El reciente encuentro en Teherán entre el presidente de la República Islámica de Irán, Hasán Rohaní y el alto representante para Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión Europea, el español Josep Borrell, se produce cuando la Agencia Espacial iraní ISA, (Iranian Space Agency) está en plena cuenta atrás para emplazar en el espacio una pareja de pequeños satélites de observación.
Aunque el secretismo envuelve el despegue y sus principales características, se sabe que las autoridades persas van a inaugurar el mes de febrero del año en curso con el lanzamiento al espacio de dos satélites de observación de la Tierra de nombre Zafar. No obstante, no es de descartar que finalmente sobrevuele al cosmos un único satélite.
El ministro de Información y Tecnología de las Comunicaciones, Mohammad Javad Azari Jahromi, ha confirmado que se trata de ingenios diseñados y construidos por la Universidad de Ciencia y Tecnología de Irán y que serán puestos en órbita desde el centro espacial Imán Jomeini, en el norte del país, “a finales de la presente semana”.

Según la escasa información facilitada por el presidente de la ISA, el profesor Morteza Babari, cada uno de ellos tiene un peso al despegue de 113 kilos y los dos están equipados con varias cámaras de alta resolución, que podrían ser inferiores a los dos metros. Según fuentes oficiales, “la diferencia entre el Zafar 1 y el Zafar 2 radica en que el primero está equipado con cámaras monocromáticas (en blanco y negro) y el segundo con multiespectrales o de color”.
Su finalidad es obtener imágenes del territorio nacional para supervisar los recursos naturales de la nación, contribuir a una mejor explotación agrícola y velar por el medio ambiente. Pero es evidente que los sensores a bordo también captaran imágenes de los países de su máximo interés, entre ellos Israel, Arabia Saudí y las naciones de su entorno.

La ISA tampoco ha hecho pública la fecha ni la hora del despegue, ni siquiera el vector de lanzamiento. Pero lo más probable es que sea un cohete Simorgh, ‒también conocido como Safir-2‒, un nuevo y potente vector de 87 toneladas al despegue. Con tres etapas de propulsión, 25 metros de altura y cinco metros de diámetro, es el fruto de la cooperación entre Irán y Corea del Norte. El Simorgh está en disposición de colocar a los satélites Zafir en una órbita a 500 kilómetros sobre la superficie de la Tierra, por lo que orbitarán el planeta 16 veces cada 24 horas.
Con una extensión de tres veces la de España y una población cercana a los 85 millones de habitantes, las autoridades del enorme y superpoblado país de Oriente Medio acometen desde hace algo menos de dos décadas un muy importante esfuerzo tecnológico y económico para conseguir hacer de su país una potencia espacial a escala mundial. Y van camino de conseguirlo.

Primera nación de confesión musulmana de Oriente Medio en contar con un avanzado programa espacial, Irán ha desarrollado y construido con tecnología propia una gama de vehículos espaciales, aunque con aportaciones significativas de terceros países, principalmente de Rusia y Corea del Norte.
Irán ocupa la novena posición entre las potencias que han logrado poner en órbita desde su propio territorio nacional satélites fabricados por ingenieros nacionales. A ello ha contribuido el hecho de que cuenta con su propia Agencia Espacial, que fue creada el 28 de febrero de 2002 bajo la presidencia del ayatolá Mohammad Jatamí.
Desde entonces, bajo el impulso de la ISA se han enviado al espacio desde territorio iraní decenas de cohetes y se han lanzado al espacio con distinto resultado cerca de una decena de pequeños satélites de comunicaciones y de observación de entre 50 y poco más de un centenar de kilos.
Las autoridades iraníes han manifestado en diversas ocasiones sus planes de lanzar un hombre al espacio, cuyo vuelo inaugural programaron para 2020. Los primeros pasos se dieron entre 2010 y 2013 y consistieron en lanzar cuatro cohetes con seres vivos en su interior, de los que tres ellos se saldaron con éxito y otro en fracaso.
Fue en febrero 2010 cuando un cohete Kavoshgar de fabricación domestica logró situar una cápsula por encima de los 100 kilómetros, con dos tortugas, un roedor y centenares de gusanos a bordo. La ISA dio en septiembre de 2011 un nuevo salto adelante y en esta ocasión utilizó un simio, que falleció durante la misión.

Tras las oportunas mejoras en la capsula habitable y habilitadas nuevas versiones del lanzador Kavoshgar, en 2013 hubo dos nuevos intentos con monos, que rebasaron los 120 kilómetros de altura y fueron un éxito. Fue un intento de demostrar que la tecnología persa estaba en condiciones de emular los logros de la NASA norteamericana entre finales de 1948 y la década de los 50.
Sin embargo, una vez conseguida la repercusión a escala nacional que se deseaba, la ISA ha dejado aparcado su programa de ensayos espaciales con criaturas vivas por razón de sus altos costes, escasos retornos económicos y dificultades extremas para convertir sus experiencias en vuelos tripulados con humanos.
Y ello a pesar de que la ISA mostró en 2015 la maqueta de una cápsula espacial tripulada, de la que informaron que sus características eran de 1,8 toneladas de peso, 1,85 metros de diámetro y 2,3 de altura, lo suficiente albergar entre uno y tres astronautas. Pero los citados planes han quedado superados por la realidad. A diferencia de Estados Unidos, Rusia, China, Japón o India, Irán está muy lejos de contar con la tecnología necesaria para poner a punto potentes cohetes con capacidad para lograr el empuje necesario para llevar seres humanos a la órbita.
El interés de Teherán por el ámbito espacial se remonta a la época del sha Mohammad Reza Pahlaví, cuando el país fue una de las 29 naciones que en 1958 formalizaron la creación de la Comisión de las Naciones Unidas para el Uso Pacífico del Espacio Ultraterrestre (COPUOS).
El primer satélite iraní fue el Sinah-1, fabricado en Rusia y lanzado en 2005 desde el cosmódromo de Plesetsk por un cohete también ruso. Pero Irán no se convirtió oficialmente en una nación con capacidad de acceso autónomo al espacio hasta el 2 de febrero de 2009, cuando puso en órbita desde su propio territorio el pequeño satélite de comunicaciones Omid (27 kilos) mediante su lanzador Safir de fabricación nacional. Le siguió en junio de 2011 la plataforma de observación Rasad-1 de tan solo 15,3 kilos. Los siguientes fueron los de observación Navid (febrero de 2012) y Fajr (febrero de 2015), de 50 y 52 kilos, respectivamente.
El pasado año 2019 fue el año ‘horribilis’ del programa espacial del Estado persa. En enero fue lanzado al espacio el satélite de observación Payam (90 kilos) en el interior del cohete Simorgh, con el objetivo “de recopilar información medioambiental”, según la Agencia. Sin embargo, problemas técnicos durante el vuelo malograron que el ingenio pudiera alcanzar su órbita. En febrero el lanzador que portaba al satélite Doosti explotó en la propia rampa de lanzamiento y en agosto falló la puesta en órbita de la plataforma de comunicaciones Nahid.
A pesar de los contratiempos, la voluntad de las autoridades persas y de los responsables de la ISA está volcada en conseguir una absoluta capacidad autónoma para acceder al espacio, lo que supone desarrollar lanzadores cada vez más potentes. Para trazar el camino, en los últimos años ya ha surgido un tejido de institutos de investigación, universidades y empresas que centran su actividad en estudios, diseño, desarrollo y fabricación tanto de lanzadores como de satélites.

No obstante, en Estados Unidos e Israel se considera que el programa espacial de Teherán es una vía para desarrollar en paralelo tecnologías que puedan volcarse en aplicaciones militares, principalmente misiles balísticos de medio y largo alcance.