
En Estados Unidos, la palabra ‘malarkey’, que podría traducirse como ‘paparruchas’ o ‘sandeces’, se asocia automáticamente a Joe Biden, el probable candidato demócrata de cara a las elecciones presidenciales de 2020. Dicho término, anticuado pero familiar, define a la perfección la candidatura del veterano mandatario: una vuelta a la tradición política que ha caracterizado al país. Biden, en la vida pública nacional desde 1972, tratará de convencer a unos votantes cada vez más polarizados de que su experiencia es una fortaleza frente a la demagogia de Trump, y de que su bagaje resultará imprescindible para reconducir al país en tiempos inciertos. Pero, ¿de dónde procede uno de los senadores más longevos de la historia estadounidense?
La historia personal de Biden dista de la opulencia que caracteriza a muchas personalidades políticas del país. Hijo de un rico empresario venido a menos, el primogénito se graduó en Derecho con escaso reconocimiento, y en 1970 inició su andadura política en el condado de New Castle, en Delaware. Su salto a la política estatal fue una verdadera sorpresa, ya que en su candidatura al Senado en 1972 se enfrentó al conocido republicano J. Caleb Boggs, que representaba a dicho estado desde 1961, y el Partido Demócrata no tenía ninguna esperanza en su victoria. De hecho, la Constitución recoge que la edad mínima para ser senador son treinta años, y Biden solo los cumpliría mes y medio antes de jurar el cargo.
El candidato demócrata ha repetido en numerosas ocasiones una frase de su padre que describe su filosofía vital: “La medida de un hombre no es con qué frecuencia lo derriban, sino con qué rapidez se levanta.” Y es que, desafortunadamente, Biden ha tenido que recuperarse de circunstancias adversas desde el comienzo de su carrera. Escasas semanas después de ser elegido senador, su primera mujer y su hija pequeña fallecen en un accidente de coche, por lo que Biden tiene que volver de Washington para cuidar de sus dos hijos, Hunter y Beau, que sobreviven al accidente. Pese a que la joven estrella se plantea entonces dimitir, finalmente mantiene su escaño tras ser persuadido por Mike Mansfield, el presidente demócrata del Senado.
Tras catorce años representando a Delaware en la Cámara Alta, Biden trató de cumplir su mayor ambición política en 1987: convertirse en presidente. Sin embargo, el gabinete del gobernador de Massachusetts Michael Dukakis, quien posteriormente sería el presidenciable demócrata para aquellas elecciones, filtró un video a la prensa en el que Biden plagiaba parte de un discurso del líder laborista británico Neil Kinnock. El escándalo que implicó dicha revelación vino acompañado de un aluvión de críticas, lo que forzó su retirada de las primarias. Posteriormente, el senador se planteó dejar su cargo como presidente del Comité Judicial del Senado, pero tanto republicanos como demócratas defendieron su continuidad. Una de las figuras que más le apoyó en aquel momento fue la de Strom Thurmond, reconocido senador segregacionista del Partido Republicano. Su cercanía a esta y a otras figuras controvertidas era común en una etapa bipartidista, pero se ha convertido en un lastre político a medida que los votantes han rechazado dichas alianzas.
Su vuelta al Senado tras la fallida campaña presidencial estuvo centrada en la reconstrucción de una imagen personal quebrada tras las acusaciones de plagio. Los ocho años en los que lideró el Comité Judicial cimentaron su reputación, pero vinieron acompañados de sonadas controversias que han empañado su legado. La más polémica ocurrió en 1991, debido a su actuación durante la comparecencia en el Senado de la abogada Anita Hill. Hill acusaba al entonces candidato a la Corte Suprema Clarence Thomas de acoso sexual, pero el panel formado solo por hombres –y presidido por Biden– desacreditó su testimonio, y el juez fue confirmado. En 2019, poco antes de lanzar su tercera campaña presidencial, Biden llamó a Hill para disculparse, pero a esta le pareció un gesto insuficiente. “Estaré satisfecha cuando sepa que hay un cambio verdadero,” proclamó.
En 2008, tras treinta y seis años en el Senado, el veterano político se lanzó por segunda vez a la carrera presidencial y, de nuevo, sus palabras pusieron fin a sus ambiciones ejecutivas. Al describir al futuro presidente Obama como el “primer afroestadounidense convencional que es elocuente, brillante, limpio y atractivo,” el senador tuvo que enfrentarse a una oleada de críticas que lo tachaban de racista. Pese a que posteriormente Obama restó importancia a sus erróneas palabras y Biden se retractó, su candidatura estaba ya abocada al fracaso. Además, el afroestadounidense había conseguido atraer a los votantes de diferentes minorías mientras que el ‘establishment’ demócrata se había decantado por Hillary Clinton, lo que dejaba a Biden sin apoyos claros. Tras una quinta posición en los decisivos caucus de Iowa, Biden se retiró de la carrera para posteriormente convertirse en el cuadragésimo séptimo vicepresidente bajo la Administración Obama.
En los ocho años que estuvo en la Casa Blanca, Biden se consolidó como un apoyo indiscutible y eficaz para el presidente, y se encargó de negociar diferentes medidas con los republicanos en el Congreso. Su actitud bipartidista fue especialmente necesaria tras la victoria de los conservadores en la Cámara de Representantes en 2010 –que terminó con la trifecta demócrata–, y en el Senado en 2014. Asimismo, Biden también abanderó causas sociales alineadas con los intereses del ala progresista del partido. Un claro ejemplo de ello fue su apoyo al matrimonio igualitario antes de que el presidente Obama se decantara también a su favor. En definitiva, Biden supo construir una imagen independiente pero cercana a su superior, una clara ruptura con su predecesor republicano en el cargo, Dick Cheney.
En 2016, el vicepresidente declinó participar en un nuevo proceso de primarias y se posicionó a favor de Clinton, de nuevo preferida por el ‘establishment’. Un año antes de las elecciones había fallecido su hijo Beau, primogénito y estrella emergente en el partido, lo que le había debilitado emocionalmente para una nueva campaña. Además, las encuestas no le acompañaban, y su popularidad era inferior a la de Clinton y Bernie Sanders, lo que llevó a David Plouffe, estratega demócrata, a espetarle: “¿Realmente quieres que esto (su campaña presidencial) termine en una habitación de hotel en Des Moines en tercer lugar tras Bernie Sanders?”
Finalmente, 2020 parece ser el año en el que sus ambiciones presidenciales podrían hacerse finalmente realidad. Pese a que todavía no ha sido confirmado como presidenciable demócrata –debe ser designado por la Convención Nacional– lo cierto es que Biden permanece como único candidato en pie. Con un mensaje a favor de la vuelta a una normalidad ajena a la Administración Trump, el exvicepresidente tratará de reconstruir la famosa ‘coalición Obama’ que devolvió a los demócratas a la Casa Blanca en 2008. Puede que para Biden el mensaje del republicano sean meras sandeces, pero para movilizar al electorado de estados clave es necesario aunarlos en torno a un proyecto común que vaya más allá del rechazo al actual presidente. Le queda medio año para convencer a la población de que la Casa Blanca se merece la vuelta de Biden. ¿Desean los estadounidenses una normalidad que repudiaron en 2016?