Mustafa al-Kazemi se encargará de formar gobierno en Irak

Irak parece haber entrado en bucle. Desde la dimisión del primer ministro Adel Abdul Mahdi a finales del mes de noviembre del año pasado, el país no es capaz de encontrar un mínimo de estabilidad política. Hace poco más de un mes, Mohammed Tawfiq Allaui, el que era entonces el responsable de formar un gabinete de gobierno, renunció a su cargo después de que el Parlamento del país no le brindase su confianza.
Este jueves, distintos protagonistas, pero la misma historia. Adnan al-Zurfi -que, precisamente, fue designado por el presidente Barham Saleh tras el fracaso de Allaui- no fue capaz de ganarse el apoyo del Consejo de Representantes, la Cámara Baja del legislativo iraquí. Se encontró, fundamentalmente, con la oposición de los grupos políticos de mayoría chií.
Como no podía ser de otra manera, Al-Zurfi también renunció. “Mi decisión de no proceder a mi nominación responde a la preservación de Irak y sus intereses superiores”, declaró poco después. En su cuenta personal de Twitter, el excandidato apuntó a que había “razones internas y externas” que le habían llevado a tomar esa determinación. Esta frase se ha interpretado como una dura crítica a la política de bloqueo puesta en práctica por los chiíes, ya denunciada en su momento por Allaui.
Tras la renuncia de Al-Zurfi, el presidente Saleh se ha visto en la obligación de encomendar la tarea a otra persona, la tercera que intentará tomar las riendas de la vida política iraquí en menos de medio año. Se trata de Mustafa al-Kazemi, que, hasta el momento, se ha desempeñado como director del Servicio de Inteligencia Iraquí (IIS, por sus siglas en inglés).
En razón del cargo que ha venido detentando, Al-Kazemi conoce bastante bien los entresijos del complejo panorama político iraquí, basado, en muchas ocasiones, en las lealtades de carácter étnico religioso y en pactos bajo mano. Su figura es vista como un perfil más bien técnico, alguien que ha conseguido ser apolítico en medio de un mar de sectarismo y que, en teoría, podría ganarse la confianza tanto de suníes como de chiíes.
Sin embargo, una impresión parecida se tenía de Al-Zurfi, su predecesor, y el resultado no ha sido nada satisfactorio. Al-Kazemi tendrá que pelear muy duro si quiere obtener los apoyos necesarios para formar un gabinete estable y duradero. Dispone para ello de un plazo de treinta días antes de la votación en sede parlamentaria. En principio, cuenta con el respaldo de la Coalición de Fuerzas Iraquíes, el bloque más grande del ala suní, y algunos partidos chiíes, como Fatah y el conglomerado Estado y Ley del ex primer ministro Nouri al-Maliki, según informa el diario Middle East Eye.

Cabe recordar que, actualmente, quien sigue a cargo del Ejecutivo es, en teoría, Mahdi. A pesar de que dimitió el año pasado, la incapacidad de sus sucesores para asentarse en el puesto de primer ministro ha provocado que deba seguir ejerciendo como tal en funciones.
Este vacío de poder no es el único problema de inestabilidad política que atraviesa Irak. Precisamente, la falta de liderazgo en Bagdad ha originado que la actividad de una miríada de grupos armados haya aumentado considerablemente a lo largo de los últimos meses en diferentes zonas del territorio.
Por una parte, la amenaza de Daesh continúa siendo muy real. A pesar de que gran parte de su infraestructura fuera destruida, mantiene unidades de combate con capacidad de cometer atentados terroristas. Además, el descontrol iraquí está permitiendo a la organización terrorista recobrar una parte de su base territorial perdida, así como su capacidad de reclutamiento y transmisión de propaganda.
Por otra parte, diversas milicias chiíes, como Kata’ib Hizbulá, asociada al grupo libanés homónimo, o las Fuerzas de Movilización Popular (PMF, por sus siglas en inglés), en conexión directa con el régimen de Teherán, campan a sus anchas y continúan ganando influencia en la geografía iraquí.
De fondo, la crisis económica y social en que está sumido el país continúa haciendo mella en la población. Las protestas de los ciudadanos -que, de hecho, propiciaron la dimisión de Mahdi- no se detienen. Es más: son azuzadas por voces prominentes de la esfera pública, como el influyente ayatolá Ali al-Sistani, una de las figuras más destacadas de le jerarquía religiosa chií de Irak.
Independientemente del provecha que intenten sacar los clérigos chiíes de estas circunstancias, lo cierto es que el rechazo a la clase política es generalizado entre amplios sectores de la población, especialmente entre los jóvenes. Muchos de ellos ya han regresado a las calles con pancartas en las que aparece tachada la cara del recién nominado Al-Kazemi.