Lecciones desde el sur de Tarifa

Con frecuencia la información -y ahora, los tiempos obligan, también las ‘fake news’- que nos llega desde el otro lado del estrecho de Gibraltar a través de los distintos canales a nuestro alcance, incluidos medios escritos, audiovisuales y redes sociales, está marcada por la desgracia, los desastres -naturales o inducidos por los hombres-, el conflicto o la injusticia. Por desdicha, en nuestro imaginario colectivo, forjado a través de siglos de historia, la literatura, el cine y los medios de comunicación, la imagen del magrebí ha sido eminentemente negativa –ahí está el magnífico ensayo del diplomático Alfonso de la Serna Al sur de Tarifa para comprender las razones del gran malentendido histórico-, y lo cierto es que en cuestiones gubernamentales, económicas o sociales nuestros oídos no han sido precisamente educados para ser receptivos hacia lo que nos llega del norte de África. Pues bien, en las últimas semanas Marruecos –en una medida similar otros vecinos del Magreb como Túnez- está dando un ejemplo digno de encomio a propósito de la pandemia del coronavirus. Un ejemplo que no está pasando, afortunadamente, desapercibido.
Marruecos se lo está tomando en serio. No le queda otra porque su sistema sanitario público tiene obvias limitaciones y porque las condiciones socio-económicas de millones de ciudadanos son las que son. La combinación de anticipación por parte de las autoridades magrebíes –rápido cierre de fronteras, confinamiento total de la población, clausura de comercios y mezquitas, uso obligatorio de mascarillas para salir a la calle, etcétera- y la solidaridad y colaboración de una inmensa mayoría de la sociedad a fin de contener la propagación del patógeno están siendo admirables.
Asimismo, una parte cada vez más importante del empresariado –tanto grande como mediano y pequeño- y de las instituciones públicas está rascándose el bolsillo desde que el pasado día 15 de marzo el rey Mohamed VI creara un Fondo solidario destinado a paliar las consecuencias de la pandemia vírica. El goteo de incorporaciones es incesante. Hace días que el volumen del citado Fondo rebasó los 3.000 millones de euros, lo que convirtió a Marruecos en el cuarto país del mundo que más dinero ha movilizado contra la pandemia en relación con el producto interno bruto, en este caso en torno al 3% de su PIB.
Si en España la crisis sanitaria está haciendo aflorar un sentido de la solidaridad generalmente desaparecido, en Marruecos, un país acostumbrado a desgracias y calamidades, no está haciendo sino confirmar una realidad: en nuestro vecino del sur los ciudadanos ayudan al necesitado sin necesidad de que lo ordenen las autoridades y los mayores –primeras víctimas de esta epidemia-, lejos de acabar sus días en residencias, comparten techo con el resto de la familia, en las que ejercen una suerte de liderazgo moral. Como escribía el escritor Juan Goytisolo, “a la pregunta, muy frecuente, de qué podemos aprender de ellos, dado su atraso político y económico, respondo: en primer lugar, una hospitalidad en los antípodas del egoísmo y el individualismo estrecho y sin miras de las sociedades contemporáneas del Primer Mundo, y en segundo, el respeto a las personas mayores y la ausencia de discriminación de las mismas, tanto en el ámbito familiar como en el afectivo y sexual”.
Claro que el panorama marroquí también ofrece claroscuros. La falta de información y criterio en algunos sectores de la sociedad favorecen situaciones como las registradas en algunas ciudades, donde grupos de personas empujadas por proclamas interesadas y peregrinas se han echado a la calle de manera irresponsable desafiando el confinamiento para encomendarse a los cielos como única manera de acabar con la pandemia. Los medios apuntan a que detrás de estos episodios –hasta ahora puntuales, eso sí- hay grupúsculos islamistas radicales que parecen interesados en sacar tajada de la situación. Además, en pequeños municipios y barrios populares de las grandes urbes el confinamiento se relaja, con lo cual se corre el riesgo de echar por tierra los logros de estas semanas.
Además, no conviene engañarse: la extensión de las pruebas de detección del coronavirus es aún muy limitada en Marruecos y todo el mundo sabe que las cifras reales no coinciden con las oficiales (al cierre de este texto eran 1.120 los casos y 80 los fallecimientos). Ahora las autoridades pretenden generalizar y acelerar los test de detección, ya que las pruebas se analizaban hasta fecha muy reciente en un número reducido de centros sanitarios y en escaso número. Gran parte de la población de Marruecos vive en medios rurales y especialmente dispersa, y los medios sanitarios son escasos cuando no inexistentes en amplias comarcas y regiones. Se deben de estar produciendo muchos contagios y decesos que las estadísticas oficiales no contabilizan. Y más que van a ocurrir. Y lo peor está por llegar.
Pero lo cierto es que lejanas, muy lejanas, y desmentidas por los hechos, quedan algunas cosas oídas por el que perpetra estas líneas en las calles marroquíes en las últimas semanas. Más de uno creía aquí y allí –quizás cargados de razones- que los hábitos sociales y culturales de nuestros vecinos del sur –aglomeraciones en zocos y medinas, desconfianza hacia la administración, vida familiar con miembros de varias generaciones compartiendo techo, etcétera- harían poco menos que imposible hacer efectiva ninguna de las medidas que las autoridades marroquíes están llevando a cabo con relativo éxito y celeridad. La labor de las fuerzas policiales y el Ejército está siendo, por lo general, muy positiva y emocionaba ver las imágenes emitidas por la televisión marroquí en las últimas jornadas de vecindarios ovacionando desde sus balcones y ventanas a los agentes, objeto a menudo de las iras y el malestar de la población.
Nadie sabe si, a pesar de estas iniciativas, Marruecos logrará mantener a raya al dichoso coronavirus o si es cuestión de semanas que los números se disparen y las urgencias se desborden. Lo que sí está claro es que, teniendo en cuenta los errores cruciales cometidos por autoridades y ciudadanos españoles en las últimas semanas, y la gravísima situación que vivimos en nuestro país, bien haríamos en mirar lo que ocurre al sur de Tarifa con un poco de humildad. Además de la racionalización del modelo turístico, el impulso al teletrabajo, la contención del derroche consumista y el reconocimiento de la importancia capital de nuestro sistema de salud -muchos deseamos que algunas cosas cambien a partir de ahora-, abrir los ojos hacia los méritos y logros de las cambiantes y vibrantes sociedades magrebíes, empezando por la de Marruecos, debería ser una de las lecciones de esta crisis.