Cuando se cierran las aduanas y se abre la memoria: Marruecos y España entre los fantasmas de la historia y las fisuras de la política

El martes por la tarde no fue un día cualquiera en el mapa fronterizo; fue una declaración silenciosa del retorno de tensiones antiguas bajo nombres nuevos, y del resurgir de una memoria suspendida entre una soberanía arrebatada y unas posturas europeas que fluctúan al compás de los intereses, no de los principios.
Mientras Rabat no ha ofrecido explicaciones oficiales sobre el cierre inesperado de sus oficinas aduaneras con las dos ciudades la prensa española ha entrado en una carrera interpretativa entre dos lecturas dispares pero reveladoras: o bien se trata de una expresión de descontento político por la invitación del Partido Popular a Abdullah Árabe, representante del Frente Polisario en España, a su reciente congreso; o bien es una medida logística relacionada con el inicio de la operación “Marhaba” para la acogida de la diáspora marroquí. Entre ambas hipótesis se esconde una realidad mucho más compleja.
El cierre, aunque administrativo en forma, encierra implicaciones simbólicas y políticas de largo alcance. Marruecos no considera Ceuta y Melilla meros puntos de tránsito, sino heridas coloniales abiertas en su flanco norte.
Y aunque España ha intentado adaptarse al nuevo enfoque marroquí apoyando en marzo de 2022 la propuesta del Plan de Autonomía para el Sáhara, su estructura política más conservadora, especialmente el ala derecha, aún no ha digerido la idea de una relación de igual a igual con Rabat, particularmente cuando la cuestión de la soberanía está sobre la mesa.
La acción del Partido Popular al acoger a una figura separatista en el corazón de Madrid no sólo fue una bofetada diplomática a Marruecos, sino también una señal de retroceso hacia una visión colonialista en la política exterior española respecto a su vecindario sur, ignorando que hoy las relaciones internacionales ya no se rigen por la superioridad, sino por el equilibrio de intereses y la gestión de diferencias.
Por otro lado, vincular el cierre a la operación “Marhaba” revela otro dilema: cuando un país como Marruecos se ve obligado a priorizar entre la gestión de un flujo migratorio equivalente al tamaño de un país y el mantenimiento de servicios aduaneros con dos enclaves coloniales, la decisión adquiere una carga simbólica de soberanía aún no resuelta.
Pese a indicadores económicos sólidos —como un comercio bilateral que roza los 22.000 millones de euros y una cooperación avanzada en seguridad e inteligencia—, la verdad política y psicológica apunta a una relación menos armónica.
En el imaginario español, como lo revela el último barómetro del Real Instituto Elcano, Marruecos sigue siendo percibido como la principal amenaza externa (55 %), por encima incluso de Rusia o Estados Unidos. Esta percepción no sólo responde al peso de la historia, sino a una inquietud persistente que ve en el vecino del sur un espejo incómodo para una identidad española en crisis, que busca en el otro el origen de su confusión interna.
El cierre de las aduanas, por tanto, no debe leerse únicamente como una gestión fronteriza o una medida estacional. Es un capítulo más en la narrativa abierta sobre soberanía, posicionamiento y reconocimiento.
Marruecos ya no reacciona impulsivamente. Su diplomacia se ha vuelto estratégica, equilibrando la contención con mensajes indirectos pero firmes.
En ese contexto, la tensión entre Rabat y Madrid no es sino un reflejo de una grieta más profunda en la arquitectura euro mediterránea, que aún no ha decidido si considera al sur un socio con plenos derechos o simplemente una periferia administrable.
Hasta que España clarifique su visión, Marruecos seguirá negociando con dignidad, no con resignación. Cerrará puertas aduaneras si es necesario, y abrirá puertas de interpretación soberana cada vez que su profundidad sea puesta a prueba.
Porque, al final, no se trata simplemente de un cruce fronterizo, sino de un paso hacia una nueva comprensión de la soberanía, en un tiempo donde la geografía se entrelaza con la memoria, y la diplomacia con la voluntad.