La pandemia de la COVID-19 representa la mayor conmoción del sistema energético mundial desde la Segunda Guerra Mundial, con una caída de la demanda de este año que empequeñece el impacto de la crisis financiera de 2008 y resulta en una disminución anual récord de las emisiones de CO2 para 2020 de casi un 8 %1. Una de las consecuencias más inmediatas y devastadoras está siendo la caída de los precios del petróleo. Ya antes de la crisis había una situación de sobreproducción y desde 2016 los países de la OPEP más otros, particularmente Rusia (OPEP+), habían acordado reducciones de producción para impulsar la subida del precio del petróleo. Todo ello en un contexto geopolítico global de una renovada rivalidad entre las grandes potencias y, en lo que a este asunto se refiere, entre Washington y Moscú.
El mundo del petróleo ha sido testigo de muchos shocks a lo largo de los años, pero ninguno ha afectado a la industria con la ferocidad con la que lo está haciendo la actual. Según los mercados, las empresas y las economías enteras se adaptaban a los efectos de la crisis mundial causada por la pandemia de la COVID-19, los precios del petróleo se han ido desplomando. El impacto se está sintiendo en todas las cadenas mundiales de suministro de petróleo y se extenderá a otras partes del sector energético. A una caída precipitada de la demanda mundial de petróleo, al reducir la pandemia el consumo de combustible, especialmente en el sector del transporte, se sumó inicialmente un shock de suministro debido al fin de restricciones de la producción de la OPEP+. La magnitud del colapso de la demanda de petróleo es muy superior a la capacidad de ajuste de la industria petrolera. Con 3 000 millones de personas en todo el mundo bajo algún tipo de bloqueo debido al coronavirus, falta uno de los estabilizadores tradicionales de los mercados del petróleo: los precios bajos suelen estimular una reacción de los consumidores, pero este impulso a la demanda es muy improbable esta vez, al menos mientras dure la emergencia sanitaria mundial. En lugar de ello, la rápida acumulación de reservas de petróleo está empezando a saturar la capacidad de almacenamiento disponible, empujando aún más a la baja los precios2.
La situación de caída abismal de la demanda se va a prolongar durante bastantes meses y los expertos vaticinan que esta vez la recuperación de los precios del petróleo llevará más tiempo que en ocasiones anteriores. La alarma en los países productores es inmensa, pero el impacto no se reduce a dichos países, sino que afectará también a todos los demás. Tendrá efectos importantes en la economía mundial que se sumarán a los ya muy graves de la COVID-19. Además, amenaza con tener consecuencias desestabilizadoras en muchos países ya muy dañados por situaciones de inestabilidad o conflicto y extremadamente dependientes en sus presupuestos estatales y sus economías en general de la actividad vinculada al petróleo. En la región de Oriente Medio, en particular, polvorín del planeta, la crisis de la industria petrolera y también gasística —tan dependiente de los avatares del hidrocarburo líquido— puede empujar a la región al fondo del abismo.
La energía es además un sector con un relevante componente estratégico. En primer lugar, a diferencia de muchas otras tecnologías o materias primas, la energía es un insumo básico de cualquier economía, sin el cual no puede existir ni crecimiento económico real ni seguridad nacional y global. En segundo lugar, el panorama competitivo de la energía está cambiando profundamente. De una era de escasez de recursos donde los propietarios y productores de recursos energéticos disponían de todo el potencial del mercado a otra era de abundancia energética donde los productores de recursos energéticos —recursos cada vez más diversos y asequibles— deben competir por el acceso a los mercados y nuevos consumidores. Atrás quedan los días en que tener una gran base de recursos automáticamente confería fuerza y ventaja. También hay que revisar —si no hay controles de emisiones— la suposición generalizada de que los combustibles y tecnologías con bajas emisiones de carbono serán más competitivos en las próximas décadas, disminuyendo el valor futuro de recursos con altas emisiones de CO2 como el carbón, el petróleo y el gas natural, que actualmente representan más del 80 % del consumo de energía3.
