
Estos días se está celebrando en Dakar (Senegal) el tradicional Foro de Cooperación Chino-Africano en un ambiente menos optimista que en ediciones anteriores. Bajo la explicación fácil que facilita la precaución ante la amenaza de la COVID, no es una cumbre tan rimbombante y optimista como solía: la ausencia de jefes de los Gobiernos la ha dejado rebajada a una reunión de ministros acompañados de expertos.
Pero al margen de esta rebaja del nivel, también salta a la vista la preocupación, en algunos casos conflictiva, con que está evolucionando la cooperación que tanto entusiasmo despertó unos años atrás entre China y África. El dinero prestado por China a varias repúblicas se ha gastado – a veces dilapidado o sumido en la corrupción – y no ha proporcionado el desarrollo económico esperado.
Es evidente que la pandemia no ayudó, por el contrario, al desarrollo económico que se anticipaba. El resultado positivo más visible es la mejora en algunas infraestructuras, aunque el tiempo está demostrando que son de mala calidad, consecuencia de la improvisación y el recurso a materiales baratos. Muchas sufren defectos que no son fáciles de subsanar. La gente siente la frustración.
Quizás es que se habían exagerado las expectativas. Las obras apenas generaron puestos de trabajo para los nacionales y el autoconsumo practicado por los técnicos y obreros venidos temporalmente de China tampoco propició una mejora de las modestas economías locales. Las pomposas intenciones de propiciar las relaciones y el conocimiento entre los pueblos tampoco se han logrado.
Los centenares de millares de chinos que transportados en aviones especiales para realizar las obras apenas se relacionan con los locales más abiertos y hospitalarios. La prueba más elocuente es que apenas se han producido casamientos entre personas de las diferentes etnias ni lazos frecuentes de amistad.
Con todo, lo peor del balance de la experiencia es el endeudamiento en que se encuentran ahora varios de los países beneficiados con los créditos. Entre 2008 y 2018 el endeudamiento del continente pasó del 20 al 56%. Trece países aparecen como de alto riesgo, lo cual les cierra las posibilidades de obtener créditos.
El desencanto es una realidad que crea tensiones sociales y complicaciones políticas en unos procesos de democratización lentos y dificultosos. La experiencia no ha terminado, pero las esperanzas que despertó se han frustrado. La impresión general es que China se benefició de materias primas baratas y a cambio dejó chapuzas e hipotecas imposibles.