No estamos preparados

La pandemia no es una pinza diferente a la del cambio climático y las demandas de mitigarlo a través de reducir las emisiones de gases contaminantes a la atmósfera. Pero también al agua de los ríos, lagos, mares y océanos, porque el ecosistema es una cadena de eslabones perfectamente interconectados entre sí, y eso implica que, si uno se rompe o se altera, los demás experimentarán una metamorfosis.
Hay seres vivos que dependen unos de otros: el ser humano está en la punta de esa interrelación biológica, en su vulnerabilidad vital le afecta el cambio climático que hace las condiciones más adversas para su supervivencia y, si el medioambiente se altera, surgen igualmente nuevos patógenos.
Los seres humanos son endebles ante un tsunami, un terremoto, un huracán, un tornado o un virus que, de repente, emerge de la nada para trastocar los planes de vida cotidiana de las personas. En opinión de Gonzalo Delacámara, director académico del Foro de la Economía del Agua, la crisis actual de la COVID-19 ha puesto de manifiesto las debilidades en la investigación en epidemiología y en salud pública. Y, sobre todo, la fragilidad de los puentes del diálogo entre la comunidad científica y los decisores políticos; así como entre quienes producen información a fin de canalizarla a los ciudadanos.
Para Delacámara esta dejación es igualmente palpable en cuanto a la gestión de los recursos hídricos y la adaptación al cambio climático; y encima en el contexto de los bajos presupuestos para indagar cómo el CO2 impacta en ríos, lagos, mares y océanos. Lo del coronavirus no ha hecho más que evidenciar (o agudizar) los agujeros presupuestales persistentes a lo largo de décadas de tener países con prioridades en defensa más que en salud pública y hasta obviando reconvertir el modelo de desarrollo actual en otro que sea amigable con el ambiente; lo que es lo mismo, ser amigable con la salud y la vida, de los seres humanos.
¿Y si en lugar de una pandemia emergente por un patógeno desconocido sucediera un magno desastre natural que afectase abruptamente a cientos de miles de personas? ¿Qué pasaría si miles de personas cayesen muertas en las calles de las ciudades asfixiadas por el aire alterado con elevados componentes químicos? ¿Cuál sería el protocolo? ¿Está el mundo preparado para una desgracia así?
En las últimas tres décadas, la comunidad científica global llama la atención en la acuciante probabilidad de que ocurra un cisma derivado de las condiciones adversas, provocadas por las elevadas temperaturas y la contaminación.
Al respecto, la Red Española para el Desarrollo Sostenible (REDS) ha realizado sendos coloquios con expertos internacionales para dialogar y compartir información acerca de la situación del impacto del cambio climático en el agua, en la calidad del aire y en la vida en general de los seres vivos. El economista estadounidense Jeffrey Sachs participante en varios de los encuentros organizados por REDS ha venido alertando de estudios con líneas rojas con el calentamiento global encaminando a la humanidad a la vía del peligro de extinción.
Quien fuera director del Instituto de la Tierra -hasta 2016- recalca que la extinción de los seres vivos avanza progresivamente y sucede ante la mirada rústica de una masa de personas ajenas a los grandes problemas. Al menos hay 17 especies de animales extintas en los últimos 50 años y 15.000 especies de plantas corren el riesgo de desaparecer para siempre; son la mitad de las plantas aterciopeladas del globo terráqueo.
Si la biodiversidad se altera impacta en los ecosistemas y termina lastrando la vida orgánica haciendo que la cadena biológica resquebraje comenzando por la muerte de microorganismos hasta grandes especies. Un fenómeno devastador.
Y luego apunta hacia la crecida en los niveles tanto de agua dulce como de agua salada, mientras los ríos se desbordan y los mares ganan terreno a la tierra. National Geographic documenta que las mediciones por satélite demuestran que a lo largo del siglo pasado el nivel del mar aumentó entre 10 y 20 centímetros; empeorando en los últimos veinte años con una tasa anual de incremento de 3,2 milímetros.
Sachs aventura el peor de los escenarios: en la medida que suban las temperaturas acontecerá más abruptamente el deshielo y el océano tenderá a echarse tierra adentro; a tal punto que podría terminar deglutiendo a decenas de islas.
¿Quién está preparado para una tragedia así? Nadie, la misma velocidad de expansión de la pandemia del coronavirus ha demostrado las debilidades de países ricos y poderosos, así como de países menos desarrollados y pobres; en suma, evidenciado, la vulnerabilidad del sistema para responder a los desafíos globales.
Ha dejado al descubierto que los organismos internacionales nacientes de la Segunda Guerra Mundial están rebasados por una realidad lacerante, con sociedades con multitud de problemas, a veces carentes de mecanismos eficientes para atender eficazmente a las necesidades de la población. De hecho, ineficaces para responder no solo a una pandemia, lo mismo a una gran crisis económica global o que al cambio climático y a sus funestas consecuencias.