Diego Carcedo rescata la memoria de dos diplomáticos, español y portugués, que se enfrentaron a sus respectivos Gobiernos para facilitar la huida de la ocupación nazi a miles de judíos

Dos cónsules justos entre las naciones

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Todavía quedan muchos héroes por reivindicar y muchas historias personales susceptibles de mover a la reflexión sobre el género humano, capaces sus individuos de lo mejor y de lo peor, como es sobradamente sabido. El veterano periodista e historiador Diego Carcedo nos vuelve a poner de nuevo ante el espejo de las miserias y grandezas de los hombres, las que emergen casi siempre cuando las circunstancias y el entorno se vuelven extremos. Un espejo que es imposible no evocar ahora, cuando ha vuelto a abatirse sobre un trozo de Europa el apocalíptico jinete de la guerra, y millones de personas huyen de la destrucción, la miseria y la muerte. 

“Los Dos Cónsules” (Espasa, 295 páginas) es la nueva obra en la que Carcedo ahonda en la épica peripecia durante la Segunda Guerra Mundial de dos diplomáticos, el español Eduardo Propper de Callejón y el portugués Aristides de Sousa Mendes, ambos cónsules en la ciudad portuaria francesa de Burdeos. 

Funcionarios al servicio de sus respectivos países, regidos entonces por las implacables dictaduras de Francisco Franco y Antonio de Oliveira Salazar,  se enfrentarán a sus respectivas jerarquías para facilitar incansablemente la huida de miles de judíos. Su propia lucha interior, su peripecia diaria por esquivar controles y engañar a sus mandos, componen un nuevo relato épico de estos héroes anónimos, considerados traidores a la autoridad de sus superiores, y como tales, arrostrando las correspondientes y graves consecuencias personales para sus propias vidas. Harán triunfar sus principios, que les sostendrán el ánimo a pesar de la reiterada tentación de abandonar, de no complicarse la vida o simplemente de no hacer nada, lo que en aquella tesitura equivalía a colaborar en la captura, tormento y muerte de millares de seres humanos. 

Ya hemos tenido anticipos del propio Diego Carcedo, que han hecho emerger figuras como la de Ángel Sanz Briz en Budapest, y que rescatan para el gran público la épica de personas que, gracias a las ventajas de su posición, se vieron ante el dilema de obedecer o no a su conciencia sabiendo lo que se jugaban, precisamente a causa del privilegio de aquella posición. 

los-dos-consules-diego-carcedoEl duro precio del heroísmo

En el tiempo de esta novela la blitzkrieg (guerra relámpago) lanzada por el III Reich arrasaba por todo el continente. Leopoldo III ya había anunciado la rendición de Bélgica, la Wehrmacht pisoteaba con sus blindados la soberanía de sus vecinos, la Luftwaffe lanzaba continuos bombardeos sobre Londres y las demás principales ciudades británicas. Nada parecía detener aquel avance demoledor, de manera que Benito Mussolini proclamaba que la Italia fascista se unía a los nazis y declaraba la guerra a Francia y Gran Bretaña. Lo hacía el mismo día, 10 de junio de 1940, que Franco, al contemplar ese pacto de los dictadores de Italia y Alemania, los aliados que le ayudaron a ganar la Guerra Civil, anunciaba que España cambiaba su declarada neutralidad por el estatus de país no beligerante. 

Es en ese momento en que Carcedo introduce a un reportero español anónimo, al que su periódico de Madrid envía como corresponsal a Burdeos, una ciudad tomada en aquel principio de verano por miles de personas que huyen caóticamente del incontenible avance de los nazis, que ya han conquistado París. 

De aquel reportero se vale el autor para describir y narrar los esfuerzos de los dos diplomáticos, en los que los judíos encontrarán inesperadamente las manos amigas que les darán consuelo y alivio en su huida desesperada, y la esperanza de que podrán recobrar y rehacer su vida al cabo de aquella pesadilla. Carcedo, para documentar el relato, bucea en la correspondencia de los supervivientes, en los mensajes de personas amigas y de los propios judíos salvados por ambos cónsules, a quienes no regatean el agradecimiento a quienes les habían protegido. 

Aristides de Sousa Mendes y Eduardo Propper de Callejón sufrieron duras represalias de sus respectivos Gobiernos, mucho más trágicas las que condenaron a la miseria extrema al portugués que las que se abatieron sobre su colega español. Aquel murió en 1954 en tal estado de miseria que una comunidad religiosa hubo de facilitar un hábito para amortajar su cadáver. Propper, rehabilitado, fallecería en Londres en 1972, sin haber podido disfrutar del éxito de su nieta, la actriz Helena Bonham Carter, que siempre declara enorgullecerse de quién fuera su abuelo. Los dos diplomáticos ibéricos están reconocidos como “Justos entre las naciones” en el Yad Vashem de Jerusalén.  Los árboles plantados en su honor exhiben la sentencia bíblica que afirma “Quien salva una persona es como si salvase a la humanidad entera”.  

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