Más de 850.000 refugiados rohingya están confinados en los campamentos de Cox’s Bazar, donde las mujeres y las personas mayores son las más vulnerables

El coronavirus en los campos de refugiados de Cox’s Bazar

photo_camera PHOTO/AFP - El Ejército de Myanmar lanzó una feroz campaña contra su población musulmana rohingya en 2017; unos 740.000 se refugiaron en la vecina Bangladesh

Si algo hemos aprendido durante las últimas semanas es que el coronavirus no afecta a todo el mundo por igual. Desde el pasado nueve de abril, más de 850.000 refugiados de la etnia rohingya han vivido bajo un completo aislamiento impuesto con el objetivo de reducir el impacto de esta enfermedad en los superpoblados campos de refugiados. En este contexto, al menos 24 voluntarias rohingya están trabajando junto a ONU Mujeres para concienciar sobre la importancia de protegerse ante el coronavirus. 

ACNUR ha indicado, a través de un comunicado oficial que, según los últimos datos, en estos momentos hay alrededor de 859.161 refugiados rohingya en Bangladesh, la mayoría de ellos mujeres y niñas. El coronavirus ha acabado con la vida de más de 100 personas en el país y otras 3.000 están luchando para superar una enfermedad, que ha provocado la muerte de más de 170.000 personas en todo el mundo. “Para prevenir esta enfermedad, necesitamos crear más conciencia sobre la limpieza personal, el lavado de manos y lo que se debe y no se debe hacer cuando uno está enfermo”, ha explicado Mobina Khatun, voluntaria de ONU Mujeres. 

Mobina Khatun ha mostrado su preocupación sobre el impacto que pueda tener esta enfermedad en los hogares encabezados por mujeres. “Si la madre se ve afectada, entonces todos sus hijos son vulnerables”, ha alertado. Y todo ello en un contexto en el que no solo tienen que enfrentarse al coronavirus, sino que tienen que lidiar con otros problemas como la inseguridad alimentaria o las dificultades para acceder a atención médica. “Tenemos miedo porque no tenemos nada. Como vivimos en una zona superpoblada, si hay un acceso limitado al tratamiento médico y el virus viene aquí, todos moriremos. Por lo tanto, necesitamos suficientes materiales de higiene como jabón y mascarillas, junto con personal sanitario, como médicos o enfermeras”, ha destacado a ACNUR. 

En este escenario también hay que tener en cuenta la mayor exposición que tienes las mujeres a distintos tipos de violencia. Según ACNUR, las estimaciones mundiales muestran que, en los entornos de crisis, más del 70% de las mujeres sufren violencia de género. Ante esta situación, varias voluntarias han decidido colaborar con ONU Mujeres para contrarrestar “los riesgos y barreras de género” para las mujeres y niñas en Cox's Bazar. “La pandemia ha hecho más difícil la vida en los campamentos. Los precios de los alimentos han aumentado y hay escasez de existencias debido a las restricciones impuestas al transporte y a la circulación”, explica Nurussafa, otra de las voluntarias de ONU Mujeres.

Principales poblaciones de los campos de refugiados Rohingya en Bangladesh, a partir de diciembre de 2019
Falta de información básica

Por su parte, varias organizaciones internacionales han denunciado que la información básica sobre los síntomas de esta enfermedad y las medidas para prevenir su propagación “no está llegando” a gran parte de los refugiados rohingya que viven en estos campamentos. Asimismo, han incidido en la importancia de controlar a las personas mayores, ya que son las que más están sufriendo a nivel mundial las consecuencias de este virus. 

El director adjunto de respuesta a las crisis para cuestiones temáticas de Amnistía Internacional, Matt Wells, ha asegurado durante los últimos meses que “en el mejor de los casos, las organizaciones humanitarias luchan o no logran satisfacer las necesidades específicas de las personas mayores en los campamentos de refugiados y desplazados. La repetición de este mismo error en medio de la pandemia de la COVID-19 pone a las mujeres y personas mayores en peligro inminente, y algunos de ellos ni siquiera reciben la información más básica sobre lo que está sucediendo y sobre la mejor manera de mantenerse a salvo”.

