Que no nos callen

No es una sensación, aunque sea palpable
Las democracias de muchos países empiezan a dar síntomas de fiebre. No avanzamos, retrocedemos. Una de las grandes conquistas de la sociedad es la libertad. Libertad para expresarse, para manifestarse, para reunirse, para informar… Contar lo que pasa en algunos países es una heroicidad, lo sabemos; el problema es que también empieza a serlo donde no debería.
Lo dicen los últimos estudios. La organización Reporteros Sin Fronteras habla de preocupación ante el retroceso de la libertad de expresión. Y no en aquellos lugares donde sabemos que ser periodista es jugarse la vida un día sí y otro también, sino en otros donde se han hecho bandera de esas libertades. ¿Qué está pasando?
Lo avalan los hechos. Miremos a Estambul. Si Ekrem Imamoglu molesta a Erdogan, porque es su gran rival, pues se le quita del escenario. A las manifestaciones de protesta le siguen las detenciones. Miles. Informar de lo que pasa también se castiga. Siete periodistas fueron encarcelados precisamente por eso. Distintas asociaciones internacionales no han tardado en pedir la libertad de sus colegas. El jueves los soltaron. Ahí queda el aviso.
¿Quién puede más en este mundo enloquecido? ¿Quién se arrima a quién y cómo se van ajustando los bandos?
Todo está revuelto. Las aguas no corren limpias. El aire que se respira huele a contaminación. Las miradas son desafiantes y mezquinas. Las ganas de poder y la permanencia hacen que el fin justifique los medios. ¿Lo justifica? Releamos a Nicolás Maquiavelo.
Ni el horizonte se divisa claro pese a que el paisaje sí lo está. Niebla entre el cielo más soleado; laberintos de ideas confusas y difusas donde se pierden palabras como lealtad, compromiso, libertad, respeto, ternura, o peor aún, se dicen aun sabiendo que no se asumirán sus significados. ¿En qué momento se perdieron o se dejaron de enseñar los valores que han de predominar?
Qué se espera en un mundo donde incumplen las normas los primeros que han de cumplirlas. Poder por encima del poder. Siempre esa ambición, y que caiga quien caiga. Nadie se mira a los ojos. La sinceridad no interesa cuando de intereses se habla. Lo personal por encima de todo. Sonrisas maliciosas cuando nadie tiene motivos para sonreír más allá de ese gran lugar en el que se hace, o se dice que se hace, política. Ahí donde las líneas rojas se pasan. Donde son tantos los que dejan tanto que desear.
Mientras la gente cada vez está más cansada, y asustada, los poderosos se miden las fuerzas, unas fuerzas que se van agotando entre los más débiles. No vale todo en este escenario donde los personajes que no han de morir mueren, donde se cambian los papeles, donde nadie entra en el tiempo en que ha de entrar. El mundo, así en general, es un caos. Y el caos se extiende como una plaga… y comienza a sentirse el miedo. Y quieren que lo sintamos. Resistiremos, lo haremos una vez más. Aunque cueste, que cuesta.
Bocas calladas, ojos cerrados, manos atadas. Que nadie deje constancia de los abusos de poder, de las injusticias, de los deseos de los ciudadanos, de sus derechos y sus inquietudes. Un oasis sin agua, una casa sin gente, una sierra sin jarales, un parque infantil sin niños, un colegio sin risas, un periodista sin palabra.
Silencio y más silencio. Quitarles la voz a los periodistas es lo mismo que quitar a la sociedad su derecho a saber. Mudos y ciegos, así nos quieren. Sin cámaras, sin papel, sin redes, sin pluma ni voz.
Podríamos mirar hacia muchos sitios, continente por continente. Desde México a Venezuela para llegar a Palestina o a Nigeria, al Congo, Vietnam, China… Europa. Sí, también aquí, tan cerca, y no sólo Turquía con sus últimos capítulos. La censura se impone, la libertad de expresión camina hacia atrás como los cangrejos. Y la preocupación crece. También en España nos quieren “regenerar”, no lo olvidemos.
Locos y más locos ejercen sus peligrosas locuras, quizá por eso no sea ninguna tontería tener a mano ese kit de supervivencia, aunque solo sea para 72 horas, que está generando miedo en la ciudadanía. ¿Miedo intencionado o real? Preparemos ese kit no vaya a ser…, pero sin perder la voz. La voz siempre a punto para contar, para informar, para defender lo que tanto cuesta alcanzar y lo que tan rápido se puede perder.