Tánger vive un mediodía esplendoroso de luz y bullicio. El mercurio asciende a los 25 grados y los vecinos de la ciudad del Estrecho siguen su trajín. En los periódicos marroquíes el coronavirus copa las portadas: ¿llegará la epidemia a Marruecos? ¿Cómo afectará a la economía de Marruecos la crisis del coronavirus? ¿Está la sanidad pública marroquí preparada para lo que puede llegar? Por el momento, apenas seis o siete casos confirmados. El vecindario tangerino que deambula por el bulevar Pasteur o los veladores del Gran Café de París, con la vista de los montes de Tarifa al fondo, no acaba de creérselo. Las callejuelas de la decadente, pejagosa y bella medina siguen concurridas y animadas en esta tarde de jueves.
16.30. Tras una mañana de gestiones y una larga entrevista con la amable directora de la Cámara Española de Comercio e Industria de Tánger, y de planes de trabajo para el resto de la semana, con visitas a la Zona Franca, Rabat y Arcila incluidas, decido buscar un garito en la medina para comer algo de la tierra y reponer fuerzas. Se ha suspendido Agroindustria 2020, pero la agenda de eventos y encuentros hispanomarroquíes para los próximos meses está cargada. El modesto restaurante que me han recomendado está completamente vacío. Quizás es la hora y tal vez es que el coronavirus ha empezado a afectar al turismo. Estoy confinado en un salón lleno de terciopelo, escenas orientalistas y rodeado de brochetas y un tayín de cordero con ciruelas. Tal vez premonitorio. Sigo pendiente de la actualidad española y hablo con amigos y familia a través del teléfono mientras doy cuenta del postre.

19.30. Después de un rato desconectado de las redes en el que aprovecho para leer los periódicos del día en un café del centro de la ciudad, el Internet de un centro comercial cercano al hotel –a cuyo wifi me había enganchado en la víspera- me alerta de la llegada de 70 mensajes a Whatsapp y Messenger. Apenas atino a ver frases como “¿Qué vas a hacer?” o el aviso de llamadas perdidas. Y una catarata de notas de voz me espera. Algo ha pasado. Marruecos ha cerrado las conexiones marítimas y aéreas con España. En presente. Rastreo las noticias en francés y español que han llegado a mi celular y no atino a encontrar la hora en la que la medida entra en vigor. Parece que ya. En los artículos que me llegan se dice que el rey de Marruecos, Mohamed VI, ha consultado con las autoridades españolas –si no recuerdo mal, se dice que el alauita ha estado en contacto directo con el monarca español- una decisión que parece ya consumada a esta hora: cierre de fronteras para tratar de contener la llegada del coronavirus. Entonces ¿podré salir del país? Si no puedo hacerlo, ¿marcho a Rabat? ¿Me quedo en casa de algún amigo? ¿Debo hacerlo sabiendo que llego de Madrid y que tienen niños pequeños? ¿Cuánto durará el cierre de fronteras? Dudas, dudas y más dudas. Estamos ante un escenario inédito. Nadie sabe nada con certeza.
20.30. Después de media hora en la puerta del moderno centro comercial tangerino respondiendo mensajes aquí y allá y pensando en qué hacer –quedarme en el país, buscar una conexión aérea con un tercer Estado, no darme por vencido e intentarlo en el puerto de Tánger, llamar al teléfono de emergencias consulares, marchar a la capital de Marruecos…- llego al hotel. Me sorprende la llegada de viajeros. Rostros españoles y escandinavos. Llegan, no se van. En una de las conversaciones abiertas en mi teléfono me entero de que una compañera de mis clases de árabe clásico en Madrid, María, está en la ciudad acompañada por una amiga. Llegaron esta misma mañana en el vuelo de Ryanair desde Madrid. María y Silvia llevan apenas ocho horas en Marruecos (yo llevo un poco más en la ciudad: veinticuatro horas largas). Era su primera vez en Tánger. Están confundidas por lo que pasa y quedamos en vernos para decidir qué hacer mientras cenamos.

