Ciencia o atrocidad, ¿dónde está el límite?

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PHOTO/PIXABAY

Esto va de crear seres humanos no solo superdotados, sino con mejores características, en el campo de la guerra y de la defensa. Ya no es solo cuestión de ser más inteligentes, más rápidos, más sanos, sino también más fuertes y resistentes a través de la manipulación genética para inclusive moldear al soldado del siglo XXI. 

A simple lectura, parece un guion de “Gattaca: experimento genético”, una película basada en la filosofía de la eugenesia en busca de sociedades perfectas a partir de alterar genéticamente al ser humano para dotarlo con capacidades excepcionales, no solo para embellecer su apariencia, también para hacerlo físicamente perfecto.

El más reciente experimento realizado en China no forma parte de un nuevo filme de ciencia ficción, sino de una realidad que muy seguramente no sale todos los días a la luz pública solo que en esta ocasión lo ha revelado el South China Morning Post: “Un equipo de científicos médicos militares en China dice que ha insertado un gen del oso de agua microscópico en células madre embrionarias humanas que elevó significativamente la resistencia de estas células a la radiación”.

El artículo firmado por Esteban Chen asevera que este ensayo sucedió   dentro de la órbita de la Academia de Ciencias Militares de Pekín que espera encontrar una técnica que permita crear soldados resistentes a la radiación ante un escenario nuclear. 

¿Por qué utilizar el gen del oso de agua? Conocido también como lechón tardígrado o bien como musgo, se trata de un animal de ocho patas de menos de un milímetro de largo que está considerado la criatura más resistente de la tierra; lo mismo soporta temperaturas extremas menores a los 200 grados centígrados que horas en punto de ebullición y también soporta las condiciones atmosféricas del espacio exterior. 

En general, la ciencia lleva décadas estudiándolos y gracias a los avances en biogenética ha sido identificado un gen en los tardígrados, capaz de generar proteínas en forma de escudo que forman una película protectora.

“El equipo chino dijo que había encontrado una manera de introducir este gen en el ADN humano utilizando CRISPR/Cas9, una herramienta de edición de genes ahora disponible en la mayoría de los laboratorios biológicos. En su experimento de laboratorio, casi el 90% de las células embrionarias humanas portadoras del gen del oso de agua sobrevivieron a una exposición letal a la radiación de rayos X, según el equipo dirigido por el profesor Yue Wen del laboratorio de biotecnología de radiación de la Academia de Ciencias Militares de Pekín”, de acuerdo con lo publicado por el South China Morning Post.

En octubre pasado, dichos hallazgos científicos fueron abordados por la revista Military Medical Sciences y provocaron un creciente interés en la industria militar china. 

Los trabajos con células madre embrionarias han cobrado una enorme popularidad científica que busca encontrar respuestas a enfermedades como el cáncer en aras de una cura definitiva o bien en padecimientos como el Alzheimer o el Parkinson. China está metida en esa carrera. 

Ya en 2015, investigadores chinos compartieron con la comunidad internacional sus estudios sobre la edición de los genomas de embriones humanos cuyos resultados fueron publicados en Protein & Cell. El equipo liderado por Junjiu Huang, de la Universidad Sun Yat-sen en Guangzhou, pretendió modificar el gen responsable de la talasemia B (provoca enfermedades sanguíneas mortales) a partir de la técnica de edición de genes llamada CRISPR/Cas9. 

Lucas Martín, experto en seguridad y defensa en España, pide prudencia al momento de interpretar si las intenciones en China son crear esas modificaciones para desarrollar súper soldados con tales características.

“Yo personalmente albergo ciertas dudas de que haya científicos que estén llegando tan lejos como lo comenta dicho artículo. Quizá sucedan experimentos para que las personas en el ámbito de lo militar sanen sus heridas más pronto o bien tengan más resistencia al dolor”, comenta. 

El también especialista en inteligencia militar recuerda que en un primer momento se habló de los exoesqueletos y de su finalidad; un avance que en cierta parte de la prensa mundial fue abordado como el nacimiento de nuevas máquinas humanas de matar, una especie de “Robocops”. Pero a la fecha no ha tenido dicho fin.

