Nadal le pidió permiso a Medvédev para sentarse durante la ceremonia de entrega de trofeos de la final del Open de Australia. También agradeció al juez de silla que le dejase pasar para ir a su asiento después de celebrar el título con su gente. Fue Rafa Nadal el que asistió impasible a la mala educación de Denis Shapovalov en cuartos de final mientras su rival arremetía contra él al juez del partido.
Nadal no es tenis, son gestos.
El de Manacor llegó a Melbourne a comprobar su salud después de la lesión en el pie y de superar el coronavirus. Incluso, en la última rueda de prensa antes del torneo, dejó caer la frase de “si vuelvo a jugar al tenis”. Porque ahora es cuando Rafa Nadal ha decidido cruzar al otro lado del tenis. El de disfrutar sus últimos partidos, sus últimas victorias, sus últimas derrotas.
Djokovic ya es historia en Australia. Aunque el torneo tenía ganas de una final entre el serbio y el español, los daños colaterales que sigue dejando el coronavirus en la sociedad le pasaron factura. A falta de Djokovic, Nadal. Porque Medvédev pertenece a esa generación de tenistas maleducados que vive por encima del bien y del mal. Los que son capaces de insultar a un juez de silla, cargar contra el público o un recogepelotas.
Durante el partido, Medvédev no se calló ni un minuto. Cuando se sentaba en el banco, hablaba con el juez, incluso seguía negando con la cabeza y mantenido en voz alta una conversación interna repasando sus errores. Ni una sonrisa tras el 2-0 a su favor, ni una cara de enfado desproporcionada cuando el partido se le escapaba entre las manos. Un tipo frio nacido en Montecarlo con un cuerpo escurrido sin un musculo que destaque. Una pared que devolvía todas las bolas mientras Nadal iba y venía por el fondo de la pista.
El tenis de Rafa Nada se puede repetir. Solo hay que buscar un tipo de sus condiciones y educarle la mente. Lo que será difícil de repetir es un perfil de deportista tan disciplinado. Tan respetuoso. Tan clavado a la tierra.
Rod Laver sacaba su iPhone y, a sus 83 años, tomaba imágenes de aquella histórica final que le mantuvo en primera fila de la pista durante cinco horas. Rod también era zurdo como Rafa, pero él hacía el revés a una mano. Nadal le buscó ese perfil a Medvédev cuando las fuerzas flaqueaban. Al ruso le costaba doblar las rodillas y no terminaba el golpe en alto. Las bolas se estrellaban contra la red.
El físico de Nadal le ha podido dar uno de los últimos grandes títulos de su carrera. Él no está pendiente de cómo quedará su palmarés en la posteridad. Sabe que otro vendrá que mejorará su rendimiento. Lleva años jugando con dolores y cada vez tiene más motivos para parar por una lesión. Su tiempo se agota, lo sabe y se ha preparado para ello. No necesita reportajes para enseñar su yate o su casa, prefiere vivir de su academia que ya da frutos poco a poco.
Nadal fue positivo en Australia por ser un ganador. No hay otro test más fiable para saber la salud del tenis mundial que poner a este español a jugar una final. Un partido así borró de un plumazo el affaire de Djokovic con las vacunas. El tenis de Nadal se nos olvidará, llegarán nuevos tiempos y otros perfiles. Pero ver cómo se sube a la bicicleta estática después de cinco horas de partido pensando en su futuro, no puede olvidarse.
Rafa Nadal. Ni un gesto de más, ni un gesto de menos.