Obra cumbre del grabado, el ICO exhibe la suite Vollard de Picasso
Como en muchos otros campos, Madrid parece decidida a consagrarse definitivamente como una de las principales capitales artísticas del mundo. La denominada milla de oro del arte, por albergar en ese eje parcial de su gran avenida norte-sur tres museos de la categoría del Prado, el Thyssen-Bornemisza y el Reina Sofía, va integrando también en sus aledaños otros recintos, cuyas colecciones y exposiciones suponen una fluida catarata de los grandes nombres del arte en todas sus expresiones.
Entre los que se han hecho un hueco en esa escueta nómina de quienes cobijan a los mejores hay que señalar al ICO, que ha sacado a la contemplación del público la Suite Vollard de Picasso, adquirida por la institución en 1991, y que constituye uno de los escasos conjuntos completos de dicha obra que existen en el mundo.
Ambroise Vollard fue el primer marchante en apreciar el talento del pintor malagueño, en 1901, cuyas obras expuso por primera vez junto a las de Francisco Iturrino, como también lo hiciera con Cezanne y Matisse, además de colgar de las paredes de su tienda de la rue Lafitte de París obras de Renoir, Bonnard, Marius de Zayas, Dufy y Rouault.
Más allá del interés comercial, el galerista francés y el pintor español se hicieron amigos, fomentando una colaboración intensa, cuyo punto álgido es precisamente la Suite Vollard, que, sin embargo, no fue un encargo del marchante al artista sino más bien el resultado de un intercambio amistoso: Vollard obtuvo en 1937 la serie inicial de 97 cobres grabados de la Suite a cambio de un número importante de pinturas de su propiedad, que Picasso deseaba integrar en su propia colección privada.
La obra es un despliegue de maestría en cuanto al manejo de las diferentes técnicas del grabado. Picasso se sitúa en esta faceta a medio camino entre los maestros antiguos, que lo hacían todo ellos mismos, y los artistas contemporáneos que, en general, precisan de la asistencia técnica de un profesional. Picasso dejaba efectivamente las fases más complejas -barnizado, mordida, etc.- a los profesionales, pero nunca les permitió poner nada de su cosecha en la interpretación de la obra: sólo él podía jugar con lo que había hecho, fuera el aguafuerte, la aguatinta, el buril o la punta seca.
La Suite Vollard narra día a día la vida íntima y la evolución del arte de Picasso: sus preocupaciones estéticas, sus entusiasmos amorosos, sus estados anímicos y sus cuestionamientos como artista en relación con la modelo, la obra y su amante, Marie Thérèse Walter. A ésta la había conocido en 1927 en un encuentro casual en la parisina rue de la Boétie mientras ella iba de compras. Tenía 17 años frente a los 45 de Picasso. Ella aceptó que el artista le hiciera un retrato, comienzo de una relación clandestina, puesto que Picasso estaba entonces casado con Olga Khokhlova, y que duraría hasta 1935, cuando poco después del nacimiento de su hija Maya, el artista conocería a la que sería su nueva pareja, Dora Maar.
Los visitantes que quieran ver la muestra (estará expuesta hasta el próximo 20 de julio) se encontrarán también con una selección de grabados y pinturas realizados por artistas como Juan Genovés, Eduardo Arroyo, Manolo Valdés, Miguel Campano, Guillermo Pérez Villalta, Lucio Muñoz, Juan Barjola o Darío Villalba, grandes nombres que forjaron el lenguaje y las tendencias del arte contemporáneo en la España de la segunda mitad del siglo XX. Obras todas ellas adquiridas por el ICO con la misión principal por la que nació su museo: conservarlas y darlas a conocer al gran público.
Con la Suite Vollard componen un intenso diálogo expositivo, que demuestra la magnitud de la inagotable explosión artística de tantos y tantos nombres que vieron su primera luz en nuestro país.
