
En contraste con el sombrío estado de ánimo en las cancillerías occidentales, que apenas han comenzado a asumir la realidad de los hechos consumados en Afganistán, a los países de Asia Central no les ha cogido por sorpresa el regreso al poder de los talibanes, ya que llevaban años reforzando tanto sus relaciones diplomáticas como su capacidad de seguridad interna y defensa exterior. No en vano, disidentes de las minorías étnicas tayika y uzbeka han tomado parte en las ofensivas que han permitido a los talibanes recuperar las riendas de Afganistán, y a nadie se le escapa que algunas de las razones de la falta de apoyo popular al Gobierno de Ghani -corrupción, autoritarismo, sectarismo- son asimismo la norma en Tayikistán, Uzbekistán y Kirguistán.
Así las cosas, y a pesar de los gestos de buena voluntad de los emisarios talibanes, que ha dado garantías a Moscú de que no llevarán a cabo una política hostil contra los intereses rusos, y que han asegurado a Ankara que las obras del oleoducto que conectará Turkmenistán, Afganistán, Pakistán e India se llevarán a término según lo planeado, los seis países clave de la región, Azerbaiyán, Armenia, Georgia, Rusia, Irán y Turquía, han renovado sus esfuerzos para poner en marcha un mecanismo consultivo regional a seis bandas, con capacidad para complementar el alcance de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, fomentando la integración económica y la cooperación geopolítica en el sur del Cáucaso.
Tanto Rusia como Turquía creen que ahora sí se dan las condiciones para profundizar en este proceso, no sólo por la salida de la OTAN de Afganistán, sino toda vez que el fin de la guerra en Nagorno-Karabaj, y la consiguiente normalización de las relaciones entre Azerbaiyán y Armenia ofrecen, al menos sobre el papel, un horizonte de estabilidad basado en la cooperación mutua y en la profundización de lazos económicos, energéticos, de transporte y comerciales, que pueden ayudar a dar salida a los agravios pendientes, como el de la integridad territorial de Bakú, un factor de inestabilidad regional latente, al punto que ha llevado incluso a Irán a reconsiderar su tradicional posición estratégica respecto a Armenia, que estaba en buena medida determinada por la existencia de una población de más de diez millones de turcos azeríes en territorio iraní.
Adicionalmente, Moscú no quiere dejar pasar la ocasión de consolidar su propia predominancia en la región, en detrimento de los Estados Unidos, particularmente por lo que respecta a Georgia. Es precisamente este país el que se muestra más reacio a implicarse seriamente en este proyecto debido a la ocupación rusa de Abjasia y Osetia del Sur, que llevó a Georgia a buscar alianzas tácticas con Washington. Está por ver hasta qué punto Rusia tendrá capacidad para emerger como la potencia dominante en Asia Central en un tablero de juego hecho a su medida, máxime teniendo en cuenta que su producto interior bruto apenas es ligeramente mayor que el de Australia, y viendo que su principal socio estratégico en la región, China, no parece inclinado a que su compromiso material con la seguridad y la estabilidad de la zona sea proporcional al peso de sus intereses económicos en el conjunto de Asia Central.