El momento es delicado, con la caída de la demanda de petróleo en casi un tercio y el sector del fracking (fracturación hidráulica) norteamericano amenazando con la arruina. Fatih Birol, presidente ejecutivo de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), no deja de repetir que la situación es de extrema emergencia. Este documento pretende explorar los posibles efectos que la crisis del coronavirus pueda tener en la reconfiguración de la geopolítica del petróleo, así como las consecuencias de la caída de los precios del petróleo en la seguridad internacional.
En estos días, se utiliza el año 2008 (inicio del shock financiero internacional) como la referencia de crisis económica previa con la que se comparan los efectos que el coronavirus pueda llegar a producir. Pues bien, entonces también se produjo una vertiginosa caída de los precios del petróleo (figura 1). La década de 2010, con los niveles de precios en ascenso sostenido hasta superar con creces los 100 dólares por barril ($/b), había atraído a nuevos actores al mercado, lo que dio lugar a inversiones masivas en producción y a la aparición y consolidación de nuevas tecnologías, entre ellas el fracking. Después de la gran recesión de 2008, la OPEP luchó por equilibrar el mercado recortando la producción, lo que dio como resultado la disminución de su cuota de mercado. En particular, la producción de esquisto estadounidense expuso la vulnerabilidad de la OPEP, cuyos países miembros tienen un alto coste social de producción, ya que sus economías dependen enormemente de los ingresos del petróleo4.
Washington, viendo en el fracking la esperanza de alcanzar pronto la autonomía energética, había facilitado importantes estímulos para desarrollar el sector no convencional tanto del gas como del petróleo. Otras tecnologías habían hecho igualmente su agosto. El tiempo sostenido de altos precios terminó llevando a la sobreproducción del oro negro y a una expansión asombrosa del sector no convencional en EE. UU. (figura 2), lo que en su día Fatih Birol calificó como una revolución en la industria energética.
En junio de 2014, los precios del petróleo empezaron de nuevo a desplomarse (figura 3). En noviembre, la OPEP declaró una guerra al esquisto estadounidense aumentando su producción. EE. UU. no hizo nada por frenar la caída de precios considerando que, teniendo sus pros y sus contras para la economía norteamericana, ello perjudicaba muy especialmente a Rusia, en un momento en que la reciente anexión de Crimea había llevado a un enfrentamiento estratégico muy agudo. Washington y sus aliados europeos impusieron sanciones a Moscú y la geopolítica ganó bastantes enteros en los mercados de hidrocarburos. Los precios siguieron cayendo hasta principios de 2016, bajando puntualmente por debajo de los 30 $/b. Contra todo pronóstico, la Federación Rusa, a pesar incluso de las sanciones, consiguió capear en parte el temporal, vinculando la cotización del rublo al precio del petróleo. Rusia se benefició de la circunstancia de ser la producción en moneda local y la exportación en dólares.
La caída de los precios del petróleo había llegado más allá de lo esperado por la OPEP sin conseguir que el sector no convencional norteamericano se viera expulsado del mercado del petróleo, sufriendo aquel únicamente reducciones parciales de producción (figura 2). A finales de 2016, los Estados miembros de la OPEP, viendo sus ingresos seriamente amenazados, buscaron la ayuda de productores externos a la organización. Putin decidió que su país se sumara al cartel petrolero. Muchos expertos, conocedores de la previa experiencia de incumplimiento ruso, lo vieron entonces con gran escepticismo. Para Moscú se sumaban razones geopolíticas a las económicas. La guerra de Siria había terminado por devolver el protagonismo de Rusia en Oriente Medio. Una estrecha relación con Arabia Saudí, tradicional aliado de Washington, reforzaba la posición del Kremlin en la región. La OPEP+ acordó pues importantes y sostenidos recortes de producción que a principios de 2020 alcanzaban los 2,1 mb/d.
