los límites de las negociaciones. Irán está decidido a cobrarse un precio por los daños económicos infligidos  por la retirada unilateral de Trump del acuerdo de Viena de 2015 y las consiguientes sanciones económicas, máxime tras el asesinato de dos de sus figuras más prominentes y su impotencia para gestionar la crisis social derivada de la pandemia. Biden, por su parte, realizó un gesto testimonial retirando a la insurgencia chiita en Yemen de la lista de organizaciones terroristas, en la que había sido incluida por Trump. Biden, lejos de verse correspondido en especie, vio como  las milicias asociadas a Teherán iniciaban una serie de actividades de hostigamiento,  que a juicio de la Casa Blanca han llegado demasiado lejos, obligando a Biden a dar un golpe sobre la mesa, pero sin levantarse de la misma. 

En parelelo, la Casa Blanca ha hecho público el informe de los servicios de inteligencia sobre el  asesinato de Khashoggi, que la administración Trump había retenido. Detrás de esta decisión de Biden se transluce la voluntad de reducir a su mínima expresión la dependencia norteamericana de Riad, y los inmediatos llamamientos en EEUU para cortar en seco el suministro de armas a Arabia Saudí, denotan que el partido ha cambiado para los saudíes, y que Washington ha concluido que el inmenso coste político y material de apuntalar al único pilar que quedaba en pie desde que Nixon promulgó la política de los ‘pilares gemelos’ en los 70,  para contener a la URSS,  tiene poca utilidad para contener a China. La eliminación quirúrgica de milicias pro-iraníes el día 25 subraya el mensaje de Washington a Riad, en el que se le dice a Arabia Saudí que está en Yemen bajo su cuenta y riesgo.

Otro elemento en esta -aún borrosa- nueva visión geoestratégica,  emana de la renuencia de Biden a suscribir la carta reservada con la que todos los presidentes norteamericanos desde Nixon se han comprometido a no admitir públicamente el secreto a voces de la existencia del programa de defensa nuclear de Israel. Al no existir oficialmente este reconocimiento, Israel ha estado exento de someterse a los tratados de control de armas nucleares, algo que ciertamente no facilita negociar con Teherán la limitación de sus aspiraciones a formar parte del club de potencias atómicas. Una de las prioridades estratégicas en Washington es reconducir la situación de creciente descontrol en la proliferación nuclear que se ha dado desde que el Dr. Abdul Qadir Khan, padre de la bomba atómica pakistaní, abriese un supermercado global para la venta de tecnología nuclear al mejor postor. 

Esto sólo es alcanzable si todos los actores nucleares están sometidos a las mismas limitaciones y controles, y lograr esto sin que Rusia tenga una responsabilidad compartida es impensable. El entorno de Joe Biden es perfectamente consciente de que Moscú pondrá precio a materializar una extensión de cinco años del pacto de control de armas nucleares New START, con cuya negociación ya se ha comprometido de palabra. En este contexto, cobra sentido que la Casa Blanca haya resucitado ahora el contencioso de Crimea, teniendo en cuenta que la administración Obama, en la que Biden era vicepresidente, ignoró por completo el Memorando de Budapest con el que en 1994 EEUU se comprometía como signatario a garantizar las fronteras postsoviéticas de Ucrania a cambio de su desnuclearización. No es creíble que la retórica de Biden sobre Ucrania vaya a ir acompañada de actuación alguna para volver a la situación ex-ante. Pero si bien el Pentágono carece de medios y voluntad para devolver la soberanía de Crimea a Ucrania, si que está en disposición de condicionar las ambiciones de Rusia en el Mediterráneo. Como es notorio, Rusia dispone de una base naval en Tartús, Siria; una extensión mediterránea de la base naval rusa de Sebastopol, en la península de Crimea, cuyas naves deben singlar necesariamente atravesando dos estrechos sucesivos, el del Bósforo y el de los Dardanelos -ambos bajo la soberanía de un país de la OTAN-  para transitar el mar Mediterráneo.  Tanto un cambio en las relaciones entre Ankara y Washington, mediante la instrumentación de los kurdos, como una debilitación del régimen de Assad en Damasco, son contrarias a los intereses rusos, pero son cartas que Biden tiene y está dispuesto a jugar, como quedó  demostrado con el bombardeo del 25 de febrero. Con todo, confiemos en que la visita del Papa traiga consigo unos días de tregua,  que permitan a todas las partes en conflicto encontrar la fortaleza para ser sensatos.