Marruecos, un país donde modernidad y conservadurismo se ignoran

Paco Soto

Pie de foto: Unos jóvenes marroquíes se besan en pleno centro de Rabat para protestar por la detención de una pareja/Efe.

Marruecos es un país en plena transformación económica, social y política. En los últimos años, el país ha experimentado un crecimiento económico notable, ha surgido una nueva clase media urbana, muchas ciudades se han renovado extraordinariamente y las infraestructuras (carreteras, autopistas, ferrocarriles y puertos) se han modernizado. Marruecos, en 2016, es un país más desarrollado y moderno que hace 15 o 20 años. El nivel de vida de la población ha aumentado, ha disminuido el analfabetismo y ha mejorado la educación.

Pero el país norteafricano sigue teniendo grandes y graves problemas de orden político, económico, social, educativo, sanitario y cultural. Marruecos, con cerca de 10 millones de ciudadanos analfabetos (de un total de 38 millones de habitantes), se encuentra entre los países a la cola del mundo árabe en cuanto a porcentaje de población incapaz de leer y escribir. Las desigualdades sociales son escandalosas y en muchas zonas rurales la población vive en la miseria. Miles de menores de edad trabajan en condiciones infrahumanas en todo el país. El chabolismo ha disminuido pero sigue siendo un problema en las grandes ciudades.

La población marroquí es joven, con un 38% de menores de 14 años, y la esperanza de vida al nacer ha aumentado de 65 años en 1980 a 68,5 en 2004. El país ha realizado grandes progresos en el control de enfermedades infantiles prevenibles, pero las desigualdades en materia de salud siguen siendo un grave problema. Según el Índice de Desarrollo Humano (IDH) elaborado por la ONU en 2014, Marruecos ocupa el lugar 129, sobre un total de 187 países analizados. La corrupción es un mal endémico. El país se sitúa en el puesto 88 del ranking de percepción de corrupción formado por 167 estados y elaborado por la ONG Transparency International (TI). Marruecos evoluciona, sí, pero lo hace con dificultades y grandes contradicciones. Es un país de contrastes donde modernidad y tradicionalismo y conservadurismo se ignoran olímpicamente, o se pelean implacablemente.

Líneas de fractura

El investigador francés Pierre Vermeren, en su libro ‘Le Maroc en transition’ (Marruecos en transición), opina que “Marruecos está atravesado por numerosas líneas de fractura, visibles e invisibles”. Vermeren define a Marruecos como una “gran obra”, un país en plena transformación, pero llama la atención sobre las consecuencias negativas del “mal desarrollo” en materia económica y social. Efectivamente, es llamativo que un país que pondrá en funcionamiento una línea de AVE entre Tánger y Casablanca en julio de 2018 y tiene una red de autopistas más moderna que algunos estados europeos, no haya sido capaz de eliminar el analfabetismo y erradicar la miseria y el atraso en las zonas rurales.

Es evidente que las fracturas a las que se refiere Vermeren siguen muy presentes. Son fracturas económicas y sociales que lastran la modernización equilibrada de Marruecos. Durante muchos años, el Majzén –poder político tradicional- se dedicó básicamente a saquear las riquezas del país, defendió los intereses occidentales e impidió que Marruecos saliera del pozo del subdesarrollo.

Hoy en día, “el país está cambiando económica y socialmente, ha surgido una nueva clase empresarial moderna, la clase media es cada vez más influyente, pero las lacras del pasado siguen haciendo mucho daño y un segmento de la clase dirigente quieren conservar sus privilegios anacrónicos y frena el desarrollo del país”, explica el sociólogo Ahmed Ben Malek. “Vivimos en un país lleno de contradicciones, que mira hacia el futuro con optimismo, pero sigue paralizado en muchos aspectos”, recalca Ben Malek. En este contexto descrito por el investigador, se puede decir que en Marruecos coexisten dos proyectos de sociedad contrapuestos.