“Estos exoesqueletos fueron pensados en el ámbito militar con la función de permitir que el soldado en acción se canse menos y tenga más resistencia en el campo de batalla”, asevera. 

¿Será este el siglo de los “Robocops”?

Yo lo dudo. Me parece que los avances irán más por ese camino de los exoesqueletos. Tenemos a Estados Unidos metido en ello y, por supuesto, a China. Yo he visto imágenes de soldados dedicados a logística o carga de peso con este tipo de exoesqueletos que logran levantar o mover cargas muy superiores a lo que un ser humano entrenado podría llevar a cabo con su fuerza normal. 

Antecedentes de guerra

Los ensayos con seres humanos han sido siempre muy cuestionados y polémicos. No fue hasta después de revelarse las atrocidades y prácticas inhumanas realizadas por los científicos, bajo el régimen Nazi, tras perder Alemania la Segunda Guerra Mundial que surgió el primer código internacional.

Resultado de los Juicios de Nuremberg para juzgar las actividades criminales y de lesa humanidad cometidas por el nazismo, un grupo de científicos alemanes fueron condenados por haber utilizado como cobayas a distintos grupos de prisioneros de los campos de concentración y de exterminio. Está documentada una larga lista de  exposiciones a las que, en nombre de la ciencia, fueron expuestos, mujeres, hombres, niños y bebés para encontrar sueros contra enfermedades; reacciones del cuerpo humano ante situaciones extremas de temperatura e incluso de altitud y falta de oxígeno; de cruce embrionario entre especies humanas y animales; de amputaciones e injertos; de transposición de órganos y del análisis del cerebro así como experimentos que permitiesen incrementar la capacidad de seguridad y de defensa militar a la Alemania nazi.

Al respecto, Martín recuerda que no se está nunca a salvo de que surja alguien con ideas más allá de lo considerado dentro del ámbito de lo normal, lo ético y lo moral. “Siempre habrá una forma encubierta de llevar a cabo este tipo de experimentos”.

Tras los juicios de Nuremberg nació el primer código internacional de ética para la investigación con seres humanos: el Código de Nuremberg vio la luz el 19 de agosto de 1947. 

La Universidad Camilo José Cela señala que bajo el precepto hipocrático “primun non nocere” se sentó un precedente internacional para que la ciencia ante todo y primeramente “no hiciera daño” y contase siempre con el previo consentimiento de la persona. 

“Este Código estableció las normas para llevar a cabo experimentos con seres humanos, incidiendo especialmente en la obtención del consentimiento voluntario de la persona. Y desde entonces se ha considerado como la piedra angular de la protección de los derechos de los pacientes”, refiere dicha institución. 

El Código de Nuremberg contiene diez  principios éticos que han tenido una influencia sobre los derechos humanos y a partir de él  emanaron otros códigos específicos en materia ética, por ejemplo: “La Declaración de Ginebra (1948), el Código Internacional de Ética Médica (1949); la Declaración de Helsinki (1964);  el Informe Belmont (1978); las Pautas Éticas Internacionales para la  Investigación  Biomédica en Seres Humanos (2002); la Declaración Universal sobre Bioética y Derecho Humanos de la UNESCO (2005)”. 

“No se debe jugar a ser Dios y modificar genéticamente a seres humanos, me da igual que sea para tener mejores soldados en combate o bien como trabajadores de algo. Si no hay una frontera… un límite, ¿dónde paramos? Yo creo que es un tema muy delicado y soy partidario de que esto no suceda en ningún campo”, defiende Martin. 

La frontera de la bioética

Sin embargo, las pruebas suceden y muchas son “underground”. Al respecto, Nuria Terribas, directora de la Fundación Víctor Grifols y una de las juristas más prestigiosas en el ámbito de la bioética y bioderecho de España, me recuerda en entrevista que lamentablemente hay laboratorios que traspasan todas las fronteras éticas que la comunidad científica pueda haberse marcado. 