En junio de 2019, Amnistía Internacional publicó un informe sobre el impacto del denominado genocidio rohingya y las consecuencias que tenía para las personas mayores el tener que vivir como desplazados. Con la llegada del coronavirus, los errores cometidos hacen más de un año han vuelto a ponerse de manifiesto. “Antes de que se prohibieran las grandes reuniones y se ordenaran medidas preventivas como el distanciamiento social, se celebraron algunas reuniones informativas en los campamentos, pero muchas personas mayores no fueron informadas”, han alertado desde Amnistía Internacional. “Tengo mucho miedo, porque si el virus llega al campamento, nadie estará vivo, ya que aquí hay mucha gente viviendo en un lugar muy pequeño”, ha dicho Hotiza, una mujer de unos 85 años a esta misma organización. 

“Las personas mayores desplazadas se enfrentan a una combinación devastadora: son el grupo de mayor riesgo de la COVID-19, y también son el grupo menos incluido en la respuesta humanitaria. Su invisibilidad debe terminar ahora. Los gobiernos, los donantes y las organizaciones humanitarias deben situar a las personas de edad en el centro de su planificación y respuesta, para reducir al mínimo las consecuencias mortales de esta pandemia mundial”, ha advertido Matt Wells. 

Niños rohingya reclaman sus derechos de ciudadanía en el campamento de refugiados de Unchiprang en Bangladesh
Rohingya, una etnia perseguida y olvidada 

“El de la locura y el de la cordura son dos países limítrofes, de fronteras tan imperceptibles, que nunca puedes saber con seguridad si te encuentras en el territorio de la una o en el territorio de la otra”, advirtió en alguna que otra ocasión el poeta Arturo Graf, sin saber que esta frase bien podría describir el futuro de los rohingya. La historia de esta etnia olvidada y perseguida ha tenido como escenario durante los últimos años el estado de Myanmar de Rakhine o Rajine (conocido por los rohingya como Arakan).  Este lugar –que ocupa una franja costera de más de 500 kilómetros de distancia y que se extiende a lo largo del golfo de Bengala—ha sido testigo de algunas de las violaciones de derechos humanos más crueles y sangrientas de la historia.  

Sin embargo, los rohingya han sido obligados a abandonar su tierra y a vivir en los campamentos de refugiados habilitados en la ciudad de Cox’s Bazar, en la costa oeste de Bangladesh. La historia de esta etnia cambió por completo en 2017, aunque la persecución a los rohingya existía desde la etapa del colonialismo e incluso antes. El periodista y escritor Alberto Masegosa, explica en su libro ‘Rohinyá: El drama de los innombrables y la leyenda de Aung San Suu Kyi’, que el colonialismo fue la llama que encendió la llama del genocidio Rohingya. “Durante la segunda mitad del siglo XX; los británicos comenzaron a trasladar a Myanmar a grupos de población del subcontinente indio”, algunos de ellos de creencias islámicas, en un país predominantemente budista.  

El concepto de persecución a esta etnia adquirió otro nivel después de que en el verano de 2017 el denominado Ejército de Salvación Rohinyá de Arakán atacara al menos 30 puestos militares. La respuesta fue –citando al autor mencionado anteriormente –“un castigo colectivo al pueblo Rohingya”. “Las atrocidades perpetradas en las semanas posteriores al ataque del 25 de agosto de 2017 compartieron estrategia con la Alemania nazi”, lamenta el escritor.  Este ataque acabó con la vida de miles y miles de personas y obligó a otras tantas a convertirse en refugiados.  Tres años más tarde, el coronavirus ha vuelto a poner en peligro a una etnia que, desde su aparición, ha sido castigada y perseguida, por el simple hecho de tener una creencia religiosa diferente a la establecida, y condenada, por ello, a vivir en el exilio y lejos de la tierra que los vio nacer. 

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