Por otra parte, el sector del fracking en EE. UU. demostró una resiliencia asombrosa y tuvo un comportamiento mejor de los esperado con precios más bajos. Mientras la OPEP+ recortaba producción, la gran potencia americana la ampliaba, convirtiéndose en 2018 en el mayor productor mundial de petróleo y, en 2019, en exportador neto. En octubre de ese año, el World Energy Outlook de la AIE presentó un horizonte donde en el escenario de «Políticas declaradas» EE. UU. representaría el 85 % del aumento de la producción mundial de petróleo hasta 2030 y el 30 % del aumento de gas. Ello consolidaría la posición de este país como exportador de ambos combustibles. En 2025, la producción total de esquisto estadounidense (petróleo y gas) sobrepasaría la producción total de petróleo y gas de Rusia5.
Desde el otoño de 2018, el mercado del petróleo empezó a dar signos de desajuste. La guerra económica entre Washington y Pekín había reducido el crecimiento económico y con ello el incremento previsto de la demanda de petróleo. En los últimos meses de 2019, antes incluso de la propagación de la COVID-19, se habían puesto de manifiesto dos tendencias en Arabia Saudí sobre la adopción de decisiones en la política petrolera: un enfoque más proactivo para gestionar el mercado y una menor tolerancia del incumplimiento de las cuotas acordadas por parte de los productores. Estas dos tendencias se hicieron muy visibles en la reunión de la OPEP+, celebrada aquel diciembre. La preocupación de que el crecimiento de la demanda de petróleo pudiera debilitarse en el primer trimestre de 2020 llevó a Arabia Saudí a actuar y, para sorpresa de muchos en el mercado, la OPEP+ logró ampliar el recorte de producción de petróleo en 0,5 mb/d. Riad aceptó reducir su cuota de 10,31 mb/d a 10,14 mb/d, continuando con su recorte voluntario de 0,4 mb/d, introducido con la condición de pleno cumplimiento de todos los participantes en el acuerdo. Moscú aceptó un recorte adicional de 70 000 b/d para el primer cuarto del 2020, llevando su objetivo de reducción total a cerca de 0,3 mb/d6.
Los sacrificios de la OPEP+ se veían en gran parte contrarrestados por la expansión de la producción no convencional norteamericana que hizo que las caídas de producción de Irán, Venezuela y Libia pasaran sin pena ni gloria. En el pasado, situaciones parecidas habían disparado los precios al alza. El sector del fracking estaba jugando el papel de swing producer (productor regulador o de respaldo del mercado) que tradicionalmente le había correspondido al gobierno saudí, pero de forma más eficaz y sin la necesidad de grandes acuerdos políticos internacionales. Sin embargo, el contraste de actitud entre la OPEP+ ayunando y EE. UU. engordando suponía una situación de abuso de hecho que antes o después reventaría por alguna costura. En Riad crecía el resentimiento hacia su tradicional aliado norteamericano. En Moscú empezó a haber voces importantes que reclamaban un cambio de estrategia en su política petrolera.
El complejo petrolero ruso llevaba meses quejándose de los recortes de producción, que retrasaban sus planes de inversión en nuevos proyectos. Estos contaban además con la oposición frontal de Igor Sechin, CEO de Rosneft y uno de los hombres más influyentes del Kremlin. A Sechin, defensor de un sector energético estatal fuerte que debe oponer el dominio energético ruso al propuesto por la Administración Trump, se le considera el inspirador de la narrativa según la cual EE. UU. usa las sanciones a Irán y Venezuela para conquistar cuota de mercado a sus expensas7.
Cuando finalmente, de la mano del coronavirus, se ha materializado el choque de intereses entre la OPEP+ y el sector del fracking estadounidense, el efecto ha sido devastador y en el pecado está la penitencia.