“Este es uno de los problemas que tiene la sociedad actual y con la tecnología globalizada es precisamente muy real. Es un poco el ejemplo que estamos viendo con los investigadores en China y no es la primera vez que alteran el consenso y van más allá de lo que en principio está aceptado. Esos son los riesgos”, añade. 

¿Qué pasa entonces con las leyes, tratados y acuerdos internacionales en el ámbito de la ciencia?

Seguramente hoy en día están realizándose muchos experimentos que solo afloran cuando el investigador obtiene un resultado positivo y quiere darlo a conocer porque le da prestigio o quiere publicar sus resultados. Aquello que no sale a la luz es porque no da los resultados esperados, así es que hay mucha opacidad y es difícil de controlar porque las legislaciones tampoco son homogéneas. Ni hay un consenso a nivel global de lo que se puede hacer o no.

Y sin esos límites claramente preestablecidos de que se puede o no hacer en ciencia, añade la también vicepresidenta del Comité de Bioética de Cataluña, puede haber muchos investigadores que van por libre o bien estar al servicio de determinados fines.  

“Y es la dificultad de esta cuestión: estamos entrando en un terreno de riesgo porque todo lo que es la intervención en la genética y que pueda alterar la descendencia futura de las persones es un ámbito de mucho riesgo porque desconocemos los efectos colaterales que estos puede tener”, apunta Terribas.

En su momento lo vimos con la oveja Dolly resultado de una clonación en 1997, por parte de unos científicos del Instituto Roslin de Edimburgo y que dieron a conocer al mundo su hallazgo, siete meses después de que Dolly nació.

Por eso señalo que solo los grandes logros son los que se dan a conocer… los fracasos se esconden.  De alguna forma la oveja Dolly fue un fracaso y de eso se habló muy poco porque fue una experimentación que sí dio resultado, pero después se vio que envejecía prematuramente y que tenía muchas dificultades de desarrollo; así es que al final no fue un éxito total.

Para la directora de la Cátedra de Bioética de la Universidad de VIC es importantísimo marcar “cautelas éticas” por eso Terribas trae a colación el más reciente caso también con origen en China de dos gemelas de nombre Lula y Nana, cuyo ADN fue modificado por el biofísico chino, He Jiankui, a fin de inmunizarlas contra el virus del VIH. Él utilizó igualmente la técnica CRISPR para alterar el gen CCR5 relacionado con la inmunidad genética al SIDA en los embriones de las gemelas. 

La comunidad científica internacional ignora cuántos años y cuántos fracasos habrán detrás de las investigaciones de Jiankui. El científico decidió publicar su investigación a finales de diciembre de 2019 tras considerar que había logrado un caso de éxito. 

“La ciencia por sí misma no es buena, ni mala, es neutral. Pero todo depende de qué aplicación y uso se le dé. La historia nos demuestra que el ser humano puede usar esa ciencia y conocimiento en perjuicio de la humanidad, allí está la importancia de la ciencia de marcar esos límites… esas fronteras esa supervisión por parte de los comités de investigación que supervisan el aspecto ético de lo que se quiera hacer para ver si se puede dar luz verde o no”, indica.

En 1932 el escritor británico Aldous Huxley, publicó la distopía “Un mundo feliz” que se antoja totalmente premonitoria de este siglo, ¿vamos a ese mundo?

Todo depende de qué se entiende por mundo feliz. Vimos en el régimen nazi esa búsqueda de la raza pura y aria y desde luego no tenían los conocimientos ni la capacidad que nos da la genética actualmente. Esa misma idea obsesiva puesta en siglo XXI sería de un peligro altísimo, entonces todo depende de qué se entienda por un mundo feliz.

Terribas señala que lo deseable es que el conocimiento permita curar enfermedades, elevar la calidad de vida del ser humano, los riesgoso e inadmisible sería utilizar, por ejemplo, a la genética para buscar modelos de sociedades al estilo de Gattaca con seres humanos válidos y no válidos. Pero, la experta cuestiona entonces, ¿quién pone el límite a la ciencia? y habría que revisarlo más pronto que tarde. 

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