21.00. Ceuta y Melilla. Amigos de la profesión residentes en Marruecos y también conocidos de la administración española en Marruecos me avisan de que no hay ya manera en que en lo que queda de jueves parta ferry alguno rumbo a Tarifa ni despegue ningún avión con destino a nuestro país. Pero tengo una posibilidad: salir de Marruecos vía alguna de las dos ciudades autónomas españolas en suelo norteafricano, Ceuta y Melilla. En mi caso –en nuestro caso, porque María y Silvia se encomiendan a la experiencia de este cura en terrenos magrebíes- sería Ceuta, que queda apenas a 77 kilómetros de la antigua ciudad internacional. Aunque la ruta costera –recuerdo de otras veces- es sinuosa y está mal iluminada. Se pasa por el mamotreto de Tanger Med y la localidad de Ksar Sghir.
22.00. Minicumbre en la medina. María, Silvia y este periodista nos damos cita en un bar de la medina donde decidimos qué hacer. Hay que tomar una decisión, pero convenimos que con la cabeza fría. ¿Volar a Madrid vía Portugal? ¿Llegar a España con escala en Francia? A mitad de la cena, a eso de las 23.00, me da por preguntar a los amables empleados si hay una conexión de Internet abierta. Tal como están las cosas conviene estar pendientes. Sí que la hay, así que me conecto. Nueva cascada de mensajes. Más noticias. Sí, las fronteras marroquíes de El Tarajal y de Beni Enzar, junto a Ceuta y Melilla, también serán cerradas. Rabat echará el cierre a la valla a las seis de la madrugada. A correr al hotel. Hay que hacer rápidamente la maleta –he comprado revistas de actualidad, periódicos y libros- y seguir pendiente al aparato porque las cosas cambian cada minuto. Si no es un bulo y la frontera ya está cerrada, hay tiempo, aunque no demasiado. Coincidimos en el establecimiento con un grupo de turistas españolas que disfruta sin prisas de pescado y vino: su agencia de viajes les ha cambiado la ruta y saldrán en las próximas horas de Marruecos vía Francia. A nosotros se nos atraganta el tayín.
00.30. En el hotel me advierten de que acudir a la antigua estación de autobuses de Tánger –donde se encuentra la explanada de los grandes taxis, que hacen el servicio de transporte público entre ciudades- es una pérdida de tiempo. A esta hora no habrá allí ninguno de los peculiares Mercedes 240 de los años 60 y 70 esperando para que nos lleve a Ceuta, como yo había previsto. Pido entonces al hotel que me busque a un taxista de guardia para ya. No queda otra.
01.00. El taxista que me ofrece el hotel se aprovecha de la circunstancia y me pide más por la carrera a Ceuta que por un pasaje en avión a Madrid. No hay que perder el músculo de la negociación con los marroquíes ni en estas circunstancias. Llegamos finalmente a un trato. El taxista llega pasada una media hora y, tras recoger a mis compañeras de salida precipitada hacia no sabemos dónde en el bulevar Pasteur, ponemos rumbo a Ceuta. Tánger es a esa hora una ciudad fantasma, con excepción hecha de pedigüeños con aspecto de drogados que piden dinero al conductor y a los viajeros y alguna epicerie abierta. Está claro que el coronavirus no es una preocupación para algunos en la ciudad portuaria.

03.30. Llegamos a la frontera entre Marruecos y España del Tarajal. Poca gente en la ruta y poca gente también en el entorno. Hay un grupo de jóvenes que hace fotos, también varios grandes taxis y una decena de mujeres con aspecto de porteadoras –tenía entendido que el contrabando estaba suspendido- sentadas en un poyete esperando el amanecer. El taxista sale del coche sin mediar palabra y pregunta a los policías si vamos a poder entrar, no sin antes tratar de subirnos diez euros más el precio pactado de la carrera. Parece que sí. Pasamos mostrando nuestros pasaportes el primer control. También nos da el visto bueno el segundo policía marroquí. “¿A qué hora cerráis?” “A las seis”, me responde en castellano uno de los jóvenes agentes. Por un lado, la ruta para los vehículos y, por otro, el pasillo de los peatones. Hay una garita con la luz encendida y un agente marroquí nos pide los pasaportes. En el caso de María y Silvia, les toca acercarse a otra garita para que les fotocopien nosequé página porque son de los nuevos. Vamos y volvemos con las hojitas esperando que no se trate de algún otro problema peor. No sabemos los horarios de salida de los barcos para suelo ibérico y pensamos en alcanzar alguna pensión en el centro de la ciudad donde descansar un rato. Parece que no, el funcionario local se despide de nosotros con una sonrisa. Ya estamos saliendo de suelo marroquí.

