
Ya ha pasado un mes del final de la tragedia de Almaty. Aún siguen algunas heridas e interrogantes abiertos, pero otros se han cerrado quizás definitivamente. Es momento de hacer un balance provisional de este evento y de lo que ha supuesto para todo el país.
Kazajistán experimentó un recambio de líderes en marzo-junio de 2019. Desde entonces, el país ha reajustado sus relaciones con las potencias interesadas en la zona, haciendo gala de su equilibrio de poder o de su diplomacia multivectorial. Nada más asumir el poder en junio de 2019, el presidente Tokáyev impulsó una ley que regulara el ejercicio del derecho a la manifestación. Como en cualquier país del mundo, surgen problemas en la convivencia, algunos sectores de la sociedad no están contentos con las decisiones adoptadas por los líderes políticos, por lo que es necesario diseñar y habilitar una serie de mecanismos que sirvan como válvula de escape para esa parte descontenta, pero también para hacer llegar de manera eficaz sus demandas a los decisores públicos.
También se puede decir que hay pueblos que, por su idiosincrasia, son más propensos a la protesta, a expresar pública y colectivamente su disconformidad. Además, hay países donde la evolución política los ha llevado a organizar manifestaciones casi a diario. Esto se considera una muestra de avance democrático y una especie de termómetro de vitalidad de una sociedad dada, de su sociedad civil. Cualquier país occidental es una muestra de ello.
En Kazajistán, en la última década, estas manifestaciones han proliferado, de manera que tanto el presidente Nazarbáyev como Tokáyev han tenido que reaccionar a tiempo para responder adecuadamente a sus demandas. El ‘leitmotiv’ casi constante de todas ellas ha sido principalmente dos: mejora de las condiciones socioeconómicas y el fin del modelo de corrupción política (generalmente, de tipo clientelar, extractivo y de ‘spoil system’). Nada nuevo, peticiones comunes a otras partes del mundo, incluida España.
Lamentablemente, aquellas protestas que comenzaron pidiendo mejoras económicas a mediados de diciembre de 2021 en Zhanaozen y que rápidamente se extendieron a otras ciudades, se tornaron violentas por la acción de ciertos elementos extraños que manipularon a una masa que no supo mantenerse dentro de los márgenes de la protesta pacífica y legal. Como resultado, tras un primer momento de inacción de una aturdida Policía que no daba crédito a la virulencia que se había desatado súbitamente, ocasionando bajas entre las fuerzas de seguridad, Tokáyev ordenó disparar a matar, convencido de que aquello ya no era una muestra legítima de disconformidad con sus decisiones (de hecho, en los primeros días de enero accedió a las demandas de los manifestantes) sino que se había transformado en un intento de toma del poder. ¿Las duras medidas antiCOVID y la prolongación de la pandemia por dos años tuvieron algo que ver? ¿Hay un hartazgo generalizado entre la población que se compara con el estatus económico de una pequeña élite?
Entre los más de 20.000 personas involucrados en las manifestaciones bastaba con introducir unas pocas decenas de cabecillas que liderasen el movimiento y así organizarse para obtener de manera más eficaz sus objetivos políticos. Erraron en su cálculo y esto lo pagaron personas muy involucradas, pero también algunas familias que simplemente pasaban por allí, que estaban en el momento equivocado en el lugar equivocado.
Con la perspectiva de sólo un mes, cuando aún algunos familiares no han podido enterrar a sus fallecidos, es difícil ver todo lo que ha implicado este momento en la historia de Kazajistán, pero ya se pueden avanzar algunas cuestiones. En primer lugar, la más evidente, Tokáyev ha tomado las riendas del poder político, librándose así de cualquier resquicio de tutela, protección o presencia del anterior presidente. Los traspasos de poder nunca son fáciles y este caso tampoco ha sido una excepción. La lista de personas que han sido destituidas o removidas de su puesto y trasladadas a otro más discreto (o a la calle) es bastante larga, comenzando por el propio Nazarbáyev, despojado por ley de todos sus cargos vitalicios, seguido del primer ministro, sustituido por alguien de la plena confianza de Tokáyev, así como parte de su Gobierno. Por otro lado, los familiares y amigos de Nazarbáyev, que durante décadas se han beneficiado de la posición del líder de la nación (cuya gestión, hay que reconocerlo, ha mejorado el nivel de vida de los kazajos), han ido perdiendo su estatus y sus trabajos, cuando no han acabado directamente en el calabozo, como es el caso de Karim Masímov.
Por último, el peso de las potencias extranjeras en el país se ha redimensionado. China sigue al alza, Estados Unidos y la UE han demostrado no estar del lado del presidente, sino que se han mostrado muy exigentes con la forma de llevar la situación, mientras Rusia parece ser la clara beneficiada de este episodio al demostrar ser capaz de desplegar miles de soldados en un breve lapso de tiempo allí donde un aliado se lo pida. Ese apoyo incondicional no tiene precio, pero seguro que ese precio a pagar aparece tarde o temprano.
Antonio Alonso Marcos, profesor de la Universidad San Pablo CEU