
La Europa Central y del Este no se ha caracterizado, y menos en la última década, por su solidaridad con los migrantes provenientes de países terceros. El año pasado Polonia cerró sus fronteras a cal y canto ante la oleada de personas intentando cruzar la frontera con Bielorrusia. El rechazo para aceptar a refugiados de Medio Oriente en 2015 causó una de las crisis internas más graves a las que se ha enfrentado la Unión Europea. La invasión de Ucrania, sin embargo, ha mostrado una cara muy diferente de los países de centroeuropa.
Polonia y Hungría, entre otros que tan fervientemente se opusieron a acoger refugiados, han abierto sus puertas a cientos de miles de personas que están huyendo del terror provocado por Rusia. Pero mientras Varsovia y Budapest reciben toda la atención mediática, las acciones de un pequeño país fronterizo han quedado en un segundo plano. Eslovaquia ha acogido a más de 310.000 refugiados desde el inicio de la guerra en Ucrania, al menos 100.000 de ellos menores de edad. Con una población de 5.5 millones de personas, las personas refugiadas equivalen a casi el 6% del total. Hoy, sería difícil encontrar un pueblo en Eslovaquia en el que no haya al menos una familia ucraniana.
La estación de tren de Bratislava, además de aquellas de los pequeños pueblos fronterizos, estuvo desde el primer día de la guerra llena de voluntarios que proveyeron a los recién llegados con alojamiento, comida, ropa, asistencia legal y atención médica y psicológica. Miles de personas abrieron las puertas de sus casas para acoger a muchas de las familias que están intentando dejar atrás los horrores de la guerra. La actitud de los ayuntamientos está siendo loable. Los niños y los adolescentes son inscritos inmediatamente en escuelas y universidades. Los adultos reciben ayudas económicas, al igual que todas aquellas personas que han ofrecido sus casas como hogar de acogida. El alcalde de la capital, Matúš Vallo, ha inaugurado el primer centro de acogida para refugiados provenientes de Ucrania. Situado en la antigua estación de autobuses de Bratislava, el centro incluirá todos los servicios que el gobierno local y las organizaciones no gubernamentales están prestando a los ucranianos que llegan a la capital eslovaca.
Esta solidaridad también se extiende al gobierno nacional. Tras su visita a Kiev el pasado 8 de abril, el primer ministro eslovaco, Eduard Heger, afirmó que “Ucrania es nuestro vecino y amigo, y no es de buena educación dar la espalda a un amigo en situación de necesidad”. Un par de días antes, Heger anunció que enviaría a Ucrania el sistema eslovaco de defensa aérea S-300, que contribuirá significativamente a la protección del espacio aéreo ucraniano. Mientras, los eslovacos quedarán desprotegidos, y dependerán por completo de la protección que ofrezca la OTAN. A su vez, Eslovaquia ha sido uno de los países, junto a la República Checa y Polonia, que más ha promovido una actuación unida de la Unión Europea ante la invasión rusa, incluyendo la adopción de una vía rápida para la adhesión de
Ucrania a la comunidad europea. También han pedido en numerosas ocasiones el establecimiento de más sanciones contra Rusia.
Sin embargo, cabe preguntarse cuánto tiempo persistirá este sentimiento de solidaridad y apoyo al pueblo ucraniano. Eslovaquia lleva años viviendo una creciente inflación, empeorada por la pandemia global de COVID-19. A esto se suman las consecuencias más inmediatas de la guerra que ya se están haciendo notar, como son la importante subida de los precios de los alimentos y del gas. En la capital, los ciudadanos se enfrentan a un problema añadido. El éxodo rural o el establecimiento de numerosas empresas extranjeras en Bratislava han generado una aguda falta de alojamientos, lo que ha disparado el precio de los alquileres. La ciudad está actualmente en una fase de rápida expansión. Sin embargo, la construcción de nuevos barrios en la periferia ha levantado ya muchas alarmas, ya que el boom inmobiliario podría provocar una burbuja económica.
Ante esta perspectiva, parece razonable pensar que el sentimiento de solidaridad actual, igual que la burbuja económica, pueda pinchar en el medio largo plazo. Dependiendo del desenlace de la guerra, miles de refugiados podrían quedarse durante años en Eslovaquia, mientras que muchos no regresarán nunca a su país de origen. Esto puede generar muchas tensiones con la población local. Esto es especialmente relevante en la región oriental del país. El primer ministro afirmó recientemente que la llegada de refugiados podría tener como consecuencia positiva la repoblación de las zonas rurales, así como su estímulo económico. Sin embargo, hasta ahora Eslovaquia no ha mostrado gran capacidad para integrar a otras minorías. ¿Será esta ocasión diferente?
Los últimos datos publicados por el think tank GLOBSEC el pasado 13 de abril dan a entender que no. Aunque el sentimiento prorruso ha descendido como consecuencia de la invasión del país vecino, un 28% de la población percibe a Vladimir Putin de manera positiva, mientras que un 47% piensa que Volodímir Zelensky debería aceptar todas las condiciones de Putin para finalizar el conflicto. Asimismo, una parte considerable de la población sigue prefiriendo que Eslovaquia esté bajo la influencia rusa que de Estados Unidos. De hecho, un 45% de la población piensa que la guerra ha sido provocada por la OTAN, liderada por Estados Unidos. Este antiamericanismo, y la preferencia por los valores promovidos por Rusia, no debe ser desestimado, ya que podría tener consecuencias significativas en el panorama político del país.
Cuando la situación deje de ser novedosa, y la solidaridad dé paso a la frustración ante la falta de empleo o el empeoramiento de la situación económica del país, no se puede descartar la idea de que la población eslovaca se vuelva en contra de la actual actuación del gobierno. Eslovaquia tendrá elecciones generales en dos años, en las cuales el partido gobernante tendrá que enfrentarse a una oposición prorrusa, antiamericanista y populista, representada por el partido SMER-SD, y su escisión Hlas-SD. Asimismo, preocupa el incremento de la popularidad del partido radical de extrema derecha, Republika. Eslovaquia, junto al resto de los países miembros del Grupo de Visegrado, están obteniendo un mayor peso en la comunidad europea, por lo que será más importante que nunca seguir de cerca la evolución de estos países fronterizos que tanto impacto podrían tener en la dirección que tome la Unión Europea en los próximos meses y años.