En el contexto descrito se produjo un shock de demanda global sin precedentes. Inicialmente, se debió a la contracción de la demanda china y de la de sus vecinos de Asia oriental por los efectos de la pandemia del coronavirus en sus economías y muy particularmente en el sector del transporte. Los precios del petróleo empezaron a caer (figura 4).
El 5 y 6 de marzo se organizó una reunión de la OPEP+ en la que se pusieron de manifiesto las diferentes perspectivas de Riad y de Moscú. Arabia Saudí propuso un recorte adicional de producción de 1,5 mb/d. Rusia declaró al término de la reunión que a partir del 1 de abril Rusia dejaría de aplicar los recortes acordados. Esta vez Rusia ya no iba seguirle el juego a EE. UU., se trataba de dañar al sector no convencional norteamericano. El Kremlin parece haber llegado a la conclusión de que era el momento de responder a Washington por las sanciones a su sector energético por la anexión de Crimea, al gasoducto Nord Stream 2 y por las más recientes a Rosneft por su ayuda a PDVSA para eludir las sanciones a Venezuela8. Desde la perspectiva de Moscú, todos los países iban a sufrir las consecuencias del shock de demanda, pero esta vez la peor parada podía ser la gran potencia estadounidense con efectos muy graves a corto y medio plazo.
En plena crisis de demanda, Riad declaró una guerra de precios a Moscú y, probable y encubiertamente también, a Washington. El objetivo principal residía en ganar cuota de mercado en los mercados asiáticos. Todo esto con un horizonte en el que en tres o cuatro décadas las renovables habrán desplazado a los hidrocarburos en el liderazgo energético, perdiendo con ello valor las grandes reservas de petróleo. Arabia Saudí reaccionó ampliando su producción de 9,7 mb/d a 12 mb/d, sacando al mercado otros 0,3 mb/d de petróleo almacenado y rebajando abruptamente los precios del crudo intermedio de Saudi Aramco9.
Aquello desató la tormenta, Riad dio un golpe de autoridad. Además, el panorama de caída de la demanda no dejaba de ennegrecerse y en una semana la AIE pasaba de hablar de un 20 % a un 30 % de contracción. La industria petrolera mundial estaba en serio peligro, en EE. UU. el sector no convencional empezó a asomarse al abismo, muchos países productores como Irak o Argelia, claves de la estabilidad en sus respectivas regiones, amenazaban con el colapso… la AIE llamó a un gran acuerdo. Los productores de petróleo del grupo OPEP+ se comprometieron a recortar la producción en una cantidad inicial de 9,7 mb/d en comparación con su base de referencia acordada y con efecto a partir del 1 de mayo (demasiado tarde se decía). Del 10 al 12 de abril, se celebró una reunión extraordinaria de ministros de energía del G-20 y de otros países. Los presentes ofrecieron su apoyo a los esfuerzos de los países de la OPEP+ para estabilizar el mercado del petróleo y, en algunos casos, discutieron los recortes de producción que tendrían lugar inmediatamente o con el tiempo10.
En cualquier caso, se hace muy evidente que el ritmo de la caída de la demanda del petróleo es tal que no hay capacidad para que los acuerdos de recorte de suministro respondan a tiempo y con eficacia. A mediados de abril, la AIE calculaba que en el segundo cuarto de 2020 se habrá producido una caída de 23,1 mb/d en relación con el año anterior y una de 9,3 mb/d para el año completo. Ni siquiera un recorte teórico de la OPEP+ de 12 mb/d con un 100% de cumplimiento del acuerdo, sumado a los esfuerzos suplementarios prometidos por Riad, Abu Dhabi y Kuwait y a importantes caídas en EE. UU. equilibrarían el mercado11.