4.00. Tras arrastrar mi sufridita maleta por la ‘zona de nadie’, llegamos a la frontera española. Una bandera nacional ondea en la oscuridad y un cartel con las siglas UE sobre un fondo azul estrellado. Nos reciben primero tres sonrientes agentes –todos andaluces- de la Policía Nacional con buen humor y buen rollo, y con ese punto de superioridad a la hora de referirse a nuestros vecinos del sur. Nunca he visto a los agentes de la policía tan parlanchines como en esta frontera. Aprovechamos para preguntarles por los pormenores de lo ocurrido. “Nosotros no vamos a cerrar esta frontera. Si quieren cerrar la suya, que lo hagan. Si hay marroquíes que quieren salir de España para entrar a su país, nosotros no vamos a impedírselo”, me cuenta uno. “Nos hemos enterado de lo que pasaba esta misma tarde, no teníamos ni idea, nuestros jefes no sabían nada, ha sido una sorpresa”, nos relata otro. Al parecer se produjo alguna cola a medianoche. Sin duda debe de haber decenas, quizás centenares, de españoles en lugares distantes de Marruecos –Fez, Marrakech, el desierto- a los que no les habrá dado tiempo a llegar a este punto.
Nos vamos adentrando por suelo ceutí y pasamos a la altura de un grupo de guardias civiles de charleta que no nos hace ni caso. Hemos cruzado solos con excepción de un par de hombres de mediana edad que corre entre control y control. Un par de taxis, taxistas con nítido acento caballa, esperan a gente como nosotros. Nos informan de que a las seis de la mañana sale el primer barco para la Península y de que no hay sitio abierto mejor que la cafetería y la taquilla de la estación para resguardarse a esa hora. También nos advierten de que quizás no queden ya plazas disponibles porque hay gente allí desde las doce de la noche.
5.00. Llegamos a la estación marítima de Ceuta. Un centenar de personas toma café junto a la oficinita donde se venden los pasajes. Predomina a ratos el árabe marroquí sobre el español en las conversaciones. El monotema en cada tertulia. A eso de las cinco abren el hall principal de la estación y todo el mundo sale disparado. Hay que hacer cola para canjear la hoja que nos han dado al pagar por el billete propiamente dicho. Hay momentos de confusión y bronca en la cola; parece que hay quien se ha saltado su turno. Un agente de la Policía Local pone orden y asegura a todo el mundo que hay plazas para todos en el ferry. Hay buen rollo y la gente felicita al policía y a la taquillera por su rapidez. "Te vamos a contratar para el Mercadona de mi barrio para estos días del coronavirus porque los pones firmes", bromea un señor delante de mí en la cola.
6.30. Cargado de gente (turistas, mochileros, españoles de orígenes magrebíes...), el barco de Baleària parte con una media hora de retraso rumbo a Algeciras. Hemos salido del único territorio autónomo español sin coronavirus, pero desde luego que si el bichito ha estado rápido, el cansancio y la aglomeración de gente en la cafetería de la estación, el propio barco y los aseos -aún hay letrinas en los baños de la estación marítima de Ceuta- se lo han puesto a huevo (al cierre de este texto me entero de que la ciudad autónoma registra su primer caso). Hora y media de travesía para alcanzar la ciudad gaditana. El sueño y la tensión me pueden y, a pesar del frío que hace en el buque, duermo un rato. Llevo encima la chaqueta que me había traído para las entrevistas y un abrigo largo.

8.00. Llegamos por fin a la estación Paco de Lucía de Algeciras. Por suerte, la estación de autobuses está cerca y vamos andandito todos vamos al mismo sitio. En el camino pasamos por el edificio del Consulado de Marruecos en Algeciras y por un par de bares con los rótulos en árabe. “Pues Algeciras se parece mucho a Tánger”, apunta María. En efecto, el sueño que nos invade y el paisaje portuario de la ciudad andaluza se parece mucho a lo que hemos dejado atrás. Confusiones fronterizas. Buscamos el primer autobús para Sevilla y Jerez de la Frontera. El café en vaso y la tostá con manteca colorá nos saben a gloria.
9.30. Parte nuestro autobús. Leemos las noticias y nos enteramos de que, en efecto, Marruecos ha cerrado las fronteras de Ceuta y Melilla a eso de las seis de la mañana. No hay manera ya de salir. No quieren que el coronavirus –apenas una decena de casos a esta hora del viernes confirmados en el país magrebí- se convierta en una tragedia y han tomado el toro por los cuernos. Van en serio. Más 'feed' procedente del Tarajal: ya hay varios españoles que se han quedado varados en la frontera sin poder cruzar una vez efectuado el cierre. También un grupo de marroquíes que se encontraba en España se ha quedado sin poder acceder a su país. Durante el camino continúa el flujo informativo: Marruecos será flexible y dejará que los turistas españoles atrapados salgan durante la jornada del viernes. Además, la Embajada española en Rabat avisa de que los ciudadanos de nuestro país que siguen varados en otras partes del país podrán regresar en las próximas horas gracias a la colaboración con Marruecos. Nuestra pequeña odisea fronteriza ha concluido al llegar a nuestros destinos. Entretanto, en España la crisis del coronavirus está alcanzando su clímax. Marruecos no quiere ni pensar en lo que les puede ocurrir en las próximas semanas.