Y el jazmín volverá a florecer

“Túnez nunca será desestabilizado porque Túnez es un pueblo. A un pueblo no se le puede desestabilizar. Sí a un régimen; se puede conseguir que un país marche claudicante y penante durante años, pero de ahí a borrar el consciente y el subconsciente de un pueblo… harían falta varias bombas atómicas para hacerlo desaparecer del mapa”. Lo decía en el año 1980 en una entrevista inédita en televisión –que pueden ver gracias a YouTube- el rey de Marruecos a la sazón, Hassán II, cuando los periodistas franceses le inquirían sobre lo ocurrido aquel año en Gafsa, en que una insurrección armada intentó desalojar del poder a Habib Bourguiba. Lo tenía claro. Parecía que llevaba preparada la respuesta.
Hoy, cuando el país magrebí ha vuelto a verse sacudido por un zarpazo terrorista –el viernes pasado dos suicidas saltaron por los aires ante la patrulla policial que custodiaba la Embajada de Estados Unidos-, las contundentes palabras del locuaz monarca alauita resuenan en mi cabeza. Son jornadas de sentimientos encontrados. Con la maleta a medio deshacer de mi reciente periplo tunecino, son días con un poso agridulce. Mi paladar guarda el regusto ardiente de la harissa de Cap Bon y la dulzura de los jugos de naranja de Sidi Bousaid. En mí conviven estos días el gozo del recuerdo de la luz y el calor y la generosidad de la gente de Túnez con la tristeza infinita de ver una tierra como esta otra vez regada de sangre y muerte inútiles. ¿Por qué, Dios mío?
Pero los terroristas no podrán doblegar a Túnez y su pueblo. No me cabe duda después de haber recorrido las entrañas de su desabrida y hermosa medina; de haber visto reír, reñir y conversar a los representantes de su entusiasta juventud en las nuevas cafeterías instagrameras de la ciudad colonial; de haber observado la vitalidad y voluptuosidad nocturna de teatros y garitos de Gammarth; de haber recorrido los pasillos del museo de Bardo abrumado por tanto mosaico y tanto pasado; de haber disfrutado del casi pornográfico espectáculo del pescado fresco que se exhibe y vende en la calle principal de La Goulette, donde las familias dan cuenta en los veladores de doradas, lenguados y sepias aún casi coleando. La tierra de Cartago, la tierra de Aníbal, la pequeña y aguerrida república púnica, bereber y árabe del Mediterráneo, no será doblegada por una minoría víctima de la desesperación y el adoctrinamiento.
Haríamos mal, tanto ciudadanos de la joven y vibrante democracia tunecina, avanzada de la igualdad y la dignidad magrebí y árabe, como visitantes y enamorados de este rincón único del solar norteafricano, en negar el problema del radicalismo religioso y la violencia, que han hallado terreno fértil en las zonas sureñas. Túnez no son solo las animadas cafeterías del paseo de Habib Bourguiba, epicentro de la llamada revolución del jazmín y pistoletazo de salida a las primaveras árabes, ni las terrazas sofisticadas de La Marsa o los exuberantes complejos hoteleros de Susa o Hammamet. Túnez es también un país lastrado por una situación económica tal vez crítica, con grandes desequilibrios sociales y con una necesidad imperiosa de ser ayudado. Hay que seguir, entre todos, combatiendo este problema con más educación, con más desarrollo, con más democracia, con más coordinación y ayuda entre vecinos. Lo ocurrido en Les Berges du Lac, apacible distrito financiero y comercial que se asoma al Lago de Túnez, en el que acabé sin proponérmelo un par de veces durante mi reciente viaje, no ayuda, desde luego, a generar la necesaria confianza entre los que pueden dejarse caer con dinero en Túnez. Pobre Túnez.
En esta noche mesetaria, en la que siento tan lejana la luz del Magreb, me llega, desde la ventana, en mi duermevela, el aroma del azahar pletórico de los naranjos de Sidi Bousaid. Y la fragancia del jazmín de los muros de las villas de Cartago, que es el mismo de los moñitos que colocaba con delicadeza la abuela en el zaguán de la casa de nuestro pueblo lejano de la vega del Guadalquivir. Me avisan de que, pese a la tragedia, el azahar y el jazmín volverán a florecer en esta primavera anticipada. Porque, con el dolor y la dicha que ha reunido esta semana, Túnez, faro del Magreb, orgullo azul del Mediterráneo todo, estoy seguro, prevalecerá.