Esta situación ha hecho que, tanto por razones de sobreproducción como de oportunidad de precio, los depósitos de almacenamiento se estén completando y que se estén utilizando incluso petroleros con dicha finalidad (150 mb en la actualidad, con capacidad potencial para el doble). Con los inventarios a rebosar arrecia aún más la presión a la baja del precio del petróleo a nivel global. Se cree que la capacidad mundial de almacenamiento de petróleo crudo asciende a 6 700 mb, incluyendo el comercial y estratégico. Por razones técnicas, solo el 80 % de esta capacidad nominal es realmente utilizable. Se estima que China tenga 1 500 mb de capacidad de almacenamiento, mientras que EE. UU. tiene unos 1 300 mb. Asumiendo un criterio conservador de 10 mb/d almacenados, la capacidad total de almacenamiento podría completarse a mediados de julio12.
Cuando la demanda de petróleo comience finalmente a recuperarse y según esta se vaya reequilibrando con la oferta, estos altos inventarios ayudarán a mantener bajos los precios del petróleo durante más tiempo. En el futuro previsible, las existencias serán una parte cada vez más importante de la ecuación del mercado del petróleo. Cómo y dónde estas se acumulan y se agotan en los próximos meses será muy importante. De momento, el almacenamiento ya no podrá actuar como mecanismo para absorber el exceso de suministro, el crudo tendrá que permanecer bajo tierra y los cierres de producción tendrán que acelerarse en muchas partes del mundo. Esto también forzará el cumplimiento involuntario de la OPEP+13.
En EE. UU. la producción no convencional, que requiere grandes inversiones que ya se movía en umbrales muy ajustados, ha sufrido un golpe del que no se recuperará en el corto plazo y que limitará su expansión en el medio. El 20 de abril, por una combinación de exceso de producción y de especulación financiera, hicieron su aparición los precios negativos del barril de petróleo WTI en el mercado norteamericano. En concreto, los contratos de futuros para entrega en mayo llegaron a situarse aquel día en menos 37 dólares por barril, frente a los 18,27 dólares en los que llegó a cerrar el viernes anterior (la mayor caída de su historia). Esto ha puesto a las empresas de fracking en el ojo del huracán, pudiendo verse su producción reducida en 2mb/d o más. Las alarmas se han disparado, con importantes consecuencias para los sectores financieros. Cada vez más voces autorizadas avisan que una oleada de quiebras de las empresas fracturadoras desplazaría la tensión a los bancos14.
Según la AIE (figura 5), la recuperación de la demanda en la segunda mitad de 2020 será gradual y en diciembre ésta estará todavía 2,7 mb/d por debajo del año anterior15. El interés tanto de Moscú como de Riad de poner presión en el sector del esquisto norteamericano para dañar al bucle financiero que lo sostiene mantendrá probablemente los precios bajos por bastante tiempo. Esta circunstancia, en un contexto global de contracción económica, favorecerá a los países con menores precios de producción, entre ellos Arabia Saudí, otros países del Golfo y Rusia, que ganarán cuotas de mercado y mayor control sobre este —al menos en el corto plazo—, al concentrarse la producción en menos manos, aunque estas naciones pagarán un alto precio social. El petróleo volverá al centro de los asuntos geopolíticos. China, el mayor importador de crudo del mundo, verá en todo ello un alivio económico en tiempos de recuperación tras la debacle del coronavirus, un impulso a su industria de energía renovable y una necesidad de incrementar su presencia y compromiso en Oriente Medio. Además, es posible que Pekín, Nueva Delhi y Tokio, que concentran — con datos de 2018— más del 30 % de las importaciones netas globales de petróleo16, aprovechen el contexto de sobreproducción, las grandes cantidades almacenadas y la diversificación de la oferta energética para ganar poder en los mercados petrolíferos.
Por su parte, la relación entre Washington y Riad se podrá ver seriamente tensionada en una situación de por sí explosiva en Oriente Medio. Irán podría aprovechar la coyuntura para reducir la presión internacional impulsado por EE. UU. Muchos países de la región, sobre todo los más castigados por los conflictos armados, se enfrentarán a serios retos internos por falta de recursos para abordar las cuestiones sociales. Irak, país clave en los equilibrios geopolíticos regionales, obtiene el 90 % del presupuesto estatal de la industria petrolera. Con los actuales precios no puede cubrir ni el 50 % de los sueldos públicos, además del resto de los gastos del Estado.
