Bienvenidos al flanco sur

Sahel

La cobertura del “flanco sur” por la OTAN viene a respaldar la postura del Reino de Marruecos y que Occidente no vio venir ni antes ni después de la caída del sóviet, creyendo quizás que había ganado la Guerra Fría.

De igual manera se descuidaron, por un Occidente triunfalista, los movimientos de Putin, tras la descomposición de la URSS, en 1991, que culminaron con la crisis actual, política y energética, sin precedentes, haciendo sonar todas las alarmas, al norte y ahora al sur.

Sabíamos que Putin frustró esa efervescencia de la sociedad rusa hacia una economía de mercado al inicio del período postsoviético. Y, por supuesto, el exagente del KGB nunca había aceptado la caída de la URSS, ni cesado de evocar el imperio ruso, reivindicando más protagonismo y más poder ante la desconsideración de Occidente.

Y, en 1992, inauguró la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), con Armenia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán, fue su primer paso hacia la reconstrucción de su deseada alianza, de carácter político-militar, con proyección a convertirse en algo similar al que fue el Pacto de Varsovia.

Para ello, emprendería, en 2014, su cacería anexionando territorios como Crimea además de agitar separatistas en las antiguas repúblicas soviéticas circunscritas a su zona de influencia geopolítica como Transnistria o las recién autoproclamadas Repúblicas del Donbás (Donetsk y Lugansk). Y tampoco se sabe muy bien cuáles son sus ambiciones territoriales en la zona.  Porque allende sus fronteras Putin utiliza como avanzadilla para extender su influencia al grupo Wagner. Presente en Siria, Mozambique, Libia o Sudán, entre otros. Sus misiones se sitúan preferentemente alrededor de los campos petrolíferos, auríferos o diamantinos, además de dar asesoramiento a dictadores militares africanos.

Recientemente, y en connivencia con Argelia, el grupo Wagner se ha instalado en Mali, en ese “flanco sur” donde las fuerzas europeas allí destacadas se ven cada vez más relegadas. La invasión de Ucrania y sus consecuencias geopolíticas, así como la presencia del grupo Wagner en el Sahel hicieron saltar las alarmas en el seno de la OTAN.

Es notorio que la dictadura militar argelina es el aliado de Rusia en el Mediterráneo y suministra gas a Europa, en menor medida, pero suficiente para preocupar a Occidente a estas alturas del partido. Es también uno de los países que más ha involucionado a lo largo del período postsoviético. Otros, como Lituania, Letonia, Moldavia, Estonia, Eslovenia, Rumanía o la propia Ucrania, consiguieron librarse del yugo ruso para situarse bajo el paraguas de la UE y/o de la OTAN o en vías de integración.

EEUU, OTAN y UE saben de sobra que Argelia es un país agitador que aspira a ser el “garbanzo negro” en el Mediterráneo usando el gas y la desestabilidad del Magreb y el Sahel como armas políticas. Le importa un bledo echar a perder su asociación con la UE. Así fue la Libia de Gadafi que acabó en desastre o como lo es Irán en Oriente Medio. Con razón la UE, además de la OTAN, ve la mano de Rusia en la actitud argelina contra los intereses de España que, además de su adhesión a las tesis de Marruecos, está en el punto de mira de Putin por su firme apoyo a Ucrania, por el envío de la Fragata “Blas de Lezo” al mar Negro y, posteriormente, armamento para Zelenski.

Tampoco fue una casualidad que Argelia votase en contra de toda resolución contraria a Rusia, ni tampoco lo fue la visita de Lavrov a Argel en plena masacre de Mariúpol, ni la del dictador venezolano Maduro en plena Cumbre de las Américas a la que no fue invitado por Washington. Ni que la cumbre de la OTAN de Madrid considere el “flanco sur”, léase Argelia-Sahel como amenaza potencial.

Muchos analistas, entre ellos los que siguen, a día de hoy, sin entender el giro de Sánchez y se preguntan a cambio de qué, se equivocan al considerar que entre Marruecos y Argelia existe una rivalidad regional, sino ideológica, de bloques. Una Guerra Fría que absorbió las razones históricas y jurídicas de la marroquinidad del Sáhara, tanto Occidental como Oriental, esta última ocupada por Argelia. El conflicto inventado del Sáhara marroquí se sustanció como tal por el apoyo logístico y financiero libio-argelino dentro de esa lucha de bloques. Y el Polisario fue y sigue siendo ese grupo “Wagner” a la argelina, circunscrito a la órbita rusa.

Al igual que Putin que teme a las democracias y al progreso de la UE, la visceral animadversión argelina es porque ve en Marruecos una amenaza que podría hacer tambalear su régimen dictatorial. De hecho, el desarrollo tecnológico, económico y social de Marruecos está suponiendo en la sociedad hermana argelina un espejo nada agradable para los militares. Razón por la cual Argelia nunca ha dado una oportunidad a la paz, pese a la mano tendida de Marruecos. Por el contrario, los militares argelinos encuentran su acomodo en el eje Moscú-Teherán.

Y como teme la propia OTAN, todo indica que Argelia va a convertir su única ventaja geoestratégica, el gas, en amenaza energética, aliñándose así con un Putin acorralado, pero decidido a reconstruir su bloque anti-Occidente. Evidentemente cuenta con Argelia como punto de apoyo en el Mediterráneo, con tentáculos en el Sahel a través del Polisario y del grupo Wagner.

Bienvenidos al “flanco sur” donde Marruecos combatió, durante 16 años (1975-1991), al bloque comunista cuando la zona sur argelina era una plaga de instructores rusos, militares argelinos, mercenarios polisarios y de diversos países pro-soviéticos del antiguo Este, además de cubanos y vietnamitas, mientras Occidente se limitaba a una pretendida “neutralidad” que en realidad no lo era, puesto que alimentaba las ambiciones argelinas de situar el Sahel, el Sáhara marroquí, el Atlántico y las islas Canarias bajo órbita entonces soviética y, ahora, de Putin.

Le corresponde a la ONU dar carpetazo, sin más dilación, a la cuestión de las Provincias del Sur del Reino de Marruecos para reorientar sus esfuerzos en liberar la población saharaui secuestrada en Tinduf.

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