 Esta realidad contradictoria existe en todos los países, pero en una nación en construcción como la marroquí el duelo entre modernidad y conservadurismo es mayor que en el mundo capitalista desarrollado. En este sentido, resulta chocante e indignante que la vivienda de una bruja detenida recientemente en la ciudad de Salé, cerca de Rabat, fuera saqueada por los habitantes de barrio, o que un hombre fuera linchado por una turba de salvajes y perturbados en Chichaoua, cerca de Marraquech, por haberle dado un beso en la mejilla a su mujer.

Pie de foto: Un grupo de campesinas trabajando en un oasis del sur de Marruecos.

Falta de horizontes

En la ciudad de Beni Mellal, en el Atlas, fueron apaleados y desnudados en plena calle por un grupo de exaltados dos homosexuales, y las feministas que se manifiestan en las calles de Rabat o Casablanca, muy a menudo, suelen ser insultadas por la muchedumbre. Durante el verano de 2015, en pleno Ramadán, un grupo de violentos intentó linchar a dos chicas porque llevaban minifaldas, en la localidad de Inezgane. “Esto demuestra que el conservadurismo y el tradicionalismo, unidos a la falta de educación y de horizontes culturales y vitales y a la represión sexual, tienen un peso enorme en la sociedad marroquí”, apunta el sociólogo Ben Malek. La otra cara de la moneda es que 65% de los matrimonios marroquíes están conectados a Internet y Facebook cuenta con 4,1 millones de abonados. Las discotecas de Rabat, Casablanca, Marraquech y Tánger se parecen a las de Madrid, Barcelona, París y Londres, y una parte de la juventud adopta un modo de vida abiertamente occidental. La sociedad civil es cada vez más activa y han surgido movimientos sociales que defienden las libertades individuales, valores laicos y se oponen abiertamente a que el islam, en lugar de ser una opción legítima, sea una religión obligatoria e impuesta por el poder político y la sociedad.

Ahmed Ghayat, un franco-marroquí afincado en Marruecos, representa a las corrientes sociales que aspiran a vivir en un país más libre, moderno y equilibrado. Dirige la ONG Marroquíes Plurales, y se esfuerza por transmitir cultura a los jóvenes. Otros marroquíes se pelean a diario en el ámbito de los derechos humanos, la corrupción, el trabajo infantil, el feminismo, la libertad sexual, la dignificación de los homosexuales… Es el caso de Zineb El Rhazoui, cofundadora, en 2008, del Movimiento Alternativo para las Libertades Individuales (MALI).

El MALI se dio a conocer en pleno Ramadán, cuando un grupo de jóvenes activistas se atrevió a comer en la calle para denunciar la imposición del ayuno islámico. En declaraciones a la revista New African, El Rhazoui denuncia la falta de “cultura de libertades individuales” en su país y expresa su “inquietud frente a la instauración de este nuevo orden moral cuyo reflejo es este Gobierno islamista que ha fracasado; ha fracasado en erradicar la corrupción y ha fracasado económicamente”. “Cuando las mujeres de toda una ciudad se ponen el velo, es que el auge del radicalismo es evidente”, piensa la cofundadora del MALI.

Hipocresía sobre la homosexualidad

El MALI tiene unos 5.000 abonados en Facebook y actualmente está dirigido por la psicóloga y cofundadora de la ONG Ibtissame Lachgar. Zineb El Rhazoui tuvo que abandonar Marruecos para irse a vivir a Francia. El Código Penal marroquí es del año 1963. Sus señorías lo están reformando desde hace un año, pero de momento sigue vigente. Y este Código Penal sanciona a un homosexual con penas de cárcel que van de seis meses a tres años de reclusión; y las relaciones sexuales prematrimoniales son reprimidas con el encarcelamiento –de 1 a 3 meses- de sus protagonistas. Según dice el sexólogo de Casablanca Abderrazak Moussaïd, “las prohibiciones basadas en una determinada concepción de la religión musulmana son un problema para mí”, y frente a un paciente islamista “tengo que estar muy bien armado intelectualmente para contrarrestar sus creencias religiosas”.

Moussaïd condena la hipocresía social que rodea la cuestión de la homosexualidad en Marruecos, y asegura que, según diversos estudios, 11% de la población marroquí es homosexual. Bien lo sabe lo que se sufre en Marruecos por ser homosexual el joven escritor y cineasta Abdellah Taia (Salé, 1973), quien tuvo que abandonar su país e instalarse en Francia para escapar de la intolerancia. En Marruecos, se han creado grupos que defienden los derechos de gays y lesbianas, como Kifkif y Kaynin. Algunos colectivos tienen el apoyo de movimientos sociales españoles. Mientras, los conservadores y biempensantes cegados por el odio y los hipócritas, aunque algunos hayan mantenido y mantengan prácticas alejadas de la heterosexualidad, siguen diciendo que la homosexualidad es shuma (vergüenza) y haram (pecado). Y los policías y los jueces se encargan de mantener el orden moral dominante.

Pie de foto: Zineb El Rhazoui, fundadora del Movimiento Alternativo para las Libertades Individuales.

Besos ‘pecaminosos’

Marruecos es un país a dos velocidades y los marroquíes se enfrentan a diario a las enormes contradicciones de su sociedad. En el año 2013, en Rabat, estalló una mini rebelión juvenil que demuestra esta realidad contradictoria y esquizofrénica. Sus protagonistas eran jóvenes, generalmente de clase media y media alta, francófonos y con estudios universitarios. Muy parecidos a los jóvenes que protestan comiendo en la calle durante el Ramadán, porque están cansados de que las autoridades y la mayoría social les impongan una fiesta que no quieren celebrar y desean algo muy simple en cualquier país democrático y moderno: decidir sobre sus vidas y escoger si quieren ser musulmanes, adoptar otra religión, ser ateos, agnósticos o lo que les dé la gana. Pues en 2013, este grupo de jóvenes rebeldes decidió darse cita en pleno centro de Rabat, en la conocida cafetería del Hotel Balima, a escasos metros del Parlamento, para protestar por la detención de una pareja que se estaba besando en la calle.

La manera de protestar de este grupo de chicos y chicas entre 18 y 20 años fue pacífica y amable: besarse en público. Así lo hicieron. No pretendían escandalizar a nadie, pero sí provocar, llamar la atención sobre la hipocresía social que existe en Marruecos y, a lo mejor, remover algunas conciencias. Besarse con un amigo o una amiga, este fue el ‘pecado’ que cometieron los chavales. En las mesas de la terraza de la cafetería se habían instalados algunos policías de paisano.

Pie de foto: Unas mujeres islamistas pasean por una playa marroquí.

Reacción violenta

Ibtissame Lachgar, organizadora del primer kiss-in en Marruecos, preguntó a los jóvenes si estaban preparados, y después agarró a su chico y le dio un beso en los labios. Los demás siguieron… Intolerable para algunos clientes de la cafetería. Un joven se levantó, empezó a berrear, tiró una mesa de la terraza al suelo, separó a una pareja que se estaba besando y gritó: “¡Es una vergüenza!”. Otros clientes también protestaron al grito de “¡Esto no se puede hacer en un país musulmán!”. La policía intervino y los jóvenes fueron acusados de atentado contra la moral pública, lo que en Marruecos está castigado con penas de hasta dos años de prisión. El alborotador que se escandalizó por unos besos inocentes se llama Amine el Baroudi y es, además de un provocador, un viejo conocido de los activistas que piden mayor nivel de libertad en las manifestaciones que organizan en Rabat.

De momento, en Marruecos, son pocos los que se atreven a defender la existencia de un espacio privado para las personas. Muchos jóvenes marroquíes están hartos de mentir, esconderse para hacer el amor o llevar una doble vida para no enfrentarse al orden social. Pero cada vez son más los que se atreven a desafiar normas injustas y absurdas. Saben que les costará romper con tradiciones ancestrales que hunden a las personas en la infelicidad permanente, “pero lo van hacer, cueste lo que cueste”, vaticina el sociólogo Ben Malek. Lo que pasa es que lo harán como se hacen las cosas en Marruecos, chouiya, chouiya, poco a poco…

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