En Venezuela, la actual crisis repercute sobre una situación previa de colapso de la producción y de su industria petrolera, sometida a sanciones y con la compañía petrolera nacional PdVSA descapitalizada (financiera y humanamente). En enero de este año, Venezuela produjo 882 000 b/d, la cifra más baja desde 1945 y un 68 % menos que en 2013, cuando Nicolás Maduro llegó a la presidencia. En los últimos meses, la producción ha seguido cayendo en proporciones mayores al resto del mundo. La situación ha obligado al país a vender su crudo con grandes descuentos y a pérdidas: el 17 de abril el precio de la cesta venezolana cerraba a 13 d/b17. Los efectos están siendo pues devastadores en el país, lo que podrían desencadenar un proceso con grandes consecuencias geopolíticas regionales.
En el entorno geopolítico próximo a España, Argelia, Libia y Nigeria son países muy dependientes de los ingresos estatales por la comercialización de los hidrocarburos. Nigeria es uno de los tres países que la Estrategia de Acción Exterior define como país ancla del áfrica subsahariana, porque sus dimensiones económica y demográfica la convierten en motor del desarrollo subregional. El deterioro de la situación económica y de seguridad en dicho país como consecuencia de la caída del precio del petróleo podría repercutir gravemente en una región de enorme importancia para España. Argelia, país vecino, de acusado perfil estratégico y gran productor de hidrocarburos, estaba ya antes de la crisis del coronavirus al borde del estallido social. En Libia, el país con mayores reservas de África y cuya exportación de petróleo supone el 95 % del PIB, el conflicto que el país vive desde 2011 guarda relación directa con la fluctuación en la producción de petróleo18. La caída del precio del petróleo suma pues un serio quebradero de cabeza a una situación ya muy preocupante para la seguridad y estabilidad del Magreb y del Sahel.
La acumulación tanto de los efectos en los países desestabilizados como de los reajustes en las geopolíticas regionales y global a causa del desplome de la demanda de petróleo y la consiguiente caída de su precio, podría ser una segunda derivada de seguridad —en este caso mucho más imprevisible— de la crisis de la industria petrolera producida por la irrupción de la COVID-19.
La caída de la demanda de petróleo por causa directa de la reducción de la actividad humana en respuesta a la amenaza del coronavirus ha producido una crisis sin precedentes en el mercado internacional del petróleo de consecuencias económicas y geopolíticas graves, tan preocupantes como en parte imprevisibles.
Desde finales de la década pasada, los países de la OPEP llevaban impulsando políticas de control de producción para sostener los precios del oro negro. En contraposición, esta circunstancia ha sido aprovechada por el sector no convencional estadounidense para crecer a un ritmo vertiginoso, amenazando los esfuerzos del cartel petrolero. A finales de 2016, Moscú, seriamente presionado por Washington tras las desavenencias de la crisis ucraniana, decidió estrechar sus relaciones con Riad y coordinar con dicha capital sus políticas petroleras. La nueva ambición del Kremlin como gran potencia en Oriente Medio reforzó aún más la dimensión geopolítica de los asuntos energéticos.
Las diferencias entre una OPEP+, sosteniendo los precios del petróleo con recortes de producción, y los EE. UU., Impulsando al sector del fracking para alcanzar y mantener la autosuficiencia en hidrocarburos, estaba creando serias tensiones en un contexto global de sobreproducción de petróleo. Cuando la pandemia del coronavirus produjo un inesperado y brusco colapso de la demanda, los mecanismos que regulan los precios del petróleo saltaron por los aires. Rusia fue el primero en reaccionar y lo hizo contra los EE. UU., Arabia Saudí decidió demostrar que todavía tiene mucho que decir tanto frente a Moscú como a frente a Washington e inundó el mercado con su petróleo. El sector del esquisto estadounidense y los grupos financieros que lo sostienen han encajado un durísimo golpe. Pronto se completarán las capacidades de almacenamiento, presionando aún más a la baja la cotización del oro negro y alargando el tiempo necesario para su recuperación.
Los bajos precios del petróleo van a perjudicar seriamente a los países con gran dependencia de esta materia prima para sostener sus economías y sus presupuestos estatales, algunos de ellos ya muy afectados por situaciones de guerra o inestabilidad.
En el corto y medio plazo, los países con menores costes de producción mejorarán sus cuotas de mercado, favoreciendo tanto a Rusia como a Arabia Saudí, la geopolítica de Oriente Medio se podrá ver seriamente afectada y en el orden global se agudizará la rivalidad entre las grandes potencias. El petróleo está recuperando protagonismo geopolítico y la seguridad internacional se está viendo comprometida. La necesidad de un gran acuerdo global de los principales productores de petróleo liderado por la AIE se hace cada vez más evidente.
José Pardo de Santayana
Coronel de Artillería DEM Coordinador de Investigación del IEEE
Bibliografía y notas al pie:
1-Global Energy Review 2020. The impacts of the COVID-19 crisis on global energy demand and CO2 emission, Agencia Internacional de la Energía, 30 de abril de 2020.
2-GOULD, Tim, ATKINSON, Neil. “The oil world has seen many shocks over the years, but none has hit the industry with quite the ferocity we are witnessing today”, Agencia Internacional de la Energía, 1 de abril de 2020.
3-LADISLAW, Sarah. “The United States Needs an Energy Industrial Strategy, and Everybody Knows It”, CSIS, 5 de mayo de 2020.
4-GOULD, Tim, ATKINSON, Neil. “The oil world has seen many shocks over the years, but none has hit the industry with quite the ferocity we are witnessing today”, Agencia Internacional de la Energía, 1 de abril de 2020.
5-World Energy Outlook 2019, resumen ejecutivo, p.2.
6-FATTOUH, Bassam, ECONOMOU, Andreas. “Oil Supply Shock in time of the Coronavirus”, Oxford Institute for Energy Studies, 30 de marzo de 2020.
7-ESCRIBANO, Gonzalo, LÁZARO TOUZA, Lara. Energía, clima y coronavirus, 27 de marzo de 2020.
8-Íbidem.
9-LADISLAW, Sarah, CAHILL, Ben. “Is the Oil Market Crisis Over? Not at All”, CSIS, 3 de abril de 2020.
10-Oil Market Report, AIE, abril de 2020. Disponible en: https://www.iea.org/reports/oil-market-report-april- 2020
11-CAHILL, Ben. “The Oil Inventory Challenge”, CSIS, 20 de abril de 2020.
12-Ibídem.
13-FATTOUH, Bassam, IMSIROVIC, Adi. “Oil Benchmarks Under Stress”, Oxford Institute for Energy Studies, 28 de abril de 2020.
14-FARIZA, Ignacio. “La Gran Reclusión dinamita el mercado petrolero”, El País, 26 de abril de 2020.
15-“Oil Market Report”, AIE, abril de 2020. Disponible en: https://www.iea.org/reports/oil-market-report- april-2020
16-BP Statistical Review of World Energy 2019.
17-ESCRIBANO, Gonzalo. “Energía y COVID-19 en América Latina: un impacto heterogéneo por sectores y países”, ARI 55/2020, Real Instituto Elcano, 27 de abril de 2020.
18-SUÑER MARZARI, Ricard. La guerra en Libia y los recursos petrolíferos: ¿Orden dentro del caos?, documento de opinión 41/2020 IEEE, 28 de abril de 2020. Disponible en: http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_opinion/2020/DIEEEO41_2020RICSUN_